Recordando a «Georgie» Borges, a 125 años de su nacimiento
Recopilación CLAE
Este sábado 24 de agosto, Día del Lector, cuando se recuerdan los 125 años del nacimiento de Jorge Luis Borges, se llevó a cabo una suelta de poemas en todo el país. La iniciativa, impulsada por la Fundación El Libro y la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), congregó a los amantes de la poesía y a los peatones ocasionales, a los que ya están informados y a los sorprendidos, para que todos se lleven una postal con un poema que no eligieron.
Alejandro Vaccaro, presidente de la Fundación El Libro, señaló que Borges fue un extraordinario escritor, sin dudas, pero insuperable como lector. Tal vez el lector más grande de la historia de la humanidad”, sostuvo y agregó: “la mejor manera de estar en consonancia es invitar a la gente a leer y nada mejor invitarlos con una suelta de poemas, es decir, distribuyendo en forma gratuita poemas o fragmentos de poemas a través de postales”.
20 frases para recordar a Borges
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 en Palermo, Buenos Aires, fecha que se celebra en la Argentina el Día del Lector, desde 2012. Durante esta jornada, muchos aficionados de la literatura repasan su obra y reflexionan acerca de sus aportes a un nuevo estilo fantástico, que revolucionó este género en América Latina. Sus recursos repetitivos abordaban temáticas asociadas con el ser humano, la muerte, Dios y el tiempo.
Desde muy joven demostró su gran interés por la lectura, lo que lo llevó a incursionar en la escritura de ensayos en diferentes revistas literarias. En 1923 publicó su primera obra, un libro de poemas llamado Fervor de Buenos Aires, que le ayudó a ganar popularidad y conocer a algunos autores argentinos, como Adolfo Bioy Casares. Ambos colaboraron en diferentes trabajos.
Borges comenzó a enseñar literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y al poco tiempo fue elegido como presidente de la Sociedad Argentina de Escritores y director de la Biblioteca Nacional. Los años siguientes significaron un gran crecimiento en su carrera como escritor, con el libro Inquisiciones, de 1925, e Historia de una eternidad, de 1936. Alcanzó un reconocimiento internacional con títulos como Ficciones, La cifra y El libro de los seres imaginados. Sin embargo, uno de sus mayores éxitos fue El Aleph, que publicó en 1945 junto a la revista Sur.
A lo largo de su carrera, Borges recibió grandes reconocimientos y fue nominado al Premio Nobel de Literatura en varias oportunidades, aunque nunca consiguió este galardón. Uno de los momentos más importantes de su trayectoria fue en 1979, cuando obtuvo el Premio Miguel de Cervantes, una de las máximas distinciones del habla hispana, por su aporte a la cultura.
Entre 1967 y 1979 mantuvo una relación sentimental con Elsa Helena Astete Millán. A mediados de la década del 70 conoció a María Kodama, con quien inició una relación y se casó el 26 de abril de 1986. El mítico autor argentino falleció el 14 de junio de 1986 en Ginebra, Suiza, donde descansan sus restos.
El trabajo de Borges transformó el género fantástico e impulsó el realismo mágico en Latinoamérica. Sus libros son objeto de estudio e inspiración para millones de personas de todo el mundo. Su lectura resulta fundamental para quienes deseen sumergirse en relatos precisos y detallistas, que replantean la realidad a través de un uso del lenguaje transformador.
20 frases célebres
- “Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”.
- “El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto”.
- “He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz”.
- “La historia es una forma más de ficción”.
- “Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones”.
- “El peor laberinto no es esa forma intrincada que puede atraparnos para siempre, sino una línea recta única y precisa”.
- “Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas”.
- “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.
- “La censura es la madre de la metáfora”.
- “Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”.
- “La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”.
- “Todo lo que nos sucede, incluso nuestras humillaciones, nuestras desgracias, nuestras vergüenzas, todo nos es dado como materia prima, como barro, para que podamos dar forma a nuestro arte”.
- “Solo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece”.
- “La felicidad no necesita ser transmutada en belleza, pero la desventura sí.
- «Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”.
- “Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”.
- “Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única.
- “Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros”.
- “Lo que realmente valoras es lo que extrañas, no lo que tienes”.
- “La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido”.
Borges y él
Felipe Pigna
Georgie, como lo llamaban en su familia, nació en pleno centro porteño en 1899, en una casa con patio y aljibe, pero su infancia trascurrió en Palermo sin vereda de enfrente, en ese barrio poblado de compadritos duros y de cuchillos brillando en mitad de la noche. Jorgito a los 4 años sabía leer y escribir y a los 7 ya había escrito un ensayo en inglés sobre mitología griega. Recorrió Europa junto a sus padres y su hermana Norah y quedó particularmente interesado por aquella mitológica ciudad de Ginebra y por el rico mundo literario español. Llegó al país a los 22 años y reafirmó su pasión por los realistas franceses, los expresionistas y simbolistas, y su profunda admiración por Shakespeare, Schopenhauer, Nietzsche, Chesterton y los clásicos griegos.
