Argentina: ¿No al adoctrinamiento, pero sí al pensamiento único?
Carlos Ciappina
En Argentina, cada tanto se renuevan sorprendentes debates y discusiones que – y no es precisamente un hecho para ufanarse- no se dan en ningún lugar del mundo. Por ejemplo, el debate sobre la existencia o no de las universidades públicas.
Si estimado/a lector/a, el actual gobierno de ultra derecha – con la ayuda de los medios de comunicación hegemónicos y las legiones de trolls que amplifican los designios gubernamentales- ha logrado instalar un debate que nadie está dando en el mundo: ¿Son necesarias las universidades? ¿Son valiosas las instituciones de investigación estatales vinculadas a ellas? En definitiva el debate busca – desde las lógicas del proyecto del actual gobierno – preparar el terreno para reducir al mínimo la presencia de las universidades públicas en la vida social y cultural y, eventualmente, de ser posible cerrarlas.
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En este proyecto de destrucción planificada que ya se ha cobrado la vida institucional de áreas emblemáticas del entramado estatal de nuestro país (INADI, TELAM, INAI, ANSES, y la lista sigue…) los argumentos contra el funcionamiento de las universidades públicas adquieren nueva – y penosa – vida: que la gratuidad genera un despilfarro de dineros públicos; que la cantidad de universidades públicas – en particular en el conurbano – es excesiva para las demandas de la sociedad argentina; que la tasa de recibidos es exigua comparada con la cantidad de ingresantes y otros argumentos por el estilo, que acentúan las críticas y no señalan las evidentes fortalezas y contribuciones sociales de un sistema universitario público como el argentino.
De entre todos los argumentos denigratorios hay uno que ha comenzado a ser utilizado abundantemente por funcionarios del actual gobierno, por el periodismo hegemónico y las redes sociales: en las universidades públicas se “adoctrina”, o sea, se forman fanáticos/as cuyo único interés es “hacer política” y no “estudiar”. Para lanzar semejante afirmación se requieren tres condiciones no excluyentes: ignorancia, interés político o mala fe. Estas notas van dirigidas a las dos primeras categorías.
Un poco de historia
La historia de las universidades es, precisamente, la de la lucha contra el adoctrinamiento. La primera universidad del mundo – Qarawiyyin – la fundó Fátima al-Fihri, una mujer musulmana, en lo que hoy es Marruecos en el año 859. Aún hoy sigue vigente y funcionando. En esa universidad musulmana estudiaron también judíos y hasta algún Papa.
De adoctrinamiento, poco y nada. En Occidente, la primera universidad fue la de Bolonia (año 1088) y ostenta desde sus inicios el carácter de pública (sin que a nadie en Italia se le ocurra sugerir su cierre o reducción). Las universidades posteriores – públicas o vinculadas a la Iglesia – tomaron el formato de Bologna y Oxford (1100 aprox.) o Salamanca (1218). En todos los casos las universidades promovieron el cuestionamiento más o menos profundo de las doctrinas imperantes en la época, en especial hacia el saber como mera repetición o la aceptación sin cuestionamientos de los dogmas (religiosos o cientificistas).
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En América Latina, los españoles – siguiendo el formato salamanquino – crearon muy tempranamente universidades: la primera en la Isla Española (1538) y la segunda en la Real y Pontificia Universidad de San Marcos (1551) en el Perú. El aporte de las universidades – aún en su formato colonial – a las luchas emancipatorias fue decisivo: frente al adoctrinamiento de los monarcas absolutos, las universidades latinoamericanas formaron luchadores por la emancipación y la libertad.
La idea del adoctrinamiento y las dictaduras
En América Latina y en particular en la Argentina, la lógica del “adoctrinamiento” está vinculada específicamente a la Doctrina de la Seguridad Nacional y las dictaduras militares de los años 1960 y 1970 que asolaron el continente.
En nuestro país la dictadura de Onganía (1966-1970), por ejemplo, en su afán por controlar el “adoctrinamiento” comunista, peronista , radical y/o socialista generó la mayor fuga de investigadores/as de nuestro país luego de reprimir – a los bastonazos – a los docentes e investigadores de la UBA.
