En las últimas semanas Donald Trump repitió sus promesas de deportaciones masivas, de imponer aranceles a diferentes países, sobre todo a la República Popular China y a México, e insinuó la voluntad de ocupar el Canal de Panamá. Por su parte, el empresario más acaudalado del mundo, Elon Musk –próximo a asumir como responsable de la reducción del Estado dentro de su administración–, se dedicó a impulsar a través de su red social X, a las formaciones políticas de ultraderecha europeas comprometidas en garantizarle las desregulaciones imprescindibles para sus emprendimientos corporativos.

Las andanadas de cariz neocolonial proferidas por el presidente electo, sumadas a las diatribas del empresario nacido en Sudáfrica, aparecen como evidencias indudables de una desesperación geoestratégica, dispuesta a recuperar de cualquier forma una centralidad hegemónica. Mientas Trump busca afianzar la territorialidad geoestratégica –en un remedo devaluado de la diplomacia de las cañoneras–, Musk intenta impedir los debates que se desarrollan en el Reino Unido y en la Unión Europea, ligados al calentamiento global y al control de las Redes Socales, al mismo tiempo que busca beneficios para obtener una posición dominante para sus proyectos aeroespaciales de SpaceX, dejando fuera a posibles competidores.

Ambas áreas repercuten en sus negocios. En el primer caso, por la energía necesaria para alimentar las usinas de Inteligencia Artificial (IA) y el acceso al agua imprescindible para la obtención del litio de forma económica. En el segundo caso, por las multas que se debaten en Bruselas, en el marco del Reglamento de Servicios Digitales, por la inexistencia de control y moderación dentro de la Red X (ex Twitter), que alcanzan los 190 millones de euros.

En ese marco, con claras intenciones de garantizarse el futuro apoyo de las organizaciones más afines a sus negocios, el megamillonario exteriorizó, en los últimos días, su aval a la agrupación neonazi Alternativa por Alemania (AfD), de cara a las próximas elecciones del 23 de febrero, y brindó su solidaridad con el referente de la ultraderecha británica Tommy Robinson, encarcelado por abuso sexual. Mientras tanto, a nivel doméstico, buscará –en tanto funcionario responsable del “desmantelamiento de la burocracia gubernamental”– implementar un ajuste fiscal que le permita garantizar las reducciones impositivas que lo tendrán como beneficiario.

El modelo que proponen Trump y Musk es el del Espacio Vital (en alemán Lebensraum), conceptualizado por el geógrafo alemán Friedrich Ratzel a fines del Siglo XIX y retomado por el Adolf Hitler en forma posterior. Ratzel consideraba a los Estados como organismos vivos que necesitaban crecer y ampliarse como si fuesen seres partícipes de la evolución darwiniana. Si bien su concepción no incluía los aspectos racistas que el nazismo incorporaría décadas después, Ratzel consideraba que Alemania debía acceder a mayores territorios si quería garantizarse los recursos naturales básicos e imprescindibles para su prosperidad futura.

Redes sociales, robótica, industria aeroespacial, inteligencia artificial: las distintas área que han cimentado el pode de Elon-Musk.

En el caso de la pareja de millonarios que asumirá el 20 de enero, las nuevas territorialidades vitales anheladas contienen tanto aspectos geográficos (Canadá, Groenlandia y Panamá, en el discurso de Trump) como digitales, en la aspiración de Musk. Estos últimos incluyen las redes sociales, los entramados satelitales y los cables submarinos de fibra óptica.

Esta geografía digital está profundamente articulada con las interacciones financieras y la profusión de criptomonedas que viabilizan con mayor celeridad la fuga de capitales y la evasión fiscal desde el Sur Global hacia el G7. El ciberespacio que Musk busca controlar es una de las áreas desde las cuales se obtienen las más grandes rentas de la actualidad. En dicho espacio operan, en forma agregada, los datos que permiten la configuración de algoritmos útiles para la manipulación de las conciencias. Dicha Big Data también se utiliza para la vigilancia, las injerencias electorales y la estructuración de la denominada Inteligencia Artificial.

La restauración del modelo neocolonial de control gemelo exige una depredación paralela: la primera –dispuesta por el realismo trumpista– orientada a impedir que Beijing continúe con su crecimiento sostenido –incluso a costa de profundizar el deterioro climático– mediante el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero. En el caso del propietario de Space X, Tesla y la Red Social X, se busca incrementar su capital de 400 mil millones de dólares y al mismo tiempo rentabilizar, en formato financiero, estos intangibles que monetizan la vida.

De esta manera se busca controlar el mundo de la producción de bienes –mediante al robótica, alimentada por IA–, e incrementar al mismo tiempo los ejércitos de desocupados (aletargados o controlados por algoritmos). El actual estancamiento económico de Occidente, el denominado malestar democrático y la frustración autodestructiva que multiplica los discurso de odio están atravesados por esta doble depredación que Trump y Musk pretenden extender. El periplo anacrónico y desesperado que buscan transitar ambos magnates –más allá del éxito propagandístico de corto plazo– parece estar delimitado por una frase de Oscar Wilde: “La ambición es el último refugio del fracaso”.