Dentro de una Buenos Aires de arrabales míticos, Borges comenzó a bosquejar sus primeras poesías y junto con otros escritores, todos influidos por la novedad del ultraísmo, colaboró en revistas literarias y disfrutó, como quien contempla a un ídolo, de la compañía del escritor y filósofo Macedonio Fernández. Fundó la revista Proa, colaboró en Martín Fierro, La Prensa y luego en Crítica, Sur y El Hogar. A los 24 años publicó Fervor de Buenos Aires, al que siguieron los libros de ensayos Inquisiciones y El tamaño de mi esperanza, entre otros. Es con Historia universal de la infamia, de 1935, que comenzó su etapa como narrador, donde reelaboró “Hombre de la esquina rosada”, relato emblemático de entonación orillera.
La particularidad de los textos borgeanos está en su maestría para crear relatos impecables a partir de especulaciones filosóficas, teológicas e incluso científicas. La mayoría de los cuentos comienzan con la mención a la lectura previa, necesaria e inseparable de la escritura –como bien sabía Pierre Menard–. A partir de la cita verídica o apócrifa de aquello que se leyó o se escuchó es que el Borges narrador comienza a arriesgar intrigas implacables, simétricas y fatales. Son cuentos que muestran que “al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”, representan la idea del tiempo como eterno retorno, un tiempo que disfruta al repetir la historia en la historia y que encuentra su exacerbación cuando la historia copia a la literatura, como sucede en “Tema del traidor y del héroe”. La narrativa de Borges es un gran artificio, un símbolo, construida a la manera de un ensayo en el que intervienen personajes reales y ficticios que se mueven como piezas de ajedrez en un tablero minuciosamente trazado, quizá desde el comienzo de los tiempos.
Borges fue director de la Biblioteca Nacional, profesor de literatura en la Universidad de Buenos Aires y brindó innumerables conferencias, entre ellas las maravillosas Siete noches del Teatro Coliseo. En 1961, compartió con Samuel Beckett el Premio Internacional de Literatura, otorgado por el Congreso Internacional de Editores en Formentor. Este reconocimiento ayuda al incremento de su fama que se va tornando mundial y aumenta aún más luego de la distinción con el Premio Cervantes, promoviendo la traducción de sus obras a más de veinticinco idiomas.
Pese a la ceguera que lo atormentaba desde 1955, Borges no detuvo su labor y reeditó la mayor parte de sus textos, tradujo a sus favoritos, continuó con sus ensayos literarios, dirigió seminarios y agradeció honores internacionales. Partió de este mundo el 14 de junio de 1986 pidiendo descansar eternamente en su querida Ginebra.
*Historiador, divulgador, profesor y escritor argentino, especializado en la historia de su país.
Tener una obra diversificada; de ahí su vigencia
La obra del escritor Jorge Luis Borges, cuyo 125 aniversario se cumple hoy, está más vigente que nunca
; incluso, algunas de sus vertientes han ganado en el mundo mayor fuerza en años recientes, dijo Rafael Olea Franco, especialista en el poeta y crítico argentino.
El autor del libro Borges en México: Un permanente diálogo literario (El Colegio de México), editado recientemente, explicó a La Jornada que aunque muchos aspectos del narrador hace décadas eran visibles, otros han estado arriba en fechas recientes, lo que demuestra su enorme ventaja de tener una obra muy diversificada. Por eso la seguimos leyendo y buscando contenidos y significados
.
Como parte de la conmemoración de Borges (1899-1986), en Argentina se repartirán 300 mil poemas. En Buenos Aires, particularmente en su barrio natal, Palermo, se desarrollarán conferencias, proyecciones, visitas guiadas, mesas redondas, talleres de lectura y tertulias poéticas. En España se realizarán otros tributos al autor argentino, como un recital poético en la Universidad de Murcia.
Entre las vertientes que han ganado fuerza, detalló Olea Franco, está el interés de Borges por “las cuestiones de la historia; en algún momento se llegó a decir que él estaba desligado de ella, sobre todo, con relación a Hispanoamérica y nuestra cultura. No es así, realmente estaba atento, si bien sus características físicas, sobre todo la ceguera de la etapa madura de su vida, le impedían estar al tanto.
