En la senda del pensamiento de «Che» Guevara

1.116

Janette Habel, Michael Löwy, Samuel Farber-

En esta reseña crítica de Che Guevara. Ombres et lumières d’un révolutionnaire (París, Ed. Syllepse, 2017) —traducción al francés de la obra original en inglés de Samuel Farber The Politics of Che Guevara: Theory and Practice (Chicago, Haymarket Books, 2016)—, Janette Habel y Michael Löwy, dos conocidos estudiosos de la Revolución cubana y en particular del pensamiento de Ernesto «Che» Guevara, analizan algunos de los juicios históricos y errores de interpretación a que da lugar lo que consideran el enfoque sesgado con el que Farber aborda la vida, la personalidad, la actuación y el pensamiento de Guevara y que hacen que la obra esté «plagada de acusaciones falsas, inexactas y caricaturescas». A continuación publicamos la respuesta de Samuel Farber a estas críticas.

Che Guevara:

pensar en tiempos de revolución

Janette Habel, Michael Löwy

Las manifestaciones ocurridas en Cuba el 11 de julio de 2021 pusieron de manifiesto la gravedad de la crisis por la que atraviesa la isla. Desde el triunfo de la Revolución cubana, nunca antes había experimentado el país dificultades económicas, sociales y políticas tan dramáticas, excepción hecha de los años posteriores a la caída de la URSS, durante el llamado «período especial», el cual estuvo marcado por carencias de todo tipo. La muerte de Fidel Castro en 2016 y el retiro de Raúl Castro en 2021 dieron paso a un nuevo Ejecutivo. Si bien esa transición generacional transcurrió sin sobresaltos, su legitimidad está lejos de haberse afianzado e incluso comienza a verse cuestionada, como demuestran las protestas más localizadas que se han sucedido en todo el país desde aquel 11 de julio contra la escasez de alimentos o medicinas y los prolongados cortes de electricidad, como lo atestiguan numerosos sitios web independientes, blogs y testimonios en redes sociales desde que estos hechos comenzaron a difundirse por todo el territorio nacional. Las nuevas generaciones de cubanos tratan de reevaluar el pasado y de reexaminar el relato de la historia revolucionaria, a fin de comprender y dilucidar los impasses de la hora, más de 60 años después del derrocamiento de la dictadura de Batista.

En ese contexto, ha aflorado de nuevo el legado político y teórico de Ernesto «Che» Guevara, asesinado en Bolivia a la edad de 39 años. Al tiempo que sigue vedado el acceso a no pocos de sus numerosos escritos, la última carta que le escribiera a Fidel Castro en vísperas de su salida definitiva de Cuba, el 25 de marzo de 1965, no se publicó hasta 2019, es decir, 54 años después [1]. Más que de una carta, en realidad se trata de un documento analítico de gran envergadura. En octubre de 1965, durante la presentación nominal del nuevo Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC) —en el que no figuraba Ernesto Guevara—, Fidel Castro dio lectura a una carta de despedida del Che, sin que en esa ocasión hiciera referencia alguna a esa otra, mucho más extensa. En esta última, calificada por Guevara de «crítica constructiva», se hace sin ambages un análisis de los desórdenes económicos y organizacionales que afectaban el cuadro general del país en aquellos primeros años de revolución y se arroja luz sobre las concepciones políticas del Che respecto de la economía de la transición al socialismo y sus discrepancias con el sistema soviético.

Seis décadas después, Cuba ya no es la misma. Pero los últimos escritos del Che, con su crítica del régimen soviético y su concepción ética del ejercicio del poder, resuenan entre las nuevas generaciones que se cuestionan el pasado. En contraste, la mayoría de los opositores al régimen impugnan al Che y desfiguran su legado. En ese empeño no se encuentran solos. Otros, desde la izquierda, les tienden una mano.

A continuación reseñaremos Che Guevara. Ombres et lumières d’un révolutionnaire [Che Guevara. Sombras y luces de un revolucionario] (París, Ed. Syllepse, 2017) [2], de Samuel Farber, quien se presenta como crítico «marxista» de Guevara. No es que no sea perfectamente legítimo examinar los errores o limitaciones de Guevara. Pero la obra de Farber, por el saldo en general negativo de su evaluación, está plagada de acusaciones falsas, inexactas y caricaturescas. El libro, publicado inicialmente en 2016 en inglés y en 2017 en francés, insiste principalmente en las «sombras» y muy poco en las «luces».

¿Una tradición «marxista clásica»?

Samuel Farber nos remite a una presunta «tradición marxista clásica» en la que se reconoce: «Mis raíces políticas se hunden en la tradición marxista clásica [3] que antecedió al estalinismo en la Unión Soviética» —escribe. En cambio, «si bien Ernesto Che Guevara era un revolucionario honesto y consagrado, no poseía la formación marxista clásica de Lenin, que hacía suyo el legado democrático del ala radical de la Ilustración»[4].

La Revolución cubana nació en unas circunstancias históricas y geopolíticas peculiares que hicieron posible la victoria de un proceso revolucionario imprevisto en un país —una isla— en que no se esperaba que ello ocurriera: a 90 millas del flanco sur de los Estados Unidos, en pleno Mediterráneo americano, donde el fatalismo geográfico parecía vedar toda posibilidad de emanciparse de la tutela estadounidense. Sin embargo, fue en esa isla donde tuvo lugar la primera revolución socialista del continente —en sus orígenes, una rebelión armada contra la dictadura de Batista—, en ese «extremo occidente»[5] latinoamericano. La especificidad del proceso revolucionario cubano, la organización de una guerra de guerrillas acompañada de insurrecciones cívicas, su radicalidad, la envergadura del apoyo popular que recibió y la originalidad de un liderazgo aparentemente inclasificable desde el punto de vista ideológico hacen de ese proceso un caso singular en la historia de las revoluciones. Es menester situar a la Revolución cubana en su propia perspectiva histórica, en lugar de remitirla a las invariantes de «un marxismo clásico» que existiría en todo tiempo y lugar.

La de Cuba fue «una rebelión contra (…) los dogmas revolucionarios»[6], escribió el Che. Revolución que vino a hacer valer la predicción del gran marxista latinoamericano José Carlos Mariátegui, quien escribió que el socialismo en América Latina no debía ser «calco y copia» sino «creación heroica»[7]. En cuanto a Lenin —a quien Samuel Farber se remite como referente del «marxismo clásico»—, escribió lo siguiente en Cartas desde lejos: «Si la revolución triunfó tan rápidamente y —aparentemente, para quienes se contentan con una mirada superficial— de manera tan radical, fue sólo porque, debido a una situación histórica en extremo original, se unieron, en forma asombrosamente “armónica”, corrientes absolutamente diferentes, intereses de clase absolutamente heterogéneos, aspiraciones políticas y sociales absolutamente opuestas»[8].

Análisis que podría aplicarse, un siglo después, palabra por palabra, a la Revolución cubana.

Una ruptura generacional y política

Biografia de Che Guevara [Ernesto Guevara]Fue en un contexto político nacional e internacional excepcional que se forjó una nueva generación revolucionaria, cuya conciencia política se radicalizaría bajo la presión de los acontecimientos. En aquellos años 50 del siglo pasado, emergía y se politizaba una nueva generación, joven y combativa, en Cuba y otros países del Tercer Mundo. El ascenso de las luchas de liberación nacional, la Conferencia de Bandung y la Guerra Fría configuraban una nueva realidad histórica. En América Latina, las revelaciones del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) habían debilitado a los ya de por sí poco influyentes partidos comunistas.

En esa coyuntura, que poco tenía que ver con el llamado «marxismo clásico» que reivindica Farber, nació el Movimiento 26 de Julio (M-26-7), que tendrá su acto fundacional en el cruento asalto al cuartel Moncada. Procedentes de las filas del Partido Ortodoxo, que era un partido nacionalista, Fidel Castro y los dirigentes del M-26-7 encarnaban la revuelta de la juventud ante la pasividad de los demás partidos políticos, expresaban la voluntad de derrocar a la dictadura de Batista, pero también de liberarse de la corrupción y la dominación que desde hacía tanto imponía el poderoso vecino del Norte.

Farber caracteriza a esos jóvenes rebeldes como «’desclasados’, en el sentido de que estaban desvinculados de la vida organizacional de las clases trabajadoras, medias y altas de la sociedad cubana»[9]. Señalemos que reducir la sociedad cubana de la época a las «clases trabajadoras, medias y altas» es, cuando menos, esquemático. Lo más significativo, sin embargo, es el análisis del 26-M-7 en cuanto «movimiento pequeñoburgués», en contraste con la caracterización posterior que hace Farber del Partido Socialista Popular (PSP) —denominación que ostentaba entonces el partido comunista cubano— como partido obrero. ¡Extraña interpretación del marxismo que hace de un movimiento pequeñoburgués el promotor y agente de una revolución socialista!

Como señala el escritor francés Robert Merle, quien a principios de los años 60 del pasado siglo permaneció en La Habana mientras realizaba investigaciones, «entre los reclutados por el Movimiento después del Moncada ocuparán un lugar muy importante los campesinos, una vez que [el Movimiento] logre establecerse en la Sierra Maestra. Por eso llama tanto más la atención el hecho de que antes del Moncada el movimiento fuera casi totalmente proletario»[10]. Añadamos que en Cuba son históricos los vínculos de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) con el movimiento obrero, lazos que se remontan a la época de la llamada revolución «del treinta» que puso fin a la dictadura de Gerardo Machado y marcó la entrada en la escena política cubana del entonces sargento-taquígrafo Fulgencio Batista. En diciembre de 1955, la FEU había apoyado activamente la huelga de los trabajadores bancarios, así como la gran huelga de los trabajadores azucareros [11].

Por último, Farber parece ignorar la trayectoria ideológica recorrida por Fidel Castro. Ya en 1953-1954, mientras se encontraba en la cárcel, se refiere a Marx y define una estrategia y un pensamiento políticos que nada tienen de «pequeño burgués». Cita El 18 Brumario de Luis Bonaparte —«un trabajo formidable»— y escribe que en éste «Karl Marx ve el resultado inevitable de las contradicciones sociales y la pugna de intereses (…) Desde aquí termino de forjar mi visión del mundo»— concluye [12]. No obstante, Farber insiste en sostener que la revolución «fue llevada a cabo por un movimiento multiclasista bajo un liderazgo compuesto por desclasados»[13].

Che, «bohemio»Che Guevara | Biography, Facts, Books, Fidel Castro, & Death | Britannica

Según él mismo declara en la introducción de su libro, Farber se propone «disipar muchos de los mitos habituales»[14] que rodean al Che. Propósito loable, habida cuenta de lo mucho que se ha distorsionado la personalidad de Guevara. Pero lejos de contribuir a ello, lo curioso es que, ya desde el primer capítulo, Farber se dé a la tarea de examinar «los orígenes bohemios del pensamiento político del Che», «su formación bohemia»[15], que Farber contrapone a sus propias «raíces políticas». El adjetivo «bohemio» aparece nueve veces en el primer capítulo, para una media de una vez cada tres páginas, y un total de dieciocho en todo el libro. Para comprender el sentido despectivo de ese término, hay que compararlo con la caracterización que hace Farber del Movimiento 26 de Julio como movimiento pequeño burgués, que agrupa a «desclasados» y «aventureros»[16], esos mismos «aventureros» que llevaron a cabo una de las revoluciones socialistas más importantes del siglo XX; razón suficiente para revisar la «tradición marxista clásica» que reivindica Farber.

Como suele ocurrir, en cada momento histórico, cada generación se forja un instrumento político diferente. Es lo que ocurrió con el M-26-7. La incomprensión de que da muestras Farber proviene de su visión dogmática —podría decirse que hasta pobre— de las premisas del Movimiento 26 de Julio, de sus orígenes, de su orientación, de su líder Fidel Castro y de la influencia política que junto con éste ejercería un argentino, Ernesto Guevara, a quien aquel conocería en México. Pero a esos calificativos añade Farber una falsedad: «Guevara […] en cambio, se formó en el legado político de un marxismo estalinizado»[17] y «sus miras revolucionarias eran por tanto irremediablemente (sic) antidemocráticas»[18]. Ahora bien, nada en la infancia del Che, en su círculo familiar, en su trayectoria, guarda relación alguna con ningún «marxismo estalinizado».

Su viaje en motocicleta a los 23 años junto con Alberto Granado da fe de la evolución de su pensamiento político y de su radicalización, itinerario que culminará con su experiencia del fracaso de la revolución en Guatemala, las lecciones que extrae de la acción del Partido Comunista guatemalteco y sus intercambios con su compañera peruana Hilda Gadea, cercana a los círculos trotskistas de Perú. Como señala Gadea, hablando del Che, «su verdadera transformación se inició [en Guatemala], a pesar de que [para el momento en que fue derrocado el gobierno del Presidente Arbenz] él tenía ya una buena formación teórica marxista»[19].