La dictadura de Jorge Rafael Videla “El Proceso” (1976-1983) utilizó la lógica del “adoctrinamiento” para vincular a la universidades con la “infiltración comunista”: miles de docentes, no docentes y estudiantes fueron detenidos, expulsados, perseguidos y asesinados. Varias carreras – y aún facultades – fueron cerradas y un rígido sistema de ingreso promovió un despoblamiento masivo de lo que hasta ese momento eran las mejores universidades públicas de América Latina. El actual gobierno libertario no ha descubierto nad , muy por el contrario, ha vuelto a traer a la vida un viejo y remanido argumento dictatorial.
Los modos del cogobierno y la autonomía
Un aspecto no menor que evita el “adoctrinamiento” es, precisamente, la forma de organización y funcionamiento que tienen las universidades públicas en la Argentina. Este es quizás uno de los aspectos menos conocidos por la población en general: las universidades argentinas tienen autonomía y libertad académica, donde conviven facultades , institutos y observatorios de las más diversas orientaciones ideológicas y político-académicas.
El funcionamiento de las universidades públicas se desarrolla en un intrincado proceso del que participan todos los estamentos universitarios (docentes, no docentes y estudiantes). Basta con ingresar a cualquier universidad pública para comprender que lo que prima es la diversidad de opciones políticas (incluyendo ya, hoy en día, a las organizaciones de estudiantes mileístas).
Basta con recorrer cualquier programa de cualquier carrera y materia que sea para comprender que la diversidad de miradas y bibliografía anida en las diversas instancias universitarias.
Las universidades públicas no dependen – como en el Poder Ejecutivo – de una sola persona, y las políticas de enseñanza e investigación no están sujetas a la aprobación estatal, sino al cogobierno autónomo.
Las usinas políticas del ajuste y la desestructuración del Estado confunden pues – por ignorancia o mala fe – tomar posición fundamentada frente a un tema, a cualquier tema con “adoctrinamiento”; como si un investigador/a o docente universitario debierán carecer de opinión personal o posicionamiento frente a un determinado campo de estudio o investigación.
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En las universidades públicas conviven cientos de organizaciones políticas – desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda – y resulta imposible alcanzar uniformidad de criterios perspectivas y análisis. Esa es, precisamente, la mayor riqueza y aporte democrático de las universidades públicas al conjunto de la sociedad.
Los estudiantes son seres pensantes
Todavía falta analizar un aspecto de la lógica del “adoctrinamiento”: presupone un estudiante universitario incapaz de pensar por sí mismo. El estudiante “adoctrinado” es parte de la concepción profundamente retrógrada que considera a los jóvenes como objetos inermes de la “manipulación” docente.
Toda la experiencia de la militancia en las universidades públicas señala lo opuesto: los/as jóvenes han sido usualmente los primeros cuestionadores de los intentos por homogeneizar el pensamiento, las lecturas y las líneas de investigación. Más que objetos de adoctrinamiento, los/as estudiantes son sujetos garantes para evitar la misma.
Contradicciones y distopías orwellianas
Para concluir estas breves notas, convendría analizar desde dónde se cuestiona el supuesto “adoctrinamiento”. Paradojalmente, quienes buscan y denuncian desembozadamente un adoctrinamiento que no es tal , lo hacen desde lo que se ha dado en llamar el “pensamiento único”: los luchadores contra el adoctrinamiento piensan que la historia está concluida y que la totalidad planetaria ha ingresado a una etapa superior de la historia de la mano de la globalización, el neoliberalismo y la liberación absoluta de las fuerzas del mercado.
Para este pensamiento, toda propuesta, señalamiento y/o cuestionamiento del orden global capitalista y neoliberal es un intento de los populismos socializantes por entorpecer la marcha de la historia. No hay nada más allá de este esquema simple: más capitalismo, mas globalización y menos Estado.
Los denunciadores del adoctrinamiento son pues, precisamente, los promotores de una nueva verdad única que viene siendo propalada – ahora sí, a modo de doctrina – desde las usinas mediáticas, periodísticas y desde las redes sociales y políticas.
Como en una reedición de la distopía orwelliana 1984, aquellos que vienen a instalar una doctrina de pensamiento único como única y absoluta verdad, son los que señalan con el dedo acusador a quienes siguen batallando por la diversidad y la pluralidad. ¿O será que las universidades públicas son, en vez de adoctrinadoras, el verdadero obstáculo insuperable para instalar – por fin – una única forma de ver y entender el mundo.
*Doctor en Comunicación, docente de la Universidad Nacional de La Plata. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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