“Curiosamente, ha habido coincidencias de la obra de Borges, por ejemplo, con el desarrollo de las series televisivas sobre vikingos, que el narrador desde la década de 1930 venía rescatando. Era gran admirador de la sagas islándicas, y escribió sobre ellas; incluso, en el libro Antiguas literaturas germánicas hay esa presencia.”
El doctor en lenguas romances añadió que “la persistencia de series y películas que hablan de los mundos paralelos, viajes en el tiempo y demás, es muy borgiana. Ha ayudado a esta permanencia de Borges, no digamos la fractalidad, cuya idea ya está en su obra; por ejemplo, en aquel mapa de Inglaterra que él decía era tan preciso que contenía la idea del mapa dentro del mapa y así sucesivamente.
Es una literatura que, de modo distinto, puede seguir diciendo algo a los lectores, y eso se refleja en que no sólo los escritores tengan esta relación con su obra, sino más amplios grupos de lectores. Durante décadas, sobre todo al principio, se dijo que era un escritor para escritores; han pasado los años y ahora lo es también para muchos lectores, por fortuna.
El profesor investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, quien ha escrito también El otro Borges: El primer Borges afirmó que la característica principal del autor de Ficciones es que es un pensador, lo cual “explica no sólo su vigencia en el ámbito hispanoamericano, sino mundial.
“Reflexiona sobre el yo y el tiempo, y encarna ese pensamiento en los textos mismos. Aspectos filosóficos como la paradoja de Zenón de Elea está puesto en funcionamiento narrativo en el cuento La muerte y la brújula: la posibilidad de dividir de manera infinita una mitad en otra mitad.
“La cuestión del yo, algo que le preocupó mucho y es de actualidad en nuestra cultura. Borges tiene muchísimos textos en los que juega con ella, y con el otro que se encuentra consigo mismo. En uno muy curioso, titulado Veinticinco de agosto, 1983, aborda la idea de ese encuentro con otro yo en el sueño. Había prometido suicidarse en la fecha de su cumpleaños; es decir, un 24 de agosto, y llega el 25 de agosto; no lo hizo.”
Olea refirió que la virtualidad del escritor se nota en su recepción: “Michel Foucault, en Las palabras y las cosas empieza diciendo que lo que lo llevó a escribir ese libro fue un ensayo de Borges. Tenemos otros homenajes: Umberto Eco en El nombre de la rosa. Tiene gran difusión”.
México y el escritor
La relación del sudamericano con México tiene un momento importante en los años 40. Cuando el poeta y crítico Xavier Villaurrutia reseñó Ficciones (1944) y agradeció un libro de imaginación, donde lo que se dice en el texto no está basado en una percepción de una realidad cotidiana inmediata, sino que es pura imaginación
, contó Olea Franco.
Significó una renovación, que tenía que ver también con algo que detectó el muy joven José Emilio Pacheco, quien recordó su experiencia de la segunda mitad de 1950, y dijo que Borges le había enseñado que las otras literaturas pueden servir de alimento de la literatura propia, lo que se llamó después la relación intertextual.
El Premio Nacional de Ensayo Literario Alfonso Reyes 2003 relató que podría decirse que el alumno más destacado de Borges fue Pacheco, “pero Juan José Arreola desarrolla temas paralelos y se puede ver una confluencia muy fuerte. Ahí hay una gran influencia y la importancia de la definición de un modo de escritura. Eso sucede también con Carlos Fuentes.
“Fuentes dice que al leer a Borges, en los años 40, en Argentina, decidió su vocación literaria, y que podía escribir en español. Con Juan Rulfo y con Octavio Paz la relación es muy distinta. Lo que intenté ahí (en Borges en México: Un permanente diálogo literario) fue un estudio distinto: no podía partir de declaraciones de Rulfo, pero sí de los indicios de que formó parte del primer grupo de jaliscienses que leyeron a Borges y de que en su biblioteca había varias obras de él.
Con Octavio Paz, continuó el académico, hay un diálogo que llamo inconcluso, porque fue intermitente y tuvo altibajos. Los dos son escritores extraordinarios, maravillosos, pero a veces hubo diferencias que tuvieron que ver con su forma de ver la literatura
.
Ser soñados por Borges
Borges, una vida ilustrada», de Miguel Rep y Verónica Abdala
La noticia seguramente funcionó como resto diurno para el sueño. A mis 20 años, desencajada por una sensibilidad en apuros y una inestabilidad intelectual que me acomplejaba, estaba más concentrada en comprender la irreductible obra de Borges que en sumirme en los cotilleos de su intimidad familiar que entonces desparramaban los medios de comunicación. Aunque esto último poco me interesaba, admito que Borges era popularmente conocido por algunos datos que le dieron auge a su figura: su notable memoria y su ceguera, sus controvertidas opiniones políticas, el Premio Nobel que nunca recibió, su reciente y sorpresivo casamiento con su joven exalumna María Kodama y su decisión de morir en Ginebra, como correspondía a un intelectual de su alcurnia y, además, mal patriota.
El común de la gente que veía los noticieros asimilaba como definitivas esas ideas sostenidas en el prejuicio y algunos datos de escaso valor, porque Borges había habilitado, de alguna manera, esos pequeños gestos de su vida: recibía en su casa a todo el mundo. Literalmente. Y “todo el mundo”, por lo general, no le inquiría acerca de su pasión por Shakespeare y Dante, por Las mil y una noches y La Odisea, o sobre su debilidad filosófica hacia Spinoza y Schopenhauer, o sobre Macedonio Fernández y Evaristo Carriego, sino que le preguntaban por los acontecimientos de la coyuntura que, digámoslo en su estilo, durante unos cuantos años fueron fatalmente desdichados. Y Borges, también admitámoslo, no reflexionaba a la altura de los acontecimientos. Pero lo cierto es que su escritura le debe todo al castellano que supo reinventar su pluma excelsa, a su genuino interés por la argentinidad y cierta historia heroica proveniente de sus ancestros patricios, algunos de los cuales habían participado en las guerras de la independencia americana y, sin duda, a su fervoroso culto a Cervantes.
Cuando leí dos de las cerca de diez biografías que se escribieron alrededor de su figura, la de María Esther Vázquez y la de Horacio Salas, me despaché con algunos detalles inquietantes que hasta hoy generan escozor. “Sorpresivamente –cuenta Vázquez en Borges. Esplendor y derrota–, el 26 de abril de 1986 se anunció que Borges, de 86 años, y María Kodama, de 49, se habían casado por poder en Colonia Rojas Silva, un poblado del Chaco Paraguayo de apenas dos o tres casas, un destacamento militar, un mínimo de habitantes y a donde llegaba un avión una vez por mes.
“Hacía diez años y siete meses, desde septiembre de 1975, que Kodama lo acompañaba en su internacional destino de hoteles, de viajes y de premios y que administraba sus entradas.”
Según desarrolla Vázquez, el casamiento nunca tuvo validez legal porque está plagado de irregularidades que ahora sería muy extenso de explicar. Lo más evidente es que Borges nunca se había divorciado legalmente de Elsa Astete Millán, la única mujer con la que había contraído matrimonio legal, en 1967, y de quien se separó en 1970 sin jamás tramitar el divorcio. Sin embargo, refugiada detrás de unas cuantas falsedades, Kodama tomó decisiones que dejaron a los familiares y amistades de Borges en ascuas.
“El mismo día del sepelio en Ginebra –continúa Vázquez–, apareció en el diario La Nación de Buenos Aires una carta de Norah: ‘Me he enterado por los diarios que mi hermano ha muerto en Ginebra, lejos de nosotros y de muchos amigos, de una enfermedad terrible que no sabíamos que tuviera. Me extraña mucho que su última voluntad fuera ser enterrado ahí, ya que siempre quiso estar con sus antepasados y con nuestra madre en la Recoleta (no en el cementerio británico como dice el apoderado).’”
La presencia de Kodama en la vida de Borges ha dado que hablar. En 1975, Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la fiel empleada doméstica de la familia que vivía en el hogar desde hacía alrededor de cuarenta años, le sugirió a Borges que eligiera, de entre sus alumnas de anglosajón, a María Kodama para acompañarlo en sus viajes, ya que sus sobrinos no podían asumir esa dinámica que iba in crescendo.
Los 70 fueron acaso los años más activos de Borges en cuanto a viajes y reconocimientos internacionales. Fue la década del Premio Cervantes (1979), por nombrar el más destacado, y de seis doctorados honoris causa por parte de las universidades más importantes del mundo (Oxford, Columbia, Yale, La Sorbona, Michigan), además de ser convocado para impartir sus brillantes conferencias.
Borges, limitado por una ceguera heredada de su padre, necesitaba ayuda. Así que Kodama se entrelazó en su vida de un modo asfixiante y sospechoso. Vázquez denuncia, eludiendo cierta subjetividad a partir de una rigurosa investigación sobre el entorno de Borges, que Kodama le arrancó su mundo afectivo: lo alejó de sus amistades, lo instigó a modificar el testamento (en el de 1979 le dejaba a Fani una parte de su dinero y luego, en el de 1985, la desheredó totalmente y la hizo echar de su casa de Maipú 994 a través de un oficial de Justicia, cuando Borges estaba ya moribundo en Ginebra), cambió sin consultar su histórico médico de cabecera y también su abogado. Se apropió de la vida de Borges como si de un objeto costoso se tratara. Ni siquiera declaró públicamente –ni a la familia ni a la prensa– sobre la enfermedad que aquejaba al escritor: un cáncer hepático.
Aunque se le había contraindicado viajar en ese estado, Kodama y Borges partieron a mediados de noviembre de 1985 hacia Italia, respondiendo a una de las tantas invitaciones que recibía por aquellos tiempos. A mediados de diciembre, ambos se instalaron en Ginebra. De ahí en más, internaciones y salidas hasta que finalmente Borges murió, en un apartamento alquilado, el 14 de junio de 1986. Nada de esto, parece, había sido planificado por el autor de El Aleph.
El poema de los dones
A mediados de la década del 50, Borges quedó definitivamente ciego. Podría tomárselo como una fatalidad, ya que se trataba de un lector obsesivo que consideraba que el tiempo en el que no leía era un tiempo perdido. “Pero tal vez porque se venía preparando lentamente para esas tinieblas, pudo resignarse”, reflexiona Horacio Salas en Borges. Una biografía. Y cita textualmente el testimonio: “Mi ceguera había avanzado gradualmente desde mi infancia. No había nada particularmente patético o dramático en ella. A partir de 1927 sufrí ocho operaciones quirúrgicas en los ojos, pero al finalizar la década del 50, cuando escribí mi ‘Poema de los dones’ ya estaba totalmente ciego”.
En 1955, el gobierno militar que había volteado a Perón en la Revolución Libertadora lo designó director de la Biblioteca Nacional. “Amante y descubridor de las paradojas –continúa Salas–, pensó en ese universo de ochocientos mil volúmenes al alcance de su mano, a los que no podría acceder nunca más, y escribió uno de sus textos más dramáticos y conmovedores: ‘Nadie rebaje a lágrima o reproche / Esta declaración de la maestría / De Dios, que con magnífica ironía / Me dio a la vez los libros y la noche’”.
La ceguera –acaso la gran paradoja borgeana–, lejos de separarlo de la literatura, lo acercó más, permitiéndole agudizar la memoria y esculpir el lenguaje con una precisión de orfebrería. Le leían y copiaban lo que él dictaba. Su madre, doña Leonor, durante más de una década, hasta su muerte, en 1975. Y más tarde, algunos de sus amigos más cercanos, como María Esther Vázquez, recibieron, diríamos hoy, ese privilegio.
Al cargo de director de la biblioteca, ubicada entonces en la calle México, se sumó otro fundamental en 1956: la cátedra de Literatura Inglesa y Norteamericana en la Universidad de Buenos Aires. A esa altura llevaba publicados alrededor de diez libros de ensayos, entre los que se destacan Discusión, Historia de la eternidad y Otras inquisiciones, los libros de cuentos Historia universal de la infamia, El Aleph y Ficciones, entre otros, además de los tres primeros libros de poesía: Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno San Martín. De aquí en más, la carrera de Borges fue en ascenso a nivel mundial. Despacio, en silencio, pero contundentemente y sin retroceso posible.
Poeta por antonomasia
Borges cultivó formalmente tres géneros: el poema, el cuento y el ensayo. Sin embargo, como escribí en la edición 2.356 de Caras y Caretas, de agosto de 2019, a lo largo de toda su obra encontraremos potentes versos donde no hay poema. La alucinante singularidad de Borges, hay que admitirlo, radica en que nos somete siempre a dos tipos de discursos supuestamente incompatibles (al menos desde la perspectiva platónica): el del logos (el pensamiento) y el poético, que implica dejarse llevar por un zumbido de “balas en la tarde última”. “¿Qué raíz tienen en nosotros pensamiento y poesía? No queremos de momento definirlas, sino hallar la necesidad, la extrema necesidad que vienen a colmar las dos formas de la palabra”, se interpela la filósofa malagueña María Zambrano. Cuál de las dos es la más imprescindible, insiste.
Y Borges viene a decirnos que ambas: ambas ensambladas. Borges desafía y las reúne (como antes lo hicieron Heráclito, Lucrecio, Séneca, Dante). He aquí una de sus singularidades indeclinables. Si aislamos algunas de sus frases, no sabremos –salvo que conozcamos de memoria– si pertenece a un poema, a un ensayo o a un cuento. Pero se da en la escritura borgeana algo que mortifica al pensamiento y engrandece a la poesía: el ritmo.
Borges en el lente de Sara Facio
El ritmo asume su preferencia por la poesía y Borges asume su preferencia por el ritmo, siempre. “El ritmo en un discurso puede tener más sentido que el sentido de las palabras”, exacerba el poeta y filósofo francés Henri Meschonnic, y nos convence. Leamos el comienzo de su paradigmático cuento “Las ruinas circulares”: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del sur”. Marquemos el ritmo de las frases, cerremos los ojos y escuchemos cómo en cada compás el lenguaje arma su estrategia sonora.
Contra la novela
Hemos escuchado, más de una vez, empobrecidas declaraciones por parte de políticos, periodistas o gente de cierta popularidad en los medios asegurar que habían leído alguna de las novelas de Borges. O algo cercano a esto. La broma es: Borges nunca escribió una novela. Cómo puede ser que un autor tan famoso, tan nombrado, no haya escrito una novela, el género que se lleva puestos a todos los bestsellers. Y sí: Borges no escribió novelas. Nunca. Ni siquiera, parece, lo intentó. Se rumoreaba que su ceguera lo conminó a concentrarse en el texto breve. Más fácil para la memoria y el dictado. Sin embargo, en Siete conversaciones con Borges, de Fernando Sorrentino, Borges declara que nunca le interesó escribir novelas.
“Yo creo que si empezara a escribir una novela, me daría cuenta de que se trata de una tontería y que no la llevaría hasta el fin. Posiblemente esto sea una invención de mi haraganería. Pero creo que Conrad y Kipling han demostrado que un cuento corto –no demasiado corto–, lo que podríamos llamar long short story, puede contener todo lo que contiene una novela, con menos fatiga para el lector (…) La ventaja esencial que le veo al cuento es que puede ser abarcado de un solo vistazo. En cambio, en la novela se nota más lo sucesivo. Y luego está el hecho de que una obra de trescientas páginas no puede prescindir de ripios, de páginas que sean meros nexos entre una parte y otra. En cambio, en un cuento, todo puede ser esencial, o más o menos esencial o –digamos– puede parecerse más a lo esencial.”
Primeras décadas del siglo XX
El Borges famoso que todos recuerdan (el exacto de mi sueño) puede describirse como un anciano que lleva incorporado a su cuerpo un delicado bastón; de párpados temblorosos siempre a punto de cerrarse y una sonrisa cálida, que imprime ternura a una inteligencia desafiante y lírica. Se observa, en su postura,
cierta lejanía con el mundo. La oscuridad del entorno sin duda lo empuja hacia dentro de sí. En un caso como el de Borges, con una imaginación filosóficamente desmesurada, ese estado de solipsismo lo ha conducido a acurrucarse en su mundo interior de lenguas antiguas y mitologías, desde donde discurrir y soñar.
Bioy Casares y Borges pasean por la rambla de Mar del Plata junto a Victoria Ocampo y otra amiga
Pero existe un Borges anterior. Un Borges más joven que veía y leía por sus propios medios. Que formó parte de los más importantes movimientos literarios de las primeras décadas del siglo XX, como el ultraísmo. Que escribió en Revista de Occidente, dirigida por Ortega y Gasset, en España. Que fundó las publicaciones Prisma y luego Proa. Que formó parte del grupo Florida e integró la redacción de la revista Sur que dirigía Victoria Ocampo. Y que escribió, mucho antes, innumerables artículos para El Hogar. Que tradujo a Whitman, a Kafka, a Faulkner, a Melville, a Virginia Woolf. Un Borges que se enamoraba de mujeres esquivas y fracasaba pronto. Ese Borges que compartía largas caminatas, e incluso la escritura (crearon juntos Seis problemas para don Isidro Parodi, magníficos cuentos policiales), con su gran amigo Adolfo Bioy Casares. Ese Borges que estudió alemán a los 18 años para leer a Schopenhauer.
Nadie sabe qué sucede en el momento de morir. Pero Borges, que lejos de esquivar el tema lo enfrentaba con animoso lirismo, nos deleita con uno de los finales más hermosos sobre la vida de un hombre. Me refiero al escritor estadounidense, precursor de Melville según el propio Borges, Nathaniel Hawthorne, autor de “Wakefield”. Y con esto cerramos este artículo: “Su muerte fue tranquila y fue misteriosa, pues ocurrió en el sueño. Nada nos veda imaginar que murió soñando y hasta podemos inventar la historia que soñaba –la última de una serie infinita– y de qué manera la coronó o la borró la muerte. (…) Muerto Hawthorne, los demás escritores heredaron su tarea de soñar”.
Josefina Delgado: “Ningún rasgo de soberbia o de autoritarismo”
Borges por Hermenegildo Sábat, un grande visto por otro grande
–¿Cómo se puede caracterizar el arte de la escritura en Borges?
–Arte proviene del latín ars, que significa habilidad adquirida con esfuerzo para generar un efecto estético. En el caso de Borges, su escritura ha sido el trabajo y el esfuerzo incansable desde que, siendo chico, traduce “El príncipe feliz”, de Oscar Wilde. Fue a través de su padre, que dirigió sus lecturas y, según ha contado él mismo muchas veces, leyó y comentó algunos de sus trabajos. En la casa de los Borges había reuniones a las que iban otros escritores, y entre ellos destaco a Macedonio Fernández, porque ha sido un modelo para la literatura de Borges. Hay en el epistolario de Macedonio una carta dirigida a Borges que puede leerse como clave de algunas de las teorías formales del escritor. También a través de Macedonio penetra en el pensamiento de William James, y es sabido que ha sido influido por los filósofos griegos, y otros tales como Kant, Leibniz, Spinoza, Hume, Berkeley, a los que califica como “los mayores maestros del género fantástico”. Sin duda su participación en la tertulia creada por Rafael Cansinos Assens, en Madrid, y con quien continuaría conectado luego de volver a Buenos Aires, le permitió acoplarse al ultraísmo. Toda su obra configura un cuerpo orgánico, donde suelen conectarse a través de los géneros y de los distintos libros una serie acotada de tópicos, temas y procedimientos. Sus temas son los de un filósofo: el tiempo y la eternidad, los dioses y la existencia de Dios, el destino del hombre, el ser del hombre, la presencia de la muerte y, ya en lo más humano, la amistad y el coraje.
–¿Cómo se unieron en Borges las diversas lenguas para dar lugar a la construcción de su lenguaje?
–En su país natal sin duda fue el castellano su primera lengua. Pero él mismo cuenta que con su abuela Fanny Haslam hablaban en inglés y él creía que esa era una lengua de respeto a los mayores. Luego descubriría que se trataba de otra lengua. Sin duda su juventud errática, junto con su familia, contribuye a la diversidad: estudia en Ginebra entre 1914 y 1918, y allí aprendería francés y también latín. Luego España: Mallorca, Barcelona, Madrid. Una estancia breve en Lisboa, viaje por Italia. Por su cuenta aprendió alemán, leyendo a Heine, lo que luego le permitiría ir a las lenguas anglosajonas.
Y siempre fue un muchacho ávido de conocimiento, construyendo una lengua literaria propia que se ha enriquecido por los significados de las otras lenguas, y por las lecturas tempranas de Homero, Cervantes, Quevedo, Dante, Joyce y los escritores y filósofos ingleses. Que luego atravesarían su obra. Es interesante advertir que Borges escribió poesía y textos en prosa antes que sus ficciones, es decir, trabajó la lengua antes de sumergirse en la construcción de tramas ficticias.
–¿Cómo fue escribir con Borges?
–La editorial Círculo de Lectores, para la que yo trabajaba, propuso editar varias obras de Shakespeare con un prólogo suyo. Tuve que ir a plantearle el tema, y recuerdo que ese día me impactó que su mantel –estaba desayunando– fuera la réplica de una bandera británica. Allí quedamos en que volvería a llamarlo hasta poder organizar nuestros horarios de trabajo. Tuve que llamarlo varias veces antes de empezar a trabajar, hasta que un día me dijo que fuera ya. Había estado unos días antes para explicarle cuál era la propuesta de la editorial: trabajar conmigo en un prólogo a obras de Shakespeare.
Me esperaba en su escritorio. Me acuerdo de cierta coquetería: “¿Qué piensa hacer conmigo?”. Y entonces comenzaron los tres meses más importantes de mi formación intelectual. Borges, sentado a un costado, perdía sus ojos vacíos y pensaba en voz alta. Sobre todo, me hacía sentir imprescindible, porque no tenía ningún rasgo de soberbia o de autoritarismo. El “a usted le parece mejor así” era constante, y dejaba abierta la posibilidad de opinar como si uno mismo fuera su otro yo, un yo crítico. Trabajar conmigo le gustaba, nos divertíamos imaginando el estupor de los editores al comprobar que, después de casi un mes de trabajo, apenas habíamos terminado media página.
Todas las mañanas yo tenía que leer en voz alta lo que habíamos escrito, y muchas veces rehacíamos frases, eliminábamos otras, y mi sensación era que no terminaríamos nunca. Borges me mostraba que solamente importa haber leído, haber sabido leer, recordar lo importante y saber asociarlo en el momento oportuno. Alguien le preguntó qué pediría si se le concediera un deseo. “La vista, por supuesto. Para poder leer.” Yo dije: “Claro, lo demás no importa”. Y él dijo: “Cómo no va a importar. Me gustaría por ejemplo verla a usted”. Le pregunté cómo me veía. Y me dijo: “Un óvalo de claridad”.
Uno de los temas sobre los que conversamos fue el de los desaparecidos. Aquel era el momento en el que las Madres de Plaza de Mayo y las Abuelas libraban su batalla más importante. Muchas veces vi en la casa de la calle Maipú alguna mujer de pañuelo blanco que le llevaba una carta o un álbum de fotografías. Fue generoso con las Madres, y duro con los militares que afirmaron que los desaparecidos no eran 30.000. Y entonces pactamos nuestros almuerzos. Caminábamos menos de una cuadra hasta el restaurant y esto podía ser una experiencia tan intensa como oírle contar anécdotas de su adolescencia en Ginebra, o su predilección por los barrios alejados de Buenos Aires.
En el primer almuerzo, al pedir la cuenta, yo, tontamente, ofrecí pagar mi parte y él se rio de mí. Me acuerdo cómo, una mañana, yo llegué un poco melancólica y él me preguntó qué me pasaba. A continuación, la pregunta fue si yo era cobarde en el amor. Y así fue como supe el final de su breve historia matrimonial, de la que escapó por no atreverse a decirle a su mujer que no quería seguir casado con ella. Aprendí a distinguir en Shakespeare las metáforas legales, a encontrar el sonido adecuado a los dos registros del inglés, el latino y el sajón. Borges leía en voz alta algunos versos, sobre todo de Macbeth, con ese inglés fuerte y varonil de su voz. Un día, ante mi asombro, inventó un personaje a quien citar.
Lo hizo con humor, buscando sorprenderme, y cuando me di cuenta de que estaba asistiendo a uno de los mecanismos preferidos de Borges, no supe qué decir. “Nadie se va a dar cuenta –dijo él–. Primero creerán que es alguien a quien solamente yo conozco. Vamos a darles un poco de trabajo”. Releyendo su prólogo ahora no puedo identificar cuál es la fuente falsa. Algunas de sus citas parecen tan verdaderas, y otras no pueden ser corroboradas. Preguntaba cómo eran sus amigos, a los que no podía ver, y luego supe que a otros les preguntaba por mí. A veces se levantaba desanimado y decía: “Un hombre como yo, viejo, ciego”. Una vez hablábamos de Alicia Jurado, y él dijo que tenía un hermoso pelo largo. A continuación me preguntó cómo era el mío. La pregunta me molestó, sentí que se transgredía el límite de la amistad.
“Muy corto”, dije yo, mintiendo. No sé si me creyó. Creo que no, porque se puso de pie y me tomó del pelo. La sorpresa me impidió hablar. Como si hubiéramos sido los personajes de una novela inglesa, ninguno de los dos dijo nada y seguimos trabajando. Un 13 de diciembre, después de haber trabajado casi tres meses, dimos por terminadas las catorce páginas del prólogo. Borges me dio ese día, como recuerdo, una edición del Quijote, de la editorial Espasa-Calpe. Un poco antes me había regalado la edición francesa de sus prólogos: Livre de préfaces, suivi de: Essai d ́autobiographie. Una edición de Gallimard, 1980. El final del trabajo era el final de nuestra amistad. Sin embargo, no fue así. Su cordialidad no le permitía perder la amistad de nadie, y pude volver en otras ocasiones. Para conversar, para leerle algo, llevando a amigos como el escritor chileno Jorge Edwards, que no lo conocía, en compañía de José Donoso, que compartió con Borges y conmigo un jurado de cuento. Una de las virtudes que siempre resaltó en los argentinos fue el don de la amistad.
–¿Qué libros de Borges ejercen influencia en usted y por qué?
–Sin duda los libros que más me han influido en cuanto a pensamiento sobre la ficción son Ficciones y El Aleph. Pero prefiero mencionar aquellos cuentos suyos que no puedo dejar de releer y recomendar. “El inmortal”, “El jardín de senderos que se bifurcan”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “El milagro secreto”, “La muerte y la brújula”, “Emma Zunz”, “La busca de Averroes” y su poesía casi toda. Un recorrido por sus libros: Ficciones, El Aleph, El hacedor, El informe de Brodie, El libro de arena. Y desde luego El tamaño de mi esperanza, Inquisiciones y Otras inquisiciones.
*Escritora, traductora y profesora , también gestora cultural y personalidad destacada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Egresada de Letras (UBA), profesora, crítica literaria, escritora, y actuó en la gestión pública en el ámbito de bibliotecas, archivos y patrimonio. Es autora de Escrito sobre Borges
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