Así lo confirma el exdiplomático cubano Raúl Roa Kourí: «Por esa época [en Guatemala], el Che poseía ya una formación política de avanzada; sobre todo, convicciones claras respecto a la raíz de nuestros males en la explotación imperialista y la dominación de una burguesía extranjerizante y dependiente (…) Puede decirse que, en lo fundamental, su pensamiento se orientaba hacia el marxismo desde esa época. Admiraba la Revolución de Octubre y conocía el leninismo»[20]. Tras su encuentro con Fidel Castro y el M-26-7, el Che se compromete por primera vez con un movimiento político. Hasta entonces no había sido miembro de ningún partido comunista.

En México, se entrena junto a los demás miembros del M-26-7. Fidel Castro se dispone a desembarcar en las costas cubanas en noviembre de 1956 para organizar el derrocamiento de la dictadura. El desembarco no se producirá ni en la fecha ni en el lugar previstos y se saldará con la pérdida de numerosas vidas. Entre quienes logran sobrevivir se cuenta Guevara. Tenía 28 años cuando se inició la lucha armada en la Sierra Maestra y no conocía Cuba. Más tarde escribiría: «Con ese espíritu inicié la lucha: honradamente sin esperanza de ir más allá de la liberación del país, dispuesto a irme cuando las condiciones de la lucha posterior giraran hacia la derecha (…)»[21].

Cuando llegó por primera vez a La Habana en diciembre de 1958, como comandante del Ejército Rebelde, coronado por el halo de sus impresionantes victorias militares, Ernesto Guevara tenía 30 años. Venía de compartir con Fidel Castro dos años de lucha en la Sierra Maestra, dos años de reflexión e intercambio. Su pensamiento está en plena evolución. Se declara marxista y cree durante un breve período que podría encontrar en los países del Este, «detrás de la llamada cortina de hierro»[22], referencias útiles para la construcción de otra sociedad. Las desilusiones no tardarían en llegar, ni tampoco las críticas.

En 1960, escribió: «[A Fidel Castro] lo seguíamos, éramos un grupo de hombres con poca preparación política, solamente una carga de buena voluntad y una ingénita honradez»[23]. En cuanto a la citada carta en la que se refería a los países situados «detrás de la llamada cortina de hierro», pronto cambiaria de opinión. Más tarde mencionaría su errónea percepción inicial de Fidel Castro, a quien habría considerado entonces «un auténtico líder de la burguesía de izquierda», cuyas convicciones y cuya visión estratégica antimperialista habría subestimado en medio de un proceso que desembocaría en una revolución «herética»[24].

Revalorización del viejo partido estalinista (PSP)

Che Guevara: pensar en tiempos de revolución - Jacobin RevistaSi, por un lado, Farber achaca al Che, ese pequeñoburgués bohemio, su deuda con «un marxismo estalinizado», por el otro cataloga al viejo partido comunista cubano, el PSP, de partido «obrero», cuyo carácter estalinista y la gravedad de cuyos errores políticos Farber subestima. En 1959, para Moscú y el movimiento comunista internacional, la Revolución cubana, primera revolución socialista victoriosa en América Latina no dirigida por un partido comunista, era toda una herejía. El ascenso de los partidos comunistas latinoamericanos se vio siempre obstaculizado por su alineamiento dogmático y su subordinación con respecto a Moscú, esa «tradición marxista clásica», alejada del marxismo heterodoxo del peruano Mariátegui.

En realidad, es Farber —y no Guevara— quien rehabilita el papel del PSP en la Revolución cubana. Según Farber, «el PSP (…) desempeñó un papel fundamental en el proceso revolucionario cubano, sobre todo después del triunfo de la revolución»[25]. Incluso llega a defender al PSP de la acusación de reformismo, al afirmar que «en el transcurso de la Revolución Cubana, ninguna figura importante del PSP mostró la menor inclinación o el menor compromiso de preservar el statu quo capitalista»[26].

Discrepamos de esa positiva evaluación del papel desempeñado por el viejo Partido Comunista estalinista en Cuba. Tras la victoria revolucionaria de 1959, el PSP se opuso firmemente, en nombre de la doctrina estalinista de la revolución por etapas, al giro socialista de la Revolución cubana. Bastará un ejemplo para ilustrar esa actitud: en agosto de 1960, cuando el gobierno revolucionario cubano comenzó a intervenir empresas y a expropiar a los grandes propietarios cubanos, en un incipiente giro anticapitalista, he aquí lo que Blas Roca —no una «figura importante», sino el secretario General del PSP— dijo en la VIII Asamblea Nacional del Partido:

(…) en la etapa actual, democrática y antimperialista, es necesario — dentro de los límites que se establezcan— garantizar los beneficios de las empresas privadas, su funcionamiento y su desarrollo (…). Ha habido excesos, ha habido intervenciones abusivas que se habrían podido evitar (…). Intervenir en una empresa o una fábrica sin que haya razón suficiente no nos ayuda, porque eso irrita y vuelve contra la revolución (…) a elementos de la burguesía nacional que deben y pueden mantenerse del lado de la revolución en esta etapa (…)[27].

Pero eso no es todo. Por esa misma época, el PSP publicaba un panfleto titulado Trotskismo: Agentes del imperialismo, en que proclamaba:

Los provocadores trotskistas mienten cuando dicen que «el pueblo cubano está incautándose de los bienes de propiedad imperialistas y de sus aliados nacionales». Eso es lo que dicen cada día la AP, la UPI y demás voceros imperialistas. Pero es falso (…)[28] .

Citas que ilustran lo lejos que se encontraba el PSP —como otros tantos partidos comunistas latinoamericanos— de grandes marxistas del continente como Mariátegui.

Esos juicios se inscriben en una continuidad política. Ya en un artículo de Carta Semanal, la revista del PSP, publicado el 3 de septiembre de 1953, es decir, cinco semanas después del asalto al cuartel Moncada, cuando decenas de jóvenes habían sido asesinados por la policía de la dictadura, el PSP condenó públicamente la acción de los asaltantes en estos términos:

Todo el mundo sabe que el Partido Socialista Popular ha sido el más resuelto oponente de las aventuras, el que más empeño ha tomado en mostrar a las masas que ese es un camino falso. Todo el mundo sabe que el Partido Socialista Popular es el único que ha señalado el camino justo para resolver la crisis cubana: el camino de rechazar resueltamente las aventuras, el terrorismo y las «expediciones», el camino de rechazar las «componendas» y el aislacionismo[29].

Los años 60 y la construcción de un nuevo partido: la influencia cada vez mayor del PSP

El Che Guevara y los trotskystas cubanos - En Defensa del MarxismoDesde los primeros años de la Revolución, la cuestión de la organización de un nuevo partido estuvo en el orden del día. A juicio de Fidel Castro, era necesario reunir y unificar a las tres corrientes políticas que habían contribuido, en distinto grado, a la victoria —el M-26-7, el Directorio Revolucionario y el PSP—, sin por ello dejar de asegurar, al mismo tiempo, la hegemonía del M-26-7.

A pesar de todo, Moscú y el movimiento comunista internacional desconfiaban de los dirigentes cubanos, al tiempo que depositaban su confianza en el PSP. La construcción del nuevo partido sería larga y difícil y pasaría por varias etapas. Los sucesivos proyectos de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y posteriormente del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) no bastaron para alcanzar ese objetivo. No fue hasta 1965, seis años después de la toma del poder y tras largas negociaciones, que se inició la construcción del nuevo PCC. Pero esta vez su primer secretario no sería Blas Roca sino Fidel Castro[30].

Para ilustrar la manera en que se concebía ese nuevo partido, cabe recordar las palabras de un instructor político del PSP, Gaspar Jorge García Galló, en las que se proclamaba la supremacía duradera del PSP y de sus cuadros sobre el Movimiento 26 de Julio, lo cual habría de generar numerosas tensiones. En un discurso dirigido a militantes del partido en la Escuela de Instrucción Revolucionaria Leoncio Guerra, titulado «El Partido del proletariado y del pueblo», García Galló recordaba el hecho de que el 26 de Julio no era un partido marxista-leninista que se rigiera por normas leninistas de organización y que en su seno coexistían varias corrientes y fracciones de derecha, de centro y de izquierda, aunque todos aceptaran el liderazgo de Fidel.

En cuanto al acercamiento entonces en marcha entre las tres corrientes políticas —el M-26-7, el PSP y el Directorio Revolucionario— agrupadas en las ORI, destinadas a fundar el futuro partido único, García Galló anticipaba las normas de funcionamiento del nuevo partido: sus miembros debían ser disciplinados, seguir las orientaciones recibidas como un soldado cumplía las órdenes de sus superiores y luchar sin cuartel contra todo tipo de actividad fraccional[31]. Será esa concepción, heredada del estalinismo, la que se imponga durante la formación del futuro PCC, a despecho del pluralismo político inicial.

Sus vínculos con la URSS propiciarán que el PSP se haga con el control del aparato burocrático y explican las numerosas crisis que surgieron y que marcaron la primera década revolucionaria. Las normas de funcionamiento del PCC no volverán a sufrir cambios. Y Fidel Castro terminará por adaptarse a la situación. El Che se distanció cada vez más del control ejercido por el PSP y de la influencia cada vez mayor de las concepciones soviéticas en los planos económico, político y cultural.

Alegaciones infundadas

Contrariamente a las infundadas alegaciones de Samuel Farber de que «las ideas políticas del Che se asemejaban Rendirán homenaje a Massetti en Argentina | Cubadebatemás a la militancia ultraizquierdista del llamado Tercer Período de la Internacional Comunista (Comintern) de finales de los años 20 y 30 [que a las maniobras políticas propias de la doctrina del Frente Popular]»[32], bastaría comparar brevemente las ideas de Guevara con las del estalinismo del llamado Tercer Período para revelar la inanidad de semejante argumento.

Uno de los principales aspectos del estalinismo entre 1929 y 1933 fue la negativa a ver en el fascismo y el nazismo al enemigo principal. De hecho, en Alemania y en otros lugares los estalinistas consideraban que la socialdemocracia —definida como «socialfascismo»— era el mayor enemigo del movimiento comunista, con consecuencias catastróficas para los trabajadores y para la humanidad. Fue esa la característica más importante y decisiva del Tercer Período de la Comintern y la razón por la cual, ya en 1933, Trotsky llegaría a la conclusión de que era necesaria una nueva internacional.

En los años 30, el Partido Comunista de Cuba, antecesor del PSP y fiel discípulo de Moscú, había aceptado sin reservas las consignas de la III Internacional sobre el «socialfascismo» y la lucha de «clase contra clase», lo que lo condujo, como a los demás partidos comunistas del subcontinente a adoptar una política sectaria y estéril y a rechazar toda colaboración con otras fuerzas políticas de izquierda. Los comunistas cubanos, por ejemplo, no participarían en las luchas que derrocaron a la dictadura de Machado.

¿Es posible encontrar algo similar en Guevara? ¿Consideraba éste que las dictaduras militares de América Latina, apoyadas por el imperialismo, no eran el principal adversario que combatir? ¿Definía a los partidos socialistas —por ejemplo, en Chile o Argentina— como al principal enemigo? ¿Utilizó alguna vez el término «socialfascismo» para referirse a socialdemócratas o reformistas?

El Tercer Período del estalinismo no constituyó un «giro a la izquierda» en política exterior sino un período de brutal represión de la disidencia, en que miles de opositores comunistas, entre ellos Trotsky, sus compañeros y sus partidarios fueron enviados a campos de concentración en Siberia y, a veces, asesinados. También fue ese el período en que se exterminó a millones de campesinos acusados de «kulaks». ¿Alguna similitud con Guevara?

¿Son las opiniones del Che sobre economía política equiparables con las de la industrialización soviética a marcha forzada de 1929-33? Recordemos que Ernest Mandel, economista marxista, visitó Cuba en 1964[33] invitado por Guevara y que Mandel había escrito un artículo en que apoyaba las posiciones del Che en el debate económico que entonces tenía lugar en Cuba. Al parecer, Mandel no era consciente de que las de Guevara eran opiniones propias… del estalinismo del Tercer Período. Por otro lado, otro economista marxista, Charles Bettelheim, había criticado duramente las tesis de Guevara, calificándolas de heréticas y de «no marxistas» por estar en contradicción con… las teorías económicas de Stalin[34].

Según Farber, «el estalinismo del Tercer Período, el maoísmo y el guevarismo mantenían una postura más agresiva y revolucionaria hacia el capitalismo, como parte de su intento por extender su forma de dominación de clase más allá de sus propios países»[35]. Desde luego, el «internacionalismo» del discurso estalinista durante el Tercer Período, o del maoísmo en los años 60 o 70, no era más que un instrumento al servicio de los intereses de las burocracias soviética y china, respectivamente. ¿Cabe hacer extensiva esa actitud al internacionalismo de Guevara? ¿Es de alguna pertinencia para sus intentos revolucionarios internacionalistas en el Congo o en Bolivia, que en ambos casos culminaron en la derrota? ¿A qué intereses burocráticos servía cuando, en cuanto argentino, decidió unirse a los revolucionarios cubanos en 1956?

Para concluir sobre esta cuestión, nada impide hacer un examen crítico de las posiciones de Guevara, cosa que él mismo alentaba en sus debates con sus colaboradores del Ministerio de Industrias[36]. Pero la analogía artificial, por no decir calumniosa, con el estalinismo del Tercer Período es la forma más segura de pasar por alto lo esencial. No sólo no podemos identificar al Che con las razones que condujeron al fracaso de la Unión Soviética, sino que, además, un cuarto de siglo antes de la desaparición de la URSS y de la caída del Muro de Berlín, el Che previó la crisis y el colapso del régimen soviético y avizoró la restauración del capitalismo en la Unión Soviética y en los países del Este europeo.

El Che y el gran debate económico: transición al socialismo y subdesarrolloSocialismo y Che Guevara

Es a la luz de su experiencia en el ejercicio del poder que el Che analiza los problemas y las dificultades de la transición al socialismo en Cuba. La relectura de sus últimos textos en el gran debate económico que lo opuso a los partidarios de las reformas liberales soviéticas en los años 60, su ensayo El socialismo y el hombre en Cuba[37], de sus últimos discursos, en particular el que pronunció en Argel en 1965, y de sus Apuntes críticos sobre el Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS[38] ilustran su visión premonitoria de los graves problemas a que se enfrentaba la Unión Soviética y de las dificultades que probablemente sobrevendrían en Cuba por su dependencia económica y financiera de Moscú.

El gran debate de 1963 y 1964 en el Ministerio de Industrias, que dirigía el Che, versaba en lo fundamental sobre la construcción del socialismo y la planificación y organización de la economía durante la transición al socialismo en una isla pequeña y dependiente, sometida a las presiones del mercado internacional, cuyo desarrollo se veía obstaculizado por un drástico embargo económico y comercial impuesto por la primera potencia económica mundial. Más allá del debate teórico sobre la persistencia de categorías mercantiles y de la ley del valor durante el período de transición, en el seno del gobierno cubano iban a surgir distintos enfoques políticos, al tiempo que en los años sesenta los economistas soviéticos Evsei Liberman y Vadim Trapeznikov presentaban propuestas de reformas económicas basadas en el mercado. Tras observar la ineficacia de los métodos de gestión utilizados en la URSS, Liberman y Trapeznikov sometieron a crítica la planificación basada en normas imperativas que ellos consideraban demasiado restrictivas. Para remediarlo, propusieron que entre los criterios de la buena gestión empresarial se reintrodujera la ganancia.

El debate tuvo lugar en La Habana paralelamente con la introducción de esas reformas en la URSS. La isla se enfrentaba entonces a la necesidad de redefinir una estrategia de desarrollo económico y social ante el reto de la inserción en una economía capitalista globalizada. A ello se sumaba la dificultad —escribió entonces Ernesto Che Guevara— de que, «empezábamos todos nosotros el aprendizaje de esta marcha hacia el comunismo»[39], al mismo tiempo que «la economía política de todo este período [de transición] no se había creado»[40].

Samuel Farber consagra más de 20 páginas de su libro a ese debate económico. Para empezar, afirma que «el Che llegó a concebir el socialismo sobre la base de la planificación económica centralizada y del rechazo de la competencia y la ley del valor»[41]. Sólo que Farber no ha leído bien los escritos del Che, quien, por el contrario, al respecto de la aplicación de la ley del valor en el socialismo, y en respuesta a un artículo de Alberto Mora titulado «En torno a la cuestión del funcionamiento de la ley del valor en la economía cubana en los actuales momentos», expresó:

Cómo manejar conscientemente el conocimiento de la ley del valor (…) es uno de los problemas más serios planteados a la economía socialista (…). No se está impugnando la vigencia de la ley del valor, se está considerando que esta ley tiene su forma de acción más desarrollada a través del mercado capitalista y que, [dadas] las variaciones introducidas en el mercado por la socialización de los medios de producción y de los aparatos de distribución, conlleva cambios que impiden una inmediata calificación de su acción (…)[42]. Cuando aceptamos la vigencia de la mercancía no aceptamos la vigencia principal del mercado (…) como organizador de la economía nacional[43].

Lejos de las afirmaciones de Farber, he aquí los comentarios matizados de uno de quienes se opuso al Che en aquel debate, el exministro Carlos Rafael Rodríguez, quien subrayó la complejidad de la polémica: «La teoría de eliminar la ley del valor no la planteaba el Che como absoluta, esto es interesante recordarlo, puesto que nosotros admitimos la vigencia de la ley del valor a ciertos efectos. Él decía que la ley del valor no podía ser rectora de la actividad económica, que nosotros teníamos condiciones creadas por el socialismo para manipular la ley del valor, para utilizarla en beneficio del socialismo. Creo que esto es importante (…) Porque, efectivamente, no se trata, como algunos de los defensores del cálculo económico de aquel período trataron de establecer, de la defensa absoluta de la vigencia de la ley del valor y de la inevitabilidad del mercado, sino de la utilización de la ley del valor bajo control, tomando en cuenta fundamentalmente los elementos impuestos por la responsabilidad de la economía de nuestros tiempos, en nuestro país»[44].

Farber lanza acusaciones contra concepciones atribuidas por otros al Che, sin primero corroborarlas. Señalaremos tres.

«Su crítica del mercado capitalista y de la competencia, que tienden a cosificarlo todo, y su elogio del compromiso altruista con la colectividad, sientan las bases de una utopía reaccionaria que trata de emular formaciones sociales precapitalistas»[45]. ¿En qué lugar podemos encontrar en Guevara referencia alguna a «formaciones precapitalistas»? ¿En qué sentido los pronunciamientos del Che en contra del mercado capitalista y en favor del compromiso altruista son «una utopía reaccionaria»?

Farber no ofrece ninguna explicación ni cita ningún texto del Che en apoyo de tan extraña acusación. José Carlos Mariátegui, en los años 20 del pasado siglo, solía referirse al colectivismo de las formaciones precapitalistas y consideraba que el ayllu tradicional —comunidad rural precolombina— podía ser un punto de partida para la movilización de los campesinos en un movimiento socialista moderno. No obstante, Mariátegui no era ningún «reaccionario», si bien algunas de sus opiniones fueron tildadas de similares a las de los «populistas» (narodniki) por los estalinistas. No sabemos si Guevara compartía esas ideas de Mariátegui, pero sólo los estalinistas podían haberlas considerado propias de una «utopía reaccionaria».

Según Samuel Farber, en sus Apuntes críticos sobre el manual soviético de economía política, al referirse a las prioridades económicas, Guevara «[da] a entender que ello sería decidido exclusivamente por el Partido Comunista en el poder»[46]. Sólo que en sus Apuntes críticos, mantenidos en secreto por las autoridades cubanas hasta principios de la década de 2000, el Che escribía exactamente lo contrario cuando sostenía que el plan debía concebirse «como una decisión económica de las masas, conscientes de su papel (…). Sе ha visto una cosa fundamental, algo que era elemental, la importancia, el entusiasmo que tiene la gente cuando sabe que va a elegir a sus representantes»[47]. En esa misma línea, Farber acusa a Guevara de «evitar y rechazar la elección por el pueblo de sus representantes»[48]. Esa lectura inexacta queda desmentida por la crítica que hace Guevara de los sindicatos y de la intervención del Partido:

Aquí la democracia sindical es un mito, que se dirá o no se dirá, pero es un perfecto mito. Se reúne el Partido, entonces propone a la masa a ‘fulanito de tal’, candidatura única, y de ahí en adelante salió aquel elegido; una con mucha asistencia, otra con menos asistencia, pero en realidad no ha habido ningún proceso de selección por parte de la masa[49].
E insiste:

Es algo que a nosotros nos tiene que llamar la atención desde el (…) punto de vista institucional, que es el hecho de que la gente tiene necesidad de expresarse, tiene necesidad de un vehículo para expresarse. Nosotros tenemos que reflexionar sobre este asunto (…) [el de establecer] un vehículo de democracia necesario para las nuevas instituciones que hay que crear.[50]

También criticó a la burocracia sindical que se había creado y que no quería volver a trabajar con las manos[51] y subrayó que «el trabajo de la C[entral de] T[rabajadores de] C[uba] ha dejado mucho que desear en los últimos tiempos»[52]. La relación entre el socialismo y el hombre ocupaba el centro de sus preocupaciones. Decir que a los ojos de Guevara correspondía exclusivamente al Partido Comunista en el poder adoptar las más importantes decisiones económicas es faltar a la verdad.

Para Farber, en escritos del Che como El socialismo y el hombre en Cuba, «reina un silencio ensordecedor (…) sobre el aumento sustancial de los bienes de consumo y, de manera más general, sobre la elevación del nivel de vida del pueblo»[53]. El propio Farber contradice esa afirmación. Varias decenas de páginas antes, observa que, como Ministro de Industrias, Guevara se había propuesto «aumentar en más del doble el nivel de vida de los cubanos en sólo cuatro años»[54].

Si bien es cierto que, como Guevara admitió más tarde, ese plan no era realista, queda demostrado que «el aumento sustancial de los bienes de consumo» no era algo que estuviese en absoluto fuera de su concepción del socialismo («el guajiro también aspira a tener televisión»[55], apunta). Del mismo modo, conforme a su costumbre de reconocer los errores cometidos, reiteró la necesidad de vivienda para los cubanos y lamentó que la construcción de viviendas no dejara de disminuir, con lo cual estaba haciendo una crítica implícita a los errores de planificación y a las decisiones de otros ministerios[56]. Cabe señalar, de paso, lo decisiva que es la planificación para el Che, extraña preocupación para una mente «bohemia».

«A mediados de 1961, [Guevara] anunció, en nombre del gobierno revolucionario, un plan económico cuatrienal muy poco realista cuyos objetivos eran fantasiosos»[57], escribe Samuel Farber, a modo de ilustración del «voluntarismo» del Che. Pasemos por alto el hecho de que esa decisión se había adoptado «en nombre del gobierno» encabezado por Fidel Castro, alguien que no se dejaba imponer decisiones con las que no estuviese de acuerdo, sobre todo teniendo en cuenta que el intento de industrialización rápida que se hizo al principio de la Revolución respondía al compromiso contraído por el propio Fidel en 1953, en su alegato de defensa La historia me absolverá y, luego, por la dirección del M-26-7 en la Sierra Maestra, de romper con la dependencia histórica del monocultivo de la caña de azúcar.

No obstante, la dirección revolucionaria había subestimado los obstáculos que terminaría enfrentando para romper con décadas de vínculos de subordinación económica, vínculos documentados por numerosos autores, entre ellos los historiadores cubanos Ramiro Guerra y Manuel Moreno Fraginals[58].

Llevado por su ímpetu, Samuel Farber compara el plan que atribuye a Guevara «con el Gran Salto Adelante [en la China de Mao-Tse Tung]», campaña que trajo como resultado «la hambruna y la muerte de millones de personas»[59]. Una vez más, Farber señala con el dedo a Guevara y lo responsabiliza por el desastre agrícola que se produjo en los años 60, al tiempo que ignora las responsabilidades del propio Fidel Castro, como en su momento hubo de poner de relieve René Dumont. El verdadero desastre agrícola sería causado por el fracaso del plan de cosechar 10 millones de toneladas de azúcar durante la zafra de 1970, objetivo vinculado a acuerdos con Moscú a los que el Che era ajeno.

Contra el dogmatismo

Tal vez la más extravagante de todas las imputaciones que Samuel Farber lanza contra el Che sea la de que, en términos generales, este sostenía una «concepción monolítica del socialismo que ignoraba la división jerárquica del trabajo y descartaba la posibilidad de cualquier conflicto de intereses que no fueran los intereses de clase en vías de abolición»[60], pues son abundantes las pruebas de todo lo contrario, se lo llegó a considerar un hereje y fue erróneamente tildado de trotskista por los soviéticos.

Farber guarda silencio sobre la postura del Che en favor de la libertad de expresión y, aunque reconoce que éste protegió a los trotskistas cubanos, le resta importancia a esa práctica cuando atribuye la actitud del Che al hecho de que los trotskistas cubanos ¡«eran partidarios, si bien críticos, del Estado de partido único»[61]! Curiosa caracterización ésta, la de militantes políticos pertenecientes a un partido trotskista independiente del Partido Comunista, semiclandestino, reprimido y finalmente prohibido.

En 1964, durante una discusión con sus camaradas del Ministerio de Industrias, a punto de ser destruidos los libros de Trotsky (entre ellos La revolución permanente), Guevara reafirmó: «Tenemos que tener la suficiente capacidad como para destruir todas las opiniones contrarias sobre [la base d]el argumento o si no dejar que las opiniones se expresen. Opinión que haya que destruirla a palos es opinión que nos lleva ventaja a nosotros (…). No es posible destruir las opiniones a palos y precisamente es lo que mata todo el desarrollo, el desarrollo libre de la inteligencia»[62].

Esas declaraciones son tanto más significativas cuanto que confirmaban sus discrepancias con los trotskistas. En 1965, en vísperas de su salida de Cuba, hizo sacar de la cárcel al trotskista cubano Roberto Acosta Echevarría, a quien, después de darle un abrazo, se dirigió en términos similares: «Acosta, las ideas no se matan a palo»[62]. En el Ministerio de Industrias, las asambleas de balance y de análisis de la situación daban paso a desencuentros y polémicas, que se reproducen en el libro de su viceministro Orlando Borrego[64]. En ese mismo ministerio, el Che le dio acogida a Alberto Mora, exministro de Comercio Exterior y uno de sus adversarios en el debate económico.

El 29 de septiembre de 1963, en su discurso de clausura del Primer Encuentro Internacional de Profesores y Estudiantes de Arquitectura, Guevara expuso claramente su criterio:

No hemos rehuido nunca la confrontación ni la discusión. Siempre hemos estado abiertos a discutir todas las ideas y lo único que no hemos permitido es el chantaje de las ideas o el sabotaje de la Revolución. Allí sí hemos sido absolutamente inflexibles (…). Ha habido profesionales que han ido a la cárcel por tareas directamente contrarrevolucionarias, por sabotajes. Y aun esos profesionales, desde la cárcel, se han rehabilitado y han trabajado primero en la cárcel, y después han salido y han trabajado en nuestras industrias, y están trabajando. Les depositamos toda la confianza que se le puede depositar a cualquier técnico nuestro y se incorporan a pesar de haber conocido la parte más dura, la parte más tenebrosa de la Revolución, que es la represión, que es obligada en una revolución que triunfa (…).

Pero (…) a esa parte de la sociedad que toma las armas contra nosotros, ya sean las armas directas de destrucción o armas ideológicas para destruir la sociedad, los atacamos y somos inmisericordes. Contra los demás, los inconformes, los descontentos honestos, los que plantean que no son ni serán nunca socialistas, nosotros les decimos simplemente: «Bueno, pues a usted nadie le preguntó antes si usted era o no era capitalista. Tenía un contrato y lo cumplía. Cumpla su contrato, trabaje y tenga las ideas que le dé la gana, no nos metemos con sus ideas»[65].

El testimonio del poeta Heberto Padilla resulta revelador. De regreso de un viaje a la URSS, dio rienda suelta a sus críticas y desilusiones durante un encuentro con Guevara, quien le dio la razón: «Porquería sé que es todo aquello, lo pude ver por mí mismo»[66]. Ante las preocupaciones del poeta, quien buscaba trabajo en el periodismo, le advirtió: «Los tiempos no son buenos para hacer periodismo»[67]. Y le aconsejó que abandonara la idea y se fuese a trabajar al Ministerio de Comercio Exterior, cuyo titular era entonces Alberto Mora. Tiempo después, en 1971, Padilla cayó víctima de un juicio estalinista y se vio obligado a hacerse una autocrítica pública.

Farber intenta por todos los medios hacer entrar al Che en el molde estalinista. Para ello, privilegia —entre otras— fuentes como la provistas por Jorge Castañeda[68], adversario declarado de la Revolución cubana y detractor del Che, para afirmar que, desde su paso por Guatemala, «Guevara se había identificado estrechamente con Joseph Stalin» y que esa «identificación con Stalin se mantendría»[69]. Es cierto que en una carta de 1953 dirigida a su tía, durante su viaje iniciático por América Latina, Guevara elogiaba al «camarada Stalin», pero el hecho de que nunca hubiese llegado a afiliarse a ningún partido comunista, ni en Guatemala ni en México —como reconoce el propio Farber[70]— demuestra la escasa importancia de un episodio que data de la época en que el Che tenía 25 años. De ahí a hacer de Guevara un estalinista, media un largo trecho, que Samuel Farber, «marxista clásico», desanda sin vacilar.

De hecho, como recuerda Luis Simón, intelectual afiliado al M-26-7, cuando conoció a Guevara en septiembre de 1958, en medio de la lluvia y los mosquitos, éste le pidió en préstamo la obra de Merleau-Ponty Existencialismo y marxismo y, al girar la conversación hacia temas de política internacional, la emprendió cáusticamente contra el estalinismo y la masacre de Budapest[71]. En sus Apuntes críticos, Guevara subrayó que «el tremendo crimen histórico de Stalin» consistió en «haber despreciado la educación comunista e instituido el culto irrestricto a la autoridad»[72].

Samuel Farber acusa también a Guevara de haber sido un comunista —aunque «honesto»— represivo, comparable con el revolucionario ruso Felix Dzerzhinsky. A ese respecto, escribe: «Tal vez (sic) quepa establecer un paralelismo entre Guevara y Felix Dzerzhinsky (…) Si bien, como jefe de la Cheka [policía política soviética], era conocido por sus acciones represivas, a menudo arbitrarias, a Dzerzhinsky se lo consideraba una persona honesta y un comunista»[73]. ¿Acaso alguna vez dirigió Guevara algún órgano de policía política comparable a la Cheka soviética de Dzerzhinsky, quien fuera responsable de la ejecución de miles de opositores, entre ellos de izquierda (anarquistas, eseristas de izquierda, etc.)?

Siguiendo la misma línea, para Farber sus «opiniones estaban lejos de la filosofía ‘humanista’ que le atribuyen algunos de sus partidarios. Durante sus días en la Sierra [Maestra], Guevara se opuso a la muy eficaz táctica de devolución de prisioneros empleada por Fidel Castro»[74]. Farber extrae esa «información» del libro de Castañeda, autor de una biografía hostil y acerba del Che. En su bibliografía, a menudo Farber privilegia los escritos de opositores a la Revolución[75] en detrimento de numerosos testimonios de combatientes de la Sierra[76] y de quienes acompañaron al Che en el Ministerio de Industrias hasta su salida de Cuba en 1965. ¡Pero la realidad es exactamente lo opuesto de lo que afirma Farber!

Así, en su manual La guerra de guerrillas, proclama Guevara: «(…) mientras no haya bases considerables de operaciones y lugares inexpugnables, no hacer prisioneros. Los sobrevivientes deben ser dejados en libertad. Los heridos deben ser cuidados con todos los recursos posibles en el momento de la acción»[77]. Fue esa también su práctica como comandante guerrillero en Bolivia. En su diario en Bolivia escribió: «Se tomaron prisioneros dos nuevos espías; un teniente de carabineros y un carabinero.

Se les leyó la cartilla y fueron dejados en libertad»[78]. El propio Farber se ve obligado a admitir que el Che se opuso a que se ejecutara a Huber Matos —opositor anticomunista condenado a 20 años de prisión— e incluso a su encarcelamiento. Guevara se habría puesto en contacto con la familia de Matos y les habría sugerido que apelaran la sentencia judicial, según el testimonio del propio Matos tras su excarcelación[79].

Otro testimonio, hecho público en Francia por Luis Alberto Lavandeyra, exguerrillero que había sido miembro de la columna del Che en la Sierra Maestra, resulta ilustrativo de la ética del Che y de su respeto por la vida durante la batalla de Santa Clara:

[El Che] había preparado meticulosamente una emboscada en la parte alta de un valle por donde debía pasar un batallón de soldados de Batista, en el que todos eran negros. El Che nos advirtió que sería el primero en disparar y que esa sería la señal. Pasó la compañía sin que el Che disparara. Después de que la compañía había pasado, toda la tropa se le acercó sorprendida: —Estábamos esperando a que diera la señal. Pero, ¿por qué no disparó, comandante? —Me quedé pensando —respondió el Che—. Hemos ganado la guerra. ¿De qué serviría una masacre? Son soldados reclutados en los medios más pobres y tienen mujeres e hijos[80].
Estamos ante una reflexión —en pleno combate— que obedece a consideraciones éticas. A diario, el Che se planteaba cuestiones de carácter ético. Una actitud política constante que mantendrá en Bolivia, donde dejará en libertad a los soldados hechos prisioneros.

Salida de Cuba. Bolivia

Guerrilla de Ñancahuazú - Wikipedia, la enciclopedia libre«A pesar de haber fracasado en el Congo —escribe Samuel Farber— [Guevara] no veía motivo para cuestionar la decisión que había tomado en 1965 de renunciar a la ciudadanía cubana y dimitir de sus responsabilidades en el gobierno»[81]. Farber retoma la versión oficial y presenta esa decisión como una elección personal independiente de una situación política marcada por las tensiones que se habían suscitado entre La Habana y Moscú tras el discurso de Guevara en Argel. Farber no puede ignorar que la realidad era bien diferente. Tras su regreso a La Habana, Guevara no volvió a aparecer en público.

A finales de 1964, el Ministro de Industrias ya había dado a conocer sus numerosas discrepancias con la política internacional y las reformas económicas soviéticas y estaba siendo denigrado por algunos apparatchiks del PSP. Guevara lo sabe: «En toda una serie de aspectos yo he expresado opiniones que pueden estar más cerca del lado chino: en la guerra de guerrillas, en la guerra del pueblo, en el desarrollo de todas esas cosas (…) [Y] como a mí me identifican con el sistema presupuestario, también lo del trotskismo surge mezclado. Dicen que los chinos también son fraccionalistas y trotskistas y a mí también me meten el San Benito[82]—escribe. (El San Benito es la prenda de infamia impuesta por la Inquisición a quienes iban a ser quemados en la hoguera.)

De regreso en La Habana, el 14 de marzo de 1965, le escribe a su madre que se va por un mes al interior del país a cortar caña de azúcar[83], lo que causó incomprensión entre sus colaboradores más cercanos. Como señala René Dumont, en realidad, repudiado, Guevara ya había dimitido, muy discretamente, de su puesto de ministro[84].

Esa decisión fue resultado del aumento de las tensiones entre La Habana y Moscú, en las que el Che tuvo un papel protagónico. Durante su último viaje a la URSS había sostenido, según sus propias palabras, varios debates científicos con estudiantes y economistas soviéticos invitados a la Embajada de Cuba[85]. El discurso pronunciado por el Che en Argel, durante el Segundo Seminario Económico de Solidaridad Afroasiática, fue el punto culminante de la expresión pública de sus desacuerdos, a los que se referirá en la carta a Fidel Castro[86] que no se publicaría hasta 2019, tres años después de la muerte de este último.

Tras el fracaso de su misión en el Congo, el Che le escribe a Fidel para disuadirlo de enviar refuerzos, regresa clandestinamente a Cuba y, finalmente, abandona la isla en 1966 rumbo a Bolivia. La elección de los lugares y los preparativos organizativos y políticos se hicieron al más alto nivel de la dirección cubana[87].

Según afirma Samuel Farber, «la fuerza expedicionaria del Che en Bolivia fue incapaz de forjar una relación eficaz de apoyo con la izquierda boliviana»[88]. Sin embargo, la afirmación de Farber se ve categóricamente desmentida por varias declaraciones de sindicatos de mineros y organizaciones políticas de izquierda, excepción hecha del Partido Comunista de Bolivia (PCB), pero no de su organización juvenil. Según aseguraba Guillermo Lora, secretario General del Partido Obrero Revolucionario (POR)[89] en una entrevista con el periodista mexicano Rubén Vásquez Díaz:

El único camino por el que la clase obrera —el proletariado boliviano— puede conquistar el poder en el país es desde las minas (…)[90]. La guerrilla sin la clase trabajadora no es nada. El POR apoya sin condiciones a la guerrilla, porque es una consecuencia lógica de la actual situación de Bolivia (…). Y nuestra ayuda y apoyo es completamente sin límites[91].

A la pregunta de Vásquez Díaz de si el POR estaba listo para enviar hombres a la guerrilla, Lora respondió afirmativamente sin vacilar: «Hombres también, sí»[92].

La otra organización trotskista afiliada a la IV Internacional (el POR de González Moscoso) había enviado a militantes a entrenarse en Cuba para unirse a la guerrilla boliviana. Se quedaron varados en la isla, sin poder salir del país para unirse a los guerrilleros.

En 1967: San Juan a sangre y fuego, los bolivianos Carlos Soria Galvarro, José Pimentel Castillo y Eduardo García Cárdenas[93] relatan ese momento crucial de la historia del país andino-amazónico. En el primer capítulo de la obra, «Mineros y guerrilleros», Soria Galvarro narra los días de mayo de 1965 en que se ratificó el pacto entre mineros y estudiantes universitarios y de la enseñanza media; período en que se reprimió implacablemente a los mineros, en que los dirigentes sindicales que habían organizado asambleas y huelgas para defender sus reivindicaciones fueron atacados y condenados, en que el gobierno de la junta militar encabezada por Barrientos restableció la pena de muerte, en que se declaró fuera de la ley a los partidos de izquierda por haberse solidarizado públicamente con la guerrilla y se prohibieron terminantemente todas las reuniones y manifestaciones públicas y en que, tras el inicio en marzo de 1967 de los enfrentamientos entre la guerrilla y el ejército en la región sudoriental del país, la presencia de los guerrilleros pasó a ocupar la primera plana de los periódicos.

Otro testimonio que contradice lo dicho por Farber es el de Domitila Barrios de Chungara, dirigente minera boliviana, quien recuerda que en la guerrilla del Che había varios guerrilleros procedentes de las minas y que los obreros organizaron actividades en favor de la guerrilla, por ser ésta el ejército del pueblo, de los obreros, de los explotados, y que habían decidido apoyarla con el envío de los réditos de una jornada laboral, víveres y medicinas. Según Barrios de Chungara, muchos mineros creían que era ella la encargada de coordinar el apoyo a la guerrilla e incluso fueron a anotarse con ella para sumarse al movimiento guerrillero[94].

El 25 de mayo de 1967, en su número 17, Fedmineros, órgano de prensa de la poderosa Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), publicó una nota titulada «Frente Guerrillero», en la que decía:

El hambre, la miseria, la explotación, la desocupación, la violencia y el matonaje, como la persecución que ha impuesto el Gobierno gorila de Barrientos, es la consecuencia de la aparición de la[s] guerrillas. Los generales dicen que se trata de bandoleros, enemigos de los pobres, pero esto nadie cree. Podemos afirmar que la inmensa mayoría de los trabajadores ven con simpatía la acción guerrillera. Esto es la verdad. No puede ser de otra manera cuando se vive en la injusticia, sin trabajo y mal alimentado. Sabemos que yanquis operan de antiguerrilleros y esto indigna a los obreros.[95]

El 6 de junio del mismo año, en una asamblea general de trabajadores y dirigentes sindicales de las minas de Huanuni, Siglo XX y Catavi, se aprobó una resolución de trece puntos, en uno de los cuales se exhortaba a «apoyar moral y materialmente a las guerrillas patrióticas (sic) que operan en el sudeste del país» y a «enviar [medicinas] y alimentos»[96]. Al día siguiente, la junta militar declaró el estado de sitio. «Según el portavoz del gobierno [boliviano], la medida se tomó fundamentalmente por la amenaza de los mineros de Huanuni de salir en marcha de protesta hacia la ciudad de Oruro y debido a que varios dirigentes mineros habían pronunciado discursos ‘francamente subversivos y en apoyo a las guerrillas que opera[ba]n en el sudeste del país’»[97].

En una entrevista concedida en 1967, el sociólogo René Zavaleta Mercado, exministro de minas del gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), afirmaba: «Dentro de tres meses estaremos en condiciones de enviar los primeros contingentes a la guerrilla, y con alguna ayuda esperamos estar en condiciones de formar una red de propaganda (…). El gran mérito de la guerrilla es que ha roto con todas las concepciones políticas tradicionales y líneas partidarias»[98]. Los mineros serían masacrados en la víspera de San Juan. Fue después de esa carnicería que Guevara dio a conocer el Comunicado núm. 5, dirigido a los mineros bolivianos, que Farber malinterpreta.

Según recuerda Farber, Guevara «advirtió a los mineros que se abstuvieran de seguir a los ‘falsos apóstoles de la lucha de masas’» (…) y, a cambio, les hizo «la muy poco realista propuesta de que abandonaran sus empleos, sus familias y sus comunidades para irse a otro lugar a incorporarse a su grupo guerrillero (…) dirigido por militantes ajenos a su clase y oriundos de otros países»[99]. ¿Qué dice, sin embargo, el comunicado?[100]: «No se debe insistir en tácticas falsas; heroicas, sí, pero estériles, que sumen en un baño de sangre al proletariado y ralean sus filas, privándonos de sus más combativos elementos. Contra las ametralladoras, no valen los pechos heroicos»[101].

El comunicado recomienda «no comprometer fuerzas en acciones que no garanticen el éxito, pero la presión de las masas trabajadoras debe ejercerse continuamente contra el gobierno, pues esta es una lucha de clases sin frentes limitados»[102]. Y concluye diciendo: «Compañero minero: las guerrillas del E.L.N. te esperan con los brazos abiertos y te invitan a unirte a los trabajadores del subsuelo que están luchando a nuestro lado. Aquí reconstruiremos la alianza obrero-campesina que fue rota por la demagogia antipopular; aquí convertiremos la derrota en triunfo»[103]. Esa conclusión está en consonancia con los debates de los años 60 sobre la relación entre lucha armada y lucha de masas en América Latina, siete años después del triunfo de la Revolución cubana.

Acta de acusación

El libro de Samuel Farber se lee como si fuese un acta de acusación. Farber no cesa de hablar de las carencias y de los defectos del Che. Toda una sección del capítulo dos se titula «Esquematismo político e indiferencia ante contextos específicos» (pp. 23-25). Abundan las variaciones sobre el mismo tema: «incapacidad para comprender situaciones políticas específicas» (p. 4); «ignorancia e indiferencia ante contextos políticos específicos» (p. 23); «incapacidad para reconocer tramas políticas y coyunturas históricas específicas de Cuba durante el período de la lucha armada» (p. 23); «sordera política» (p. 23); «[falta] de ese rasgo difícil de descifrar pero real llamado instinto político» (pp. 23 y 46); «ceguera táctica» (p. 24); «[indiferencia] ante los datos históricos concretos y la significación política» del período marcado por la Constitución del 40 (p. 25), y así sucesivamente. Todo ello, siempre, en contraste con el «genio» de Fidel Castro.

Farber llega incluso a poner en entredicho el internacionalismo del Che, pues —según afirma— es la expresión de «[un] proyecto común de creación de un nuevo sistema de clases» que «compartirá hasta el último momento (…) con los hermanos Castro y los comunistas cubanos alineados con Moscú»[104]. Para Farber, la burocracia es una nueva clase social a la que el Che, «pequeño burgués bohemio» no proletario, se habría incorporado con toda naturalidad. Quod erat demonstrandum.

Según sostiene Farber, «la mayoría de los cubanos consideran al Che una figura quijotesca fracasada»[105] y hoy en día «el Che no tiene absolutamente ninguna influencia entre las diferentes corrientes de la oposición cubana»[106]. ¿De qué oposición habla Farber? La oposición cubana no es homogénea. Es cierto que las nuevas generaciones cubanas juzgan con severidad el saldo de la dirección del país, pero esas críticas divergen entre sí y tienden a evolucionar. La lucha de Guevara contra los privilegios de la burocracia y contra el aumento de las desigualdades, sus previsores análisis sobre el posible derrumbe de la URSS, su concepción ética del ejercicio del poder, explican el prestigio de que goza entre la izquierda crítica, especialmente entre los jóvenes en actitud de ruptura.

En un texto publicado en marzo de 2023 en La Joven Cuba, el joven afrocubano Alexander Hall Lujardo —quien fuera detenido durante las manifestaciones del 11 de julio de 2021—, al referirse a la última carta del Che a Fidel, recuerda cómo «fueron silenciadas por el liderazgo cubano, durante más de cuarenta años, las críticas realizadas por el revolucionario internacionalista Ernesto Che Guevara desde una militancia marxista radical, favorables a la autonomía económica de la Isla como única condición [capaz] de garantizar su soberanía nacional». Nada más ajeno al pensamiento de Ernesto Guevara que un enfoque apologético que oscurezca errores y diferencias. «Si no estás de acuerdo, escribe lo tuyo», relata Enrique Oltuski que le decía el Che cuando le comentaba algún aspecto de la guerra revolucionaria[107].

Interrumpido por su muerte a los 39 años, el proyecto del Che sobre la transición socialista quedó inconcluso, subraya el historiador cubano Fernando Martínez Heredia. Su pensamiento estaba en constante evolución. Carecía de una concepción estructural y orgánica de la democracia política necesariamente pluralista en la transición al socialismo, pero en su breve existencia no llegó a conocer sino lo que él mismo llamó «democracia armada»[109].

Sin embargo, no es posible comprender el pensamiento teórico y estratégico del Che, su influencia política y ética, si se lo reduce a un estalinista del llamado Tercer Período o a un chekista de los años veinte del siglo pasado. Tampoco se puede reducir a Guevara a la figura de un idealista puro, de un personaje singular cuya «honestidad política e igualitarismo radical (…) podrían haberlo hecho más apto para ser un opositor comunista que un gobernante comunista instalado por largo tiempo en el poder (…)»[109].

Tampoco es posible escribir sobre Ernesto Guevara sin referirse al contexto en el que pensó y actuó entre 1955 y 1959 y, luego, entre 1959 y 1965, cuando se le confiaron las más altas responsabilidades en una revolución que iniciaba un proceso de transición socialista por caminos inexplorados, en un contexto histórico que lo obligaba a «navegar entre la Caribdis imperialista y la Escila totalitaria»[110].

Notas

[1] Aurelio Alonso, «Discutirla, con veneración e irreverencia. A propósito de la carta de Che Guevara a Fidel, 25/04/1965», La Tizza, 28 de junio de 2019. Publicada también bajo el título «Carta a Fidel. Por Ernesto Che Guevara» en: Cuba Socialista. Revista cuatrimestal teórica y política del Comité Central del Partido Comunista de Cuba el 2 de julio de 2019.

[2] Salvo en el caso de las citas referidas en las notas 9 , 45 y 99 infra, para la traducción al español de todas las citas extraídas por Janette Habel y Michael Löwy de Che Guevara. Ombres et lumières d’un révolutionnaire, el traductor se ha remitido directamente al original en inglés The politics of Che Guevara. Theory and Practice, por no existir, en esos otros casos, discrepancias entre el original y la traducción al francés. Nótese, de entrada, la diferencia entre el título de uno y otra; en el original, el título no supone ningún juicio de valor; juicio que sí es explícito en el título de la traducción al francés. (Nota del T.)

[3] Farber, The Politics of Che Guevara, ed. cit., p. xvii. El subrayado es nuestro.

[4] Ibid., p. xwiii.

[5] Alain Rouquié, Amérique Latine. Introduction à l’Extrême-Occident, París, Seuil, 1987. [La traducción de todas las citas y referencias provenientes de obras en francés y otras lenguas distintas del español es del traductor, existan o no traducciones anteriores de las fuentes de que se trate. (Nota del T.)]

[6] Ernesto Che Guevara, Journal de Bolivie (Prefacio de François Maspero), París, La Découverte, 1997, p. 222. [En lo que respecta al Diario del Che en Bolivia, para la presente traducción nos hemos remitido a Ernesto Guevara, El Diario del Che en Bolivia (Prólogo de Fidel Castro), Madrid, Siglo XXI de España Editores, 2003 (33ª edición). En la entrada correspondiente al día 26 de julio de 1967 (p. 185), se lee: «[E]sa noche dí una pequeña charla sobre el significado del 26 de Julio; rebelión contra las oligarquías y los dogmas revolucionarios». (Nota del T.)]

[7] José Carlos Mariátegui, «Aniversario y balance», tomado de Ideología y Política, en: Obras completas, Lima, Amauta, 1971, tomo 13, p. 252.

[8] Vladimir Ilich Lenin, Lettres de loin en: Œuvres Choisies, Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1962, vol. II, p. 30.

[9] Farber, op. cit., p. 10. El subrayado es nuestro. [En el original en inglés se habla de “declassed” —entre comillas—, mientras que en la traducción al francés, presumiblemente autorizada y revisada por el propio Farber, déclassés se interpreta en el sentido de marginaux, esto es, marginados, marginales. Janette Habel y Michael Löwy citan en todo momento de la traducción al francés. (Nota del T.)]]

[10] Robert Merle, Moncada. Premier combat de Fidel Castro, París, Robert Laffont, 1965, p. 84. El subrayado es nuestro.

[11] Véase Julio Garcia Oliveras «El movimiento estudiantil antibatistiano y la ideología de la revolución», en: 1959: Una rebelión contra las oligarquías y los dogmas revolucionarios, La Habana, Ruth Casa Editorial/Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2009, p. 20.

[12] Merle, Moncada, op. cit., pp. 341-348. [Para una recopilación de la cartas escritas por Fidel Castro desde prisión, véase Mario Mencía, La prisión fecunda, La Habana, Editora Política, 1980, de donde hemos extraído la cita en cuestión (págs. 20-39). (Nota del T.)]

[13] Farber, op. cit., p. 116.

[14] Ibid., p. xxvi.

[15] Ibid., pp. 1-5 y ss.

[16] Ibid., p. 8.

[17] Ibid., p. xviii. El subrayado es nuestro.

[18] Ibidem.

[19] Hilda Gadea, Che Guevara. Años decisivos, México, Aguilar, 1972, p. 27.

[20] Raúl Roa Kourí, En el torrente, La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2004, pp. 79-80.

[21] Ernesto Guevara, Carta de fecha 14 de diciembre de 1957 a René Ramos Latour («Daniel»), en: Carlos Franqui, Diario de la revolución cubana, Barcelona, R. Torres, 1976, p. 362.

[22] Ibidem.

[23] Carta a Ernesto Sábato, 12 de abril de 1960, en: Ernesto Che Guevara, Lettres 1947-1967, París, Au Diable Vauvert, 2021, p. 261. [Se ha cotejado con el texto de la carta en español. (Nota del T.)]

[24] René Dumont, Cuba est-il socialiste ?, París, Seuil, 1970, p. 30. [Ed. esp.: Cuba ¿es socialista? (trad. Mariela Álvarez), Caracas, Editorial Tiempo Nuevo, 1970.]

[25] Farber, op. cit., p. 116.

[26] Farber, op. cit., p. 20.

[27] Blas Roca, Balance de la labor del Partido desde la última Asamblea Nacional y el desarrollo de la revolución, La Habana, 1960, pp. 87-88. [Citado por Michael Löwy en «La revolución permanente en América Latina», en: Michael Löwy et al, Socialismo para armar. Documentos urgentes de la historia contemporánea, Hijos Red Mundial (Colección Socialismo y Libertad: Libro 68), s/l, s/f, p. 19. (Nota del T.)]

[28] Citado por Silvio Frondizi, revolucionario antiestalinista argentino, en su libro La revolución cubana, Montevideo, Editorial Ciencia Política, 1960, p. 151.

[29] «El camino», Carta Semanal, No. 4, 3 de septiembre de 1953. Citado por Caridad Massón Sena, en: «Proyectos y accionar del Partido Socialista Popular entre 1952 y 1958», en: 1959: Una rebelión contra las oligarquías y los dogmas revolucionarios, La Habana, Ruth Casa Editorial, 2009, p. 229.

[30] Ernesto Guevara no figuraba entre los miembros del Buró Político ni del Comité Central del nuevo PCC. Había desaparecido de la vista del público en Cuba tras un discurso pronunciado en Argel en el que cuestionaba abiertamente la política exterior soviética, en particular la manera en que la URSS manejaba sus relaciones con los países del Tercer Mundo.

[31] Gaspar Jorge Garcia Galló, «El Partido del proletariado y del pueblo», La Habana, Departamento de Extensión Educacional, 1962, pp. 23-26.

[32] Farber, op. cit., pp. 17, 113.

[33] Según lo publicado en La Habana en la revista Nuestra Industria, dirigida por Guevara y, más tarde, reproducido en la revista Pensamiento Crítico (1967-1971). Véase el índice completo de Pensamiento Crítico en https://www.filosofia.org/rev/pch/index.htm.

[34] Véase a ese respecto Ernesto Che Guevara, Charles Bettelheim, Ernest Mandel, El Gran Debate. Sobre la economía en Cuba, La Habana, Ocean Sur, 2005 (traducido al inglés y publicado también por Ocean Sur en 2006).

[35] Farber, op. cit., pp. 113-114.

[36] Alonso, «Discutirla, con veneración e irreverencia…», cit.

[37] Ernesto Guevara, El socialismo y el hombre en Cuba, La Habana, Ocean Sur, 2005.

[38] Véase Ernesto Guevara, Apuntes críticos a la Economía Política, La Habana, Ocean Sur, 2006, y Orlando Borrego, Che. El camino del fuego, La Habana, Imagen Contemporánea, 2001, pp. 201-242.

[39] Alonso, «Discutirla, con veneración e irreverencia…», cit.

[40] Ibidem y Guevara, Apuntes críticos, op. cit., p. 342, donde afirma: «La Economía Política del período de transición falta totalmente.»

[41] Farber, op. cit., p. 90. El subrayado es nuestro.

[42] Ernesto Guevara, «Sobre la concepción del valor (Contestando algunas afirmaciones sobre el tema)», Nuestra Industria. Revista Económica, La Habana, octubre de 1963. Tomado de Ernesto Guevara, Escritos económicos, Córdoba (Argentina), Ediciones Pasado y Presente (Cuadernos de Pasado y Presente/5), pp. 69-77.

[43] Ernesto Che Guevara, Écrits d’un révolutionnaire, París, La Brèche, 1987, p. 31. El subrayado es nuestro. Citado por Aurelio Alonso en «Del debate de ayer al debate de mañana», prólogo a la 29ª edición de la obra de Carlos Tablada El pensamiento económico del Che, La Habana, Еditorial de Ciencias Sociales, 2017, p. 13.

[44] Carlos Rafael Rodríguez, «Sobre la contribución del Che al desarrollo de la economía cubana», Cuba Socialista, N° 33, mayo-junio de 1988. Conferencia pronunciada en el Ministerio de Industrias y que se reprodujo parcialmente en la revista cubana Bohemia, en octubre de 2017, con ocasión de una edición especial por el quincuagésimo aniversario de la caída en combate y posterior asesinato del Che.

[45] Farber, op. cit., p. 110. [En este caso, la traducción al francés publicada por Syllepse se aparta notablemente del texto original en inglés (Nota del T.)]

[46] Ibid., p. 93.

[47] Ibid., p. 413.

[48] Farber, op. cit., p. 126.

[49] Orlando Borrego (comp.), Che en la Revolución Cubana, La Habana, Editorial José Martí, 2013, tomo VI, p. 438.

[50] Ibidem.

[51] Ibid., p. 439.

[52] Ibid., p. 529.

[53] Farber, op. cit., p. 78.

[54] Ibid., p. 21.

[55] Guevara, Apuntes críticos, op. cit., p. 475.

[56] Véase, por ejemplo, Borrego (comp.), Che en la Revolución Cubana, ed. cit., tomo VI, p. 553 et passim.

[57] Farber, op. cit., p. 21.

[58] Véase, entre otros, Manuel Moreno Fraginals, El ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1978.

[59] Farber, op. cit., p. 113.

[60] Ibid., pp. 67-68.

[61] Ibid., p. 17.

[62] Borrego, op. cit., tomo VI, p. 427.

[63] Rafael Acosta de Arriba, «El fin del Trotskismo organizado en Cuba», en: Caridad Massón (ed.), Las Izquierdas Latinoamericanas. Multiplicidad y Experiencias durante el Siglo XX, Santiago de Chile, 2017, Ariadna Ediciones, pp. 299-230.

[64] Borrego, op. cit., tomo VI, passim.

[65] Borrego, op. cit., tomo IV, pp. 390-391.

[66] Heberto Padilla, La mala memoria, s/l, Hypermedia, 2018, p. 107.

[67] Ibid., p. 108.

[68] Jorge Castañeda, La vida en rojo. Una biografía del Che Guevara, Barcelona, ABC, 2003.

[69] Farber, op. cit., p. 16.

[70] Ibidem.

[71] Luis Simón, «Mis relaciones con el Che Guevara», París, Cuadernos, 60, mayo de 1962. Citado por Pierre Kalfon en: Che : Ernesto Guevara, une légende du siècle, París, Seuil, 1997, p. 229.

[72] Guevara, Apuntes críticos a la economía, op. cit., p. 214.

[73] Farber, op. cit., p. 135, nota 8.

[74] Ibid., p. 72.

[75] Es el caso de Jacobo Machover —a quien Farber cita como referencia en la pág. 15 de Ombres et lumières—, cuya implacable oposición a la Revolución cubana lo ha llevado a negar el impacto destructivo de las sanciones estadounidenses contra Cuba.

[76] Son innumerables los testimonios de antiguos guerrilleros que hemos recopilado —algunos de los cuales aparecen en una película de Maurice Dugowson, así como en el citado libro de Pierre Kalfon— y que contradicen esas afirmaciones

[77] Ernesto Che Guevara, Escritos y discursos, Tomo 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972.

[78] Ernesto Guevara, El Diario del Che en Bolivia (Prólogo de Fidel Castro), Madrid, Siglo XXI de España Editores (33ª edición), 2003, p. 166.

[79] Farber, op. cit., p. 143, nota 26.

[80] Fabien Augier, Souvenirs d’un guérillero tendre, Louis-Alberto Lavandeyra, le lieutenant français de Che Guevara, París, Les Indes savantes, 2022. [Se ha traducido la cita del original en francés. (Nota del T.)]

[81] Farber, op. cit., p. 42.

[82] Borrego, Che en la Revolución Cubana, ed. cit., vol. VI, p. 428.

[83] Dumont, Cuba est-il socialiste ?, ed. cit., p. 51.

[84] Ibid.

[85] K. S. Karol, Les guérilleros au pouvoir. L’itinéraire politique de la révolution cubaine, París, Robert Laffont, 1970, p. 331. [Ed. esp.: Los guerrilleros en el poder, Barcelona, Seix Barral, 1970.]

[86] Véase nota 1 supra.

[87] Prefacio de François Maspero a la reedición del Diario del Che en Bolivia (Journal de Bolivie, París, Maspero, 1950).

[88] Farber, op. cit., p. 44.

[89] El trotskismo boliviano estaba dividido en dos organizaciones, el POR de Lora y el POR-Combate de Hugo González Moscoso (IV Internacional), que apoyaban a la guerrilla. También había dos partidos comunistas, el de Mario Monje (Partido Comunista de Bolivia – PCB), pro-Moscú, y el de Óscar Zamora (Partido Comunista de Bolivia (Marxista-Leninista) – PCB(ML)), pro-chino.

[90] Rubén Vásquez Díaz, Bolivia a la hora del Che, México, Siglo XXI Editores, 1978 (cuarta edición), p. 162. Se ha tomado la cita del original en español. Véase también Carlos Soria Galvarro, José Pimentel Castillo y Eduardo García Cárdenas 1967: San Juan a sangre y fuego, La Paz, Punto de Encuentro, 2008, pp. 264.

[91] Vásquez Díaz, op. cit., p. 162.

[92] Ibidem.

[93] Soria Galvarro et al, op. cit.

[94] Soria Galvarro et al, op. cit., p. 181.

[95] Ibid., pp. 148-149.

[96] Ibid., p. 155.

[97] Ibid., p. 17.

[98] René Zavaleta Mercado, «Debemos organizar la resistencia armada» (Entrevista, 1967), en Escritos sociológicos y políticos, Cochabamba, Serie del Pensamiento Latinoamericano, 1986, pp. 9-12.

[99] Farber, op. cit., p. 52. [También en este caso, la traducción francesa difiere notablemente del original en inglés. (Nota del T.)]

[100] Guevara, Diario de Bolivia, ed. cit., p. 285.

[101] Ibid., pp. 255-256.

[102] Ibid., p. 256.

[103] Ibid., p. 256.

[104] Farber, op. cit., pp. 118-119.

[105] Ibid., p. xv.

[106] Ibid., p. xvi.

[107] Enrique Oltuski, Gente del llano, La Habana, Imagen Contemporánea, 2001, p. 1.

[108] Fernando Martínez Heredia, Pensar al Che, La Habana, CEA/Editorial José Martí, 1989-1992, tomo I, p. 357.

[109] Farber, op. cit., p. 118.

[110]Dumont, op. cit., p. 236.

Traducción Rolando Prats para Jacobin América Latina.

 

Che Guevara y la democracia socialista

Samuel Farber

Es irónico que políticamente el Che sea menos relevante en la Cuba de hoy que en otros países del mundo. Sin embargo, continúa teniendo una influencia sutil pero real en la cultura política cubana, no como una fuente de propuestas programáticas específicas sino como un modelo cultural de sacrificio e idealismo.

El artículo que sigue es una réplica de Samuel Farber al texto de Janette Habel y Michael Löwy publicado el 25 de junio de 2023, titulado «Che Guevara: pensar en tiempos de revolución».

Para mostrar la validez de mi crítica a Ernesto «Che» Guevara es necesario responder a algunas de las aseveraciones específicas de Janette Habel y Michael Lowy, pero también presentar, lo más brevemente posible, una visión crítica más amplia sobre las teorías y prácticas políticas del Che.

Es lamentable que no exista una versión en español de mi libro The Politics of Che Guevara: Theory and Practice publicado por Haymarket Books en 2016 (y traducido al francés en 2017 por la editorial Syllepse bajo el titulo Che Guevara: Ombres Et Lumieres D’Un Revolutionnaire). De haberla habido, los lectores de la reseña de Habel y Lowy hubieran inmediatamente detectado las falsedades y citas fuera de contexto que estos últimos deliberadamente me atribuyeron, con el propósito evidente de ponerme el «San Benito» de un intento sectario y marginal de calumniar al Che Guevara. Así, por ejemplo, Habel y Lowy me citan de una manera distorsionada, como si descartara al Che por considerarlo «una figura quijotesca fracasada». Pero esta es solamente la oración final de un párrafo que contiene una interpretación mucho más matizada de Guevara y su impacto en la Cuba de hoy:

Es irónico que políticamente el Che sea menos relevante en la Cuba de hoy que en otros países del mundo. Sin embargo, continúa teniendo una influencia sutil pero real en la cultura política cubana, no como una fuente de propuestas programáticas específicas sino como un modelo cultural de sacrificio e idealismo. En ese sentido limitado, el eslogan oficial «Seremos como el Che», regularmente proclamado por los escolares cubanos, probablemente tiene una influencia difusa pero significativa sobre la imaginación popular, aun si la mayoría de los cubanos piensan en el Che como una figura quijotesca fracasada. (pag. 15 del texto original en inglés)

Debo también destacar que cuando analizo la composición social y política de los líderes del Movimiento 26 de Julio jamás uso las frases y conceptos «pequeño burgués» y «aventurero», términos inventados por los autores de la reseña para que los lectores no me tomen en serio. El concepto que yo he usado a lo largo de unos sesenta años investigando y escribiendo sobre Cuba es el de desclasados. Lo cierto es que los líderes de ese movimiento provenían originalmente de diversos estratos y clases sociales, pero en su mayoría no habían participado en la vida social y política de estos grupos, lo cual disminuyó considerablemente la influencia ideológica y normativa que pudieran haber tenido en ellos.

Ese grado de exposición no solamente los libraba de esas influencias sino que también los tornaba más disponibles y libres para adoptar la política de rebelión e insurrección. Por supuesto, hubo excepciones a esa tendencia general, como en los casos de Frank País, que había estado muy involucrado en las actividades de la Iglesia Bautista, y del líder de organizaciones campesinas Crescencio Pérez, que se unió al 26 de julio y jugó un papel muy importante en la Sierra Maestra, pero no tuvo rol alguno después de la victoria de la revolución en 1959.

También mantengo en mi libro que el viejo partido comunista pro-Moscú (PSP) tenía un número significativo de obreros en sus filas. En 1956, el PSP condujo un estudio que mostraba que 15% de los sindicatos cubanos estaban lidereados por miembros del PSP o por líderes que colaboraban con dicho partido (Jorge Ibarra, Prologue to Revolution: Cuba, 1898-1958, trans. Marjorie Moore, Boulder, Colorado, Rienner, 1998, 170). Similarmente, el PSP obtuvo el 10% de los liderazgos locales en las elecciones de la primavera de 1959 (aunque hay que tener en cuenta que entre los sindicalistas del 26 de julio también existía un sector que simpatizaba con los comunistas), que, por cierto, fueron las únicas elecciones plurales y libres celebradas en Cuba a nivel nacional después de la victoria revolucionaria.

Pero el hecho que haya habido una presencia obrera significativa en el PSP no quiere decir —y yo nunca lo dije, aunque Habel y Lowy me lo atribuyan— que el PSP haya sido un partido obrero. Fue un partido sumamente controlado por una burocracia, bajo un supuesto «centralismo democrático», que tenía mucho de centralismo pero nada de democracia, en el cual algunos de sus líderes más importantes fueron de origen obrero y/o sindicalistas activos.

La distinción tradicional entre reforma y revolución, originada en las disputas entre la socialdemocracia y el marxismo revolucionario a fines del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, no aplica al diferente fenómeno histórico de los partidos comunistas bajo el control de Stalin a partir de finales la década de 1920. Ciertamente, tampoco aplica al análisis del PSP cubano. Los comunistas cubanos generalmente siguieron las pautas dictadas por Moscú, actuando como ultraizquierdistas y sectarios en momentos como el llamado «Tercer Período» (1928-1935) —lo que tuvo efectos desastrosos para la revolución de 1933 y contribuyó significativamente a su fracaso—, tanto como politiqueros y oportunistas, junto con el resto de los partidos comunistas latinoamericanos, en otros períodos. Vale notar que a través de todas esas etapas el comunismo cubano mantuvo los mismos líderes principales, mientras que otros, relativamente pocos, fueron purgados o se alejaron del partido.

Durante el curso de la revolución cubana ninguna figura importante del PSP mostró alguna inclinación o compromiso en relación con la preservación del statu quo capitalista. Ninguna rompió con Fidel Castro cuando el líder cubano condujo al país hacia el comunismo, como sucedió con casi todos los líderes políticos cubanos que eran auténticamente reformistas. De hecho, como muestro en detalle en el quinto capítulo de mi libro The Origins of the Cuban Revolution Reconsidered (University of North Carolina Press, 2006, 137-166), en los primeros meses del periodo revolucionario el PSP asumió una posición mucho más radical que la de Fidel Castro, hasta que más adelante el «Máximo Líder» sobrepasó al PSP en radicalidad.

En esta nueva etapa, el PSP comenzó a comportarse más cautelosamente que Fidel, aunque acabó apoyando sus medidas anticapitalistas. Aún más importante resulta el dato de que el PSP se fundió con el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario para formar el nuevo Partido Comunista de Cuba donde jugó un papel muy importante a través de figuras como Carlos Rafael Rodríguez. Dado esos hechos, no tiene sentido alguno referirse a los comunistas cubanos como reformistas en el sentido que este término adquirió en el marxismo del siglo veinte.

La evolución política de Ernesto «Che» Guevara

La caída del Che GuevaraPara Habel y Lowy, mi discusión sobre el origen bohemio del Che Guevara en el primer capítulo de mi libro no tiene ningún propósito. Para mí, sin embargo, es parte de un esfuerzo para rastrear las raíces del gran énfasis que él, a diferencia de otros líderes de la revolución cubana, puso sobre los incentivos morales. Como explico en mi libro, todos los líderes revolucionarios eventualmente adoptaron de facto una política de incentivos morales, debido a la ausencia de suficientes bienes materiales —causada tanto por el criminal bloqueo estadounidense como por la muy ineficiente y mala administración estatal—, buscando motivar a los trabajadores para que se esforzaran más en sus centros laborales.

Para el Che, sin embargo, los incentivos morales no eran un asunto meramente práctico que dependía de las circunstancias sino, más bien, un producto de su visión del mundo, forjada inicialmente en un hogar donde la posesión de abundantes bienes materiales no era un valor central para esa familia de clase alta con cierta tendencia a una movilidad social descendente. Guevara ya había demostrado en su niñez y adolescencia una inclinación hacia el ascetismo, expresada en su gran admiración por el Mahatma Gandhi quien, aparte de su rol central en la independencia de India, fue quizás el asceta más conocido del siglo XX. El ascetismo del Che se expresó de manera diferente en su vida adulta, pero nunca desapareció.

Un ejemplo muy ilustrativo se puede encontrar en la reflexión que el hizo durante una reunión con los gerentes principales del Ministerio de Industria en 1964, relacionada con la diferencia entre una Cuba donde un aparato de televisión que no funcionaba era un problema y un Vietnam donde no existía la televisión. Según Guevara, el desarrollo de la conciencia permitía la sustitución de lo que él consideraba «comodidades secundarias», que se habían convertido en parte de la vida del individuo pero que expresaban una necesidad que la educación de la sociedad en general hubiera podido eliminar (Che Guevara, Apuntes Críticos a la Economía Política, editado por María del Carmen Ariet García, Ocean Press, 2006, 304.)

Vale subrayar que el Che no estaba simplemente argumentando que en situaciones de crisis la gente tenía que resignarse a no obtener ciertos bienes o beneficios y que la conciencia revolucionaria facilitaría esa resignación. Su planteo iba mucho más lejos, proponiendo una perspectiva política y hasta filosófica más profunda de que la gente fuera educada para no desear esos bienes, revirtiendo a un periodo previo donde esas necesidades aún no existían.

La vida bohemia de la familia bonaerense de Guevara tiende a ser un fenómeno de países ricos como Francia, Italia, Estados Unidos y la Argentina de la niñez y adolescencia del Che Guevara (nacido en 1928), cuando todavía se le consideraba como uno de los países más ricos del mundo, y ciertamente el más rico de América Latina. Pero esa vida bohemia, en el sentido de un rechazo cultural de los valores adquisitivos en el capitalismo avanzado, no existía en Cuba.

De hecho, en las décadas del cuarenta y cincuenta, el término «bohemio» se aplicaba en Cuba casi exclusivamente a la vida nocturna de cafés, restaurantes y cabarets, y a la gente que —muchas veces por razones de trabajo, como en el caso de artistas, camareros de restaurantes, periodistas, trabajadores de periódicos y de servicios en general— acudía a esos lugares como parte de su vida social.

Por razones ideológicas y políticas, tanto el Che Guevara como los otros líderes revolucionarios se limitaron a los incentivos materiales y morales e ignoraron completamente la alternativa adicional de incentivos políticos, como el autogobierno de los trabajadores, que hubiera implicado la posibilidad de discutir y tomar decisiones democráticas respecto de la producción y el manejo desde abajo de los centros de trabajo. Ese tipo de incentivos pudieron ser un remedio para la apatía e indiferencia de los trabajadores en sistemas burocráticos como la Unión Soviética y el este de Europa, algo que sigue vigente en Cuba.

Dada la ausencia total de democracia, los incentivos morales y la llamada a la conciencia fueron más bien una manera de hacer a los trabajadores responsables del éxito de sus tareas, sin detentar poder sobre qué y cómo se produce en sus centros de trabajo. Y sin contar con los sindicatos para defender sus derechos e intereses, ya que después del histórico congreso obrero de noviembre de 1959 habían dejado de ser organizaciones de los trabajadores para convertirse gradualmente en armas del Estado y de las administraciones burocráticas.

Con respecto a la guerra de guerrillas, podemos apreciar como la estrategia política del Che Guevara significaba una relación «desde arriba» y «desde afuera» con respecto al campesinado. Así, por ejemplo, Guevara cita con aprobación un fragmento de la Segunda Declaración de La Habana del 4 de febrero de 1962 que estipula que, debido a la ignorancia en que lo han mantenido y al aislamiento en que vive, el campesinado necesita del liderazgo político y revolucionario de la clase obrera y los intelectuales revolucionarios [y, por lo tanto, del Partido que representa a esa vanguardia] (citado por Guevara en «La guerra de guerrillas: Un Método», en Rolando E. Bonachea y Nelson P. Valdés Editores: Che. Selected Works of Ernesto Guevara, Cambridge, Massachusetts, 1969, 91).

Y en su tratado sobre la guerra de guerrillas de 1960, Guevara mismo rechazó la idea que la discusión y toma de decisiones democráticas fuera aplicable a todos los aspectos de la vida de la guerrilla, más allá del combate mismo. Sí reconoció que era necesario crear organizaciones que establecieran reglas para los campesinos en las áreas liberadas, pero nunca formuló mecanismos de representación democrática para que los campesinos aprendieran el autogobierno en la práctica (Che Guevara, Guerrilla Warfare, Third Edition, Editado por Brian Loveman and Thomas M. Davies, Jr., Wilmington, De: SR Books, 1977, 108).

El comunismo del Che Guevara

El Che, comunista y revolucionario - Al Frente - CRFue en la Guatemala reformista de los años cincuenta, liderada por Jacobo Árbenz (que fue electo presidente de manera democrática para ser luego derrocado por la intervención abierta de la CIA), que Guevara adhirió al comunismo, aunque rehusó unirse al partido comunista local (Partido Guatemalteco del Trabajo, PGT). Esta decisión se funda en varias razones, pero especialmente en que le habían exigido que se uniera al partido como condición para obtener un empleo público, lo que Guevara rechazó con indignación justificada. Después de unirse a las fuerzas del 26 de julio, en Ciudad México, participó y fue parte de la pequeña minoría que sobrevivió el desembarco del Granma en Cuba, en diciembre de 1956.

El guerrillero argentino se distinguió en la lucha de guerrillas en la Sierra Maestra y ascendió hasta el grado de comandante, el más alto. Ya en la Sierra, aunque Guevara nunca se unió al viejo partido comunista cubano, empezó a colaborar con él. Para finales de 1957, cuando el Che fundó su primera escuela para la instrucción política de cuadros en la Sierra Maestra, le pidió al PSP que le enviara a su primer instructor político. El PSP mandó a Pablo Ribalta, un joven pero experimentado comunista cubano de raza negra que años más tarde fue nombrado embajador en Tanzania, con lo que se convirtió en el contacto principal con La Habana cuando el Che Guevara se involucró en la guerra de guerrillas en el Congo (Jon Lee Anderson, Che Guevara. A Revolutionary Life, 296–97).

A diferencia de otros líderes del 26 de julio, Guevara fue muy abierto con respecto a su punto de vista político. Por ejemplo, entabló un dialogo con «Daniel» (el comandante René Ramos Latour), cuya política fue descrita por Paco Ignacio Taibo II como «obrerista radical y nacionalista» y que más tarde murió en combate en la Sierra Maestra. En una carta que el Che le escribió el 14 de diciembre de 1957, que Guevara más tarde describiría como «más bien idiota» pero sin explicar sus razones para esta calificación, le dijo a «Daniel»: «Pertenezco por mi preparación ideológica a los que creen que la solución de los problemas del mundo está detrás de la llamada Cortina de hierro y tomo este movimiento como uno de los tantos provocados por el afán de la burguesía de liberarse de las cadenas económicas del imperialismo».

En la misma carta, Guevara continúa describiendo a Fidel Castro como un líder autentico del ala izquierda de la burguesía, pero que posee cualidades que lo colocan muy por encima de su clase. También elogia a Fidel por las acciones importantes que recientemente adoptado con respecto a sectores oportunistas de la oposición, admitiendo estar avergonzado por no anticipar que fuera capaz de tomarlas (Carlos Franqui, Diario de la Revolucion cubana, Paris: Ruedo Ibérico, 362, y Paco Ignacio Taibo II, Ernesto Guevara también conocido como el Che (Mexico, D.F.: Planeta, Joaquín Mortiz, 1996, 188).

La estrecha colaboración del Che con el viejo PSP duró casi cuatro años, incluyendo los años críticos de la consolidación del sistema comunista cubano. Al principio de 1959 existían tres tendencias dentro del gobierno revolucionario. La liberal, encabezada por los ministros Roberto Agramonte, Elena Mederos y el presidente Manuel Urrutia. La nacionalista revolucionaria, descrita por Paco Ignacio Taibo II como un sector izquierdista que combinaba el «antimperialismo con una crítica fuerte de los comunistas que eran considerados conservadores y sectarios» (Paco Ignacio Taibo II, op. cit, 354). Este grupo antimperialista incluyó a David Salvador, líder principal de la CTC (Confederación de Trabajadores de Cuba), a Carlos Franqui, director del periódico Revolución, órgano del 26 de Julio, y a otros líderes importantes del 26 de Julio como Marcelo Fernández y Faustino Pérez. El tercer grupo estaba formado por una alianza de varios líderes revolucionarios importantes, como Guevara y Raúl Castro (jefe de las Fuerzas Armadas), con el PSP.

Mientras tanto, Fidel Castro pretendió abstenerse de estas luchas internas dentro del régimen, permitiendo por ejemplo las polémicas entre Revolución y el PSP, aunque de hecho se reunía frecuente pero secretamente con este tercer grupo en la casa de Guevara de la playa de Tarará para preparar la ley de reforma agraria promulgada en mayo de 1959. Es notable que ninguno de los miembros de la tendencia nacionalista revolucionaria fue invitado a estas reuniones.

Una serie de eventos que ocurrieron a partir de septiembre de 1959 y a través de todo el año 1960 apuntaron claramente al final de la etapa abierta y pluralista de la revolución cubana. El 14 de septiembre de 1959 Euclides Vázquez Candela, uno de los editores principales de Revolución, puso fin a las polémicas de su periódico con el PSP. El primero de octubre llego a la Habana Alexander Alekseev, un agente de la inteligencia soviética, presentándose como periodista y más tarde como diplomático, cuando en realidad era un enviado extraoficial de Moscú a los lideres revolucionarios. Después de reunirse con algunos de los lideres principales del PSP, tuvo un encuentro con el Che (Jon Lee Anderson, op. cit., 429, 437).

Luego, en octubre, el comandante Huber Matos, jefe militar de la provincia de Camagüey y ex maestro de escuela que había combatido en la Sierra Maestra, renunció a su cargo como protesta contra lo que el denunció como una creciente influencia comunista en el régimen de Fidel Castro. Reaccionando con gran furia, el Máximo Líder acusó a Matos de traición, lo que lo llevó a una condena de veinte años de prisión tras un juicio donde jamás se presentaron pruebas de que Huber Matos hubiera conspirado o incitado a la violencia contra el gobierno revolucionario. El excomandante no fue liberado hasta 1979, después de cumplir la condena en su totalidad.

El cierre de la etapa pluralista de la revolución continuó con la eliminación de la independencia del sindicalismo cubano. En noviembre de 1959, la Confederación de Trabajadores Cubanos (CTC) celebró su décimo congreso. En las elecciones de los delegados de inicios del mes quedó en claro que los resultados iban a ser parecidos a las elecciones sindicales que tuvieron lugar en la primavera y que los comunistas cubanos iban a quedar fuera de la dirección de la CTC. Esto provocó que Fidel Castro interviniera personalmente para asegurarse de que se eligiera una directiva favorable a los comunistas.

Si bien los líderes sindicales comunistas no fueron incluidos en la nueva lista de candidatos, sí lo fueron los llamados líderes sindicales unitarios de la CTC dirigidos por Jesús Soto, aliados a los comunistas, que obtuvieron la posición dominante en la nueva directiva. Poco después, aproximadamente la mitad de los líderes hostiles al PSP fueron purgados en asambleas que distaban mucho de ser democráticas, con algunos que incluso acabaron en prisión. Este proceso de depuración abrió la puerta a un proceso de control estatal de los sindicatos al estilo soviético, que culminó en el onceavo congreso, celebrado en noviembre de 1961. A diferencia de los debates del décimo congreso, este fue el congreso de la unanimidad en el cual fue por electo por unanimidad como secretario General ni más ni menos que Lázaro Peña, el viejo líder obrero estalinista.

Como parte de la ofensiva contra todas las expresiones sociales y políticas autónomas y pluralistas de Cuba, el gobierno de Fidel Castro arremetió tanto contra las agrupaciones negras como contra las de mujeres. Las agrupaciones negras solían tomar la forma de asociaciones de ayuda mutua. Carlos Moore relata como en una de esas asociaciones formada por obreros modestos, llamada «Amantes del Progreso», hombres negros se reunían con regularidad para beber y discutir cuestiones políticas, para ayudar a los niños con sus tareas escolares y estudiar la historia de los negros cubanos, una tarea virtualmente ignorada por el sistema de educación pública (Carlos Moore, Pichón: A Memoir; Race and Revolution in Castro’s Cuba, Chicago, Lawrence Hill Books, 2008, 45-46).

En algún momento de 1959, los líderes revolucionarios decidieron eliminar esta fuente de poder independiente. Poco después de que Juan René Betancourt, un intelectual negro notable que actuaba como supervisor provisional de la Federación Nacional de Sociedades Negras, le informara al gobierno que la séptima convención nacional de dicha organización había sido programada para finales de noviembre de 1959, inesperadamente se enteró a través un programa radial de que había renunciado a su cargo «debido a la presión de otras obligaciones». Este fue el comienzo de un proceso que para mediados de los sesenta había eliminado a las sociedades de color como una fuerza vital en la sociedad negra cubana (Juan Rene Betancourt, «Castro and the Cuban Negro», Crisis 68, no. 5 (1961): 271, 273).

Algo parecido sucedió con la situación de las mujeres cubanas. Esto involucró la creación por el gobierno revolucionario de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) como una de sus varias «organizaciones de masas» (que más tarde se convirtieron en las correas de transmisión del partido único), lo que significó la disolución forzosa de 920 organizaciones independientes de mujeres que existían desde antes de la revolución. Dado que el movimiento de mujeres en Cuba había desparecido veinte años antes, el gobierno logró sus propósitos sin mucha resistencia, en contraste con las luchas y purgas que tuvieron lugar en el movimiento sindical en 1959 y 1960 (Lois M. Smith and Alfred Padula, Sex and Revolution: Women in Socialist Cuba, New York: Oxford University Press, 1996, 32).

Finalmente, a partir de mayo de 1960, el gobierno revolucionario eliminó la prensa independiente tanto de derecha (Diario de la Marina) como liberal (Prensa Libre). Bohemia, la publicación cubana más importante, que seguía una política de izquierda liberal y socialdemócrata, pero hostil al PSP, fue tomada por elementos que seguían las orientaciones del gobierno. Su editor veterano Miguel Ángel Quevedo, partidario de Fidel Castro por muchos años, tuvo que marcharse del país.

No sabemos hasta qué grado Guevara estuvo directamente involucrado en estos eventos tan importantes, pero sí consta que, salvo por las objeciones que presentó en privado con respecto a la manera en que el gobierno revolucionario trató a Huber Matos, apoyó las medidas adoptadas por el gobierno de Fidel Castro y ciertamente lo hizo sin plantear cuestionamiento publico alguno a los cambios radicales del periodo crítico entre septiembre de 1959 y el verano de 1960. En todo caso, es obvio que como uno de los líderes principales del gobierno, el Che fue políticamente responsable del viraje de esos días.

Con respecto a los sindicatos, el Che siguió una política muy cercana a la que adoptó la CTC después de noviembre de 1959. Como ministro de Industrias, declaró en junio de 1961 que los trabajadores cubanos debían acostumbrarse a un régimen colectivista y, por lo tanto, no podían participar en huelgas (Ernesto Che Guevara, Revolución, 27 de junio de 1961). Guevara estaba expresando en sus propias palabras la noción de que, dado que el estado cubano era un estado obrero, era imposible que existiera un conflicto de intereses entre los trabajadores y el Estado. Esto ciertamente ignoraba la persistencia de las diferencias de clase y la división del trabajo jerárquico bajo el socialismo cubano.

Años más tarde, cuando estaba preparándose para viajar al Congo, el Che admitió privadamente en sus Apuntes, que, aunque no debía haber sindicatos bajo el socialismo, porque no había explotación de clase bajo ese sistema, los sindicatos eran necesarios para lidiar con los abusos potenciales en los centros de trabajo. También admitió en esos Apuntes que la democracia sindical en Cuba era un «mito perfecto» dado que el Partido Comunista proponía la única lista de candidatos que siempre era electa, sin el involucramiento de las masas. (María del Carmen Ariet García, editora, Apuntes Críticos a la Economía Política, op. cit., 412, 413). De lo que no tenía duda alguna, sin embargo, era de su oposición a cualquier proceso contencioso entre los trabajadores y el Estado empleador que, según la propia definición de Guevara, es idéntico a la vanguardia obrera (Apuntes Críticos, 249).

En su artículo de junio 18 de 1960 «La Clase Obrera y la industrialización de Cuba», Guevara reconoce que no es lo mismo ser trabajador que dirigir una fábrica, dado que ambos grupos perciben los problemas desde perspectivas diferentes. Para resolver ese problema, proponía que los dos grupos intercambiaran sus criterios para así tratar los problemas desde ambos puntos de vista y llegar a una solución. Esencialmente lo que estaba haciendo era reducir los problemas del conflicto de clases y la división del trabajo jerárquico a un mero fracaso de las comunicaciones.

Cuando René Dumont, el agrónomo izquierdista francés, trató de convencer a Guevara de la importancia de la participación de los trabajadores en sus cooperativas para así crear la noción de que sus emprendimientos les pertenecían a ellos, al menos en copropiedad, el Che reaccionó con mucho enojo y proclamó que «no es un sentido de propiedad lo que los miembros necesitan, sino un sentido de responsabilidad», (Rene Dumont, Cuba: Socialism and Development, New York, Grove Press, 1970, 51-52). El gobierno revolucionario del cual Guevara era uno de los líderes más importantes decidió que el poder de tomar decisiones en las industrias nacionalizadas era prerrogativa exclusiva de los administradores nombrados por el gobierno central, un proceso que fue descrito como de discusión colectiva, pero con la responsabilidad y las decisiones tomadas por una sola persona (Ernesto Che Guevara, «Discusión colectiva: Decisión y responsabilidades únicas», en Escritos y discursos, citado en Marifeli Perez-Stable, The Cuban Revolution, New York: Oxford University Press, 1993, 102).

El Che Guevara y la Cuba de hoy

El Che, un icono deslumbranteEl sistema de partido único ha sido el obstáculo principal para la democratización y el progreso de Cuba. Guevara nunca se opuso ni criticó el unipartidismo. El PCC, el partido único, no es en realidad un partido ya que un partido existe solamente en relación con otros partidos. Pero el término «partido» no es tampoco útil porque está asociado en la mente de millones de personas con los sistemas electorales. En el caso de Cuba, el Partido es mucho más que eso, por las correas de transmisión que posee en relación con las llamadas organizaciones de masas, tales como los sindicatos, organizaciones de mujeres y muchas otras instituciones, incluyendo al Poder Judicial, a los que transmite «orientaciones» que fijan las políticas a seguir e implementar en los distintos sectores de la sociedad.

El PCC controla los medios de comunicación (radio, televisión, periódicos y revistas) a través de las «orientaciones» transmitidas a dichos órganos por su Departamento Ideológico. Hay que notar que este departamento no solo censura cualquier noticia doméstica que pueda perjudicar al gobierno y al sistema imperante en Cuba, o a gobiernos extranjeros aliados o con los cuales mantiene relaciones amistosas. El PCC también controla al sistema electoral, utilizando las llamadas Comisiones de Candidaturas como filtro que veta no solo a candidatos oposicionistas sino a cualquiera que las estas comisiones consideren que puedan ignorar las «orientaciones» del PCC en el futuro. Es este poder sin límites del PCC, consagrado en la Constitución de la República de Cuba, la causa principal de que no exista un Estado de Derecho en la isla, de que domine la arbitrariedad gubernamental, de que las leyes no sean democráticamente adoptadas y de que en muchos casos sean ignoradas y violadas a través de decisiones administrativas y policiacas cuando el gobierno lo considera oportuno.

Esto es lo que permite la extensa represión en Cuba, tanto política como social. De acuerdo con la institución académica británica Institute for Crime and Justice Policy Research, que publica el «World Prison Population List» preparado por los académicos Helen Fair y Roy Walmsley, Cuba ocupa el quinto lugar en el número per cápita de presos comunes (el gobierno cubano no reconoce la categoría de presos políticos) en la lista de 223 sistemas carcelarios en países independientes y territorios dependientes. Cuba es solamente superada por los Estados Unidos, Rwanda, Turkmenistan y El Salvador. Recientemente, el número de presos políticos propiamente dicho subió a mucho más de 500, por los juicios celebrados contra las personas arrestadas durante las grandes protestas callejeras del 11 de julio de 2021. Los tribunales cubanos condenaron a docenas de los que protestaron a muchos años de prisión (incluyendo condenas de más de veinte años) por daños causados a la propiedad, ya que los manifestantes en su mayoría actuaron pacíficamente y no hubo un solo caso de muerte o heridas graves a persona alguna.

Es necesario insistir que el Che Guevara jamás se opuso al sistema de partido único, Cuba o en la URSS, aunque si comentó en una ocasión que el término «centralismo democrático» había sido usado por tantos sistemas políticos que había dejado de tener un significado claro y distintivo. (Guevara, Apuntes Críticos a la Economía Política, op. cit.,137). Es sin embargo llamativo que aunque Guevara criticó a veces de manera áspera al sistema soviético —especialmente con respecto a los cambios que se habían realizado en sus estructuras económicas para lo que consideraba como un favorecimiento a las fuerzas del mercado— e inclusive cambió su previa opinión positiva sobre Stalin, al mismo tiempo mantuvo una actitud acrítica con respecto a aspectos sumamente importantes del sistema unipartidista soviético. Así, por ejemplo, el Che declaró «que la bomba atómica soviética estaba en manos del pueblo», algo manifiestamente falso que solamente los partidarios acríticos de ese sistema político hubieran sostenido (Apuntes críticos a la economía política, op. cit., 294), aparte del hecho que de las armas nucleares involucran la eliminación de pueblos enteros, sin distinguir entre combatientes, civiles, clases gobernