Parásitos geopolíticos
Jorge Elbaum
El enemigo que Europa Occidental ha elegido como destinatario de sus provocaciones es la Federación Rusa, mientas que Estados Unidos tiene como rival estratégico a la República Popular China.
En el gobierno de Donald Trump las intervenciones militares se discuten y se deciden por mensajes de texto. En una filtración del intercambio sobre un potencial bombardeo a Yemen a través de la aplicación Signal, el vicepresidente James David Vance expresó su contrariedad por tener que “rescatar a los europeos otra vez», en referencia a que la Unión Europea (UE) sería el máximo beneficiario de la incursión aérea debatida. En la misma conversación, el secretario de Defensa Pete Hegseth calificó a los europeos como “parásitos geopolíticos” y compartió con Vance el “odio por los europeos aprovechados”.
Lo que surge del diálogo no es un debate ideológico entre el globalismo de Bruselas y el nacionalismo brutalista del trumpismo, sino la razón subterránea de intereses geopolíticos contrapuestos. El enemigo que Europa Occidental ha elegido como destinatario de sus provocaciones es la Federación Rusa, mientas que Estados Unidos tiene como rival estratégico a la República Popular China. Esa diferencia estructural guía de forma taxativa el vínculo entre ambos. Lo novedoso respecto a los gobiernos anteriores es que la actual administración estadounidense se aboca a concentrarse en el principio maoísta de la contradicción principal, sin pedirle permiso a una Europa que reubica como subordinada y cataloga como oportunista.
El 16 de marzo de 2014 los habitantes de la Península de Crimea decidieron en un referéndum su incorporación a la Federación, como resultado de las persecuciones llevadas a cabo por los ucronazis en el Donbas y en el resto de los territorios de habla rusa. La recuperación del puerto de Sebastopol, los incumplimientos por parte de Kiev de los Acuerdos de Minsk (en 2014 y 2015) y las amenazas de instalar baterías misilísticas de la OTAN a 500 kilómetros de Moscú motivaron el inicio de la Operación Militar Especial. Dicha campaña militar no es considerada por el Kremlin como una guerra, simplemente porque Rusia ha decidido autolimitarse en la utilización de todo su poderío bélico, sobre todo el misilístico.
Las inversiones de Europa Occidental en el malogrado Proyecto del Mar Negro explican la frustración y el resentimiento hacia Moscú. Desde la independencia de Ucrania, en 1991, hasta 2022, el Reino Unidos y la UE compraron entre el 36 y el 42 por ciento de todas las exportaciones de Kiev y llevaron a cabo el 75 por ciento del total de las inversiones extranjeras directas. Proyectaron a Ucrania como un espacio de control hegemónico.
Eso explica los primeros conflictos con Washington, cuando en 2014 la entonces subsecretaria del Departamento de Estado Victoria Nuland fue víctima de una filtración telefónica en la que exhibía su desprecio por Bruselas: “¡Al diablo con la UE!”. En aquel periodo, el gobierno de Barak Obama intentaba desplazar a Angela Merkel de su influencia en Bruselas e iniciaba la tarea de quebrar el vínculo energético de Berlín con Moscú.
Lejos de los que se cree, Bruselas gastó más dinero que Washington en empoderar a Kiev para debilitar a Rusia. Desde febrero de 2022 hasta fines de 2024, Kiev a recibido 132 mil millones de euros desde el occidente europeo (Reino Unido inclusive) y unos 100 millones desde Estados Unidos. Los asesores de Trump insisten que ese gasto debe recuperarse y que no puede dejarse a Bruselas el control de Ucrania, porque eso supondría un fortalecimiento de quien considera su súbdito.
Esta misma relación se advierte en el soporte militar brindado a Volodymir Zelensky. Bruselas y Londres despacharon 587 tanques y Washington apenas 76. En artillería de 155 mm la relación también favorece a los continentales: 284 contra 201. Esa superioridad se observa también en los misiles de crucero, en los aviones de combate, en el total de las municiones.
El proyecto de dominio del Mar Negro se articula con la rusofobia ancestral de la Europa occidental, producto de las victorias sobre la invasión sueca en el siglo XVIII, la de Napoleón en el siglo XIX y la de Hitler en el siglo XX. A pesar de que fue Rusia la invadida y atacada en forma sistemática, Bruselas se encarga de demonizar a Vladimir Putin.
Semanas atrás, el director del Servicio de la Inteligencia Exterior (SVR) de la Federación, Serguéi Narishkin , consideró que Bruselas recurre de forma sistemática a los métodos de propaganda de Goebbels “para intimidar a la población europea con la amenaza rusa”, catalogando a Putin como una “amenaza existencial”, luego del fracaso del proyecto Gdansk-Odessa y la derrota militar infringida por Moscú a la OTAN y a las tropas ucranianas, utilizadas como carne de cañón de la ambición occidental.
Cuando Trump asumió que no era posible derrotar a Moscú, apeló a Mao. Mientras tanto, Londres y Bruselas se resisten a aceptar la nueva realidad porque eso supone admitir su derrota, aceptar que ya no pueden controlar la periferia rusa –Georgia y Armenia—, lo que implica posicionarse en el lugar de simples espectadores de decisiones geopolíticas que se toman en otro lado. Esa es la causa por la que Ursula Von der Leyen invita a la población a prepararse para posibles emergencias y catástrofes mediante el acopio de reservas de agua, alimentos y medicamentos: el miedo es lo que autoriza a los vencidos a invertir 800 mil millones de euros en los cinco próximos años para disimular el error de cálculo que motivó la respuesta contundente de la Federación.
Hace unas semanas, el profesor emérito de la Universidad de Montreal Yakov Rabkin definió el la actual situación de Bruselas con una paráfrasis del Carlos Marx: “Un espectro recorre Europa: el espectro de la irrelevancia”. En ese marco, resulta bastante sorprendente el posicionamiento de muchos analistas latinoamericanos que equiparan a Trump con Putin, sin advertir que el primero está motivado en recuperar su primacía hegemónica a nivel global –coartando el meteórico ascenso de China–, mientras que el mandatario ruso busca garantizar la soberanía de su país quebrando el cerco impulsado por la OTAN.
Trump representa, además, a los mega-millonarios que endiosan al mercado, mientras que Putin expresa al gobernante que prioriza el valor de la nacionalidad y los valores patrióticos. Mientras el magnate rubicundo amenaza con el Gran Garrote y postula doctrinas monroístas, Vladimir propone la no-injerencia y la articulación de la Mayoría Global en torno a los BRICS+ ¿Qué tipo de imparcialidad sustentada en equilibrios pseudo-neutrales es capaz de asimilar estos dos posicionamientos?
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)