Trump, hoy más radical, más conservador, ganó con el voto de un tercio del electorado

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Álvaro Verzi Rangel

Aquellos días en que Donald Trump llegaba a la presidencia improvisando han quedado atrás. Los cuatro años dedicados a consumir la derrota -que todavía se niega a reconocer- también le han permitido vengarse. Esta vez está dispuesto a gobernar a su antojo, a la cabeza de un equipo rápido, cuyo principal criterio de selección es la lealtad al líder, que entrará en la Casa Blanca en enero con su programa ya trazado.

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El periodista estadounidense Tucker Carlson lanzó una advertencia: A los enemigos de Trump -“básicamente todo el mundo en Washington, tanto republicanos como demócratas”- les quedan pocas opciones para destruirlo y la única forma que tienen para detener sus planes es desatar una guerra mundial al inicio de su mandato, sostiene.

El expresentador de Fox News señala que las altas esferas políticas de Washington están “muy centradas en la guerra” y no les importa ni la política interna ni arreglar los problemas del país, sino “ejercer el poder en el extranjero: matar gente, porque les hace sentir como Dios, y ganar dinero. Y ahí es donde está el dinero, billones de dólares”.

Las grandes líneas de un gobierno trumpista son bien conocidas: cierre de la frontera sur y expulsión masiva de inmigrantes ilegales con ayuda del ejército, aranceles generalizados a las importaciones, aumento de la explotación de los combustibles fósiles, supresión del Departamento de Educación, mayor control del aparato federal, reducción de la ayuda militar a los aliados, exclusión de los deportistas transexuales del deporte femenino…

“El Donald Trump de 2024 no tiene nada en común con el Donald Trump de 2016”, afirma Romuald Sciora, director del Observatorio Político y Geoestratégico de los EEUU. “Hoy es la encarnación de la derecha más radical, combinada con los flecos religiosos más conservadores. Cree en lo que dice y está rodeado de gente muy seria que tiene un proyecto bien construido”.

La única verdad es la realidad: Trump se prepara así para gobernar como una apisonadora: derribando todo lo que encuentre a su paso. El Partido Republicano está a sus órdenes y tiene mayoría en el Congreso. En cuanto a la Corte Suprema, dominada por seis jueces conservadores frente a tres progresistas, le  ha concedido inmunidad para todos los actos oficiales.

Pongamos las cosas en claro: Donald Trump ganó la presidencia con poco más de un tercio del total del electorado, o sea, una minoría de los que tienen derecho al voto en este país. Nadie duda que ganó, pero ¿expresa la voluntad de la mayoría de los estadounidenses?

Por ende, es falso que la derecha haya triunfado con un gran mandato popular, aun cuando venció ampliamente a la demócrata Kamala Harris. Pero los números reales no habilitan para que analistas dizque progresistas proclamaran que Estados Unidos mostró sus colores verdaderos de país racista, misógino y xenofóbico, entre otras cosas.

No es numerología, sino realidad: Según el New york imes, Trump ganó con uno de los márgenes más reducidos desde el siglo XIX, con ventaja de 1.6 por ciento sobre Harris. La realidad dejó en claro que 40 por ciento del electorado no participó en la elección, lo que cambia el significado del “gran triunfo” del republicano.

Los números señalan que Trump ganó con menos de la mitad de ese 60 por ciento del electorado que sí acudió a votar. Él puede seguir proclamando que “ America nos dio un mandato sin precedente y poderoso”, pero en realidad ganó la presidencia de Estados Unidos con un tercio del electorado (sería muy antipático resaltar que una mayoría abrumadora de dos tercios del electorado no votó por él).

Mirado desde la óptica numérica, si ganó con el voto de apenas un tercio del electorado, ¿se puede considerar que los otros dos tercios integrarán la resistencia a su gobierno? No, claro que no. La pregunta es dónde y cómo se organizará una resistencia teniendo en cuenta que la gran mayoría del país no apoyó su propuesta reaccionaria y neofascista. Apoyó menos aún la propuesta de Harris, claro.

Pero no se trata sólo de una derrota electoral, sino del futuro del país (y quizás del mundo) y una derota de las fuerzas sociales estadounidenses. Y no hay atisbo de una resistencia, porque ya no se trata del mismo juego político de siempre y, por ende,  la respuesta no puede ser más de lo mismo. Hasta ahora la imaginación (y/o planificación) de las fuerzas más democráticas y progresistas apenas alcanza a la próxima elección. Todo parece ser sólo un juego de tronos: la gente no importa.

Trump cuenta la historia de un pasado mítico, el de los Estados Unidos de los años 50, una nación pura, victoriosa, próspera y segura –y no menos jerárquica–. Con ese discurso logró congregar a una «minoría de masas» con ansias refundacionales.

“Trump es un electrón libre. Si la nueva Administración estuviera cerrada con candado por estos think tanks, no habría nombrado a un presentador de Fox News como secretario de Defensa, uno de los puestos más importantes de la Administración”, argumenta la historiadora Françoise Coste.

Hay que tomar conciencia que hasta el momento no hay resistencia al proyecto ultraderechista de Trump, El partido Demócrata aún no deglutió su derrota electoral y está lejos de  reorganizarse… ni surgen líderes que puedan llevar a su resurgimiento. La resistencia podría venir de los círculos empresariales, atemorizados por los impuestos a las importaciones o la expulsión de mano de obra barata indocumentada. Pero, de momento, nadie ha osado inmutarse.

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No parece haber reacción, Ni se ha comenzado  a trabajar con las organizaciones sociales (sindicatos, defensores de derechos civiles, comunidad gay, asociaciones de inmigrantes, de afrodescendientes, ambientalistas, por ejemplo). Por ahora sólo alertas, alarmas y sobre todo sollozos sobre los “terribles” cuatro años que los espera con el segundo gobierno de Trump.

Mientras, Trump constituye su gabinete. Para él, el enemigo interno es toda la amplia gama de opositores a su proyecto. El ex militar que encabezará las fuerzas armadas más grandes del mundo escribió en su libro Cruzada americana, que hay que” humillar, intimidar y aplastar a nuestros opositores izquierdistas” y “derrotar a los enemigos internos de America”.

*Sociólogo  y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

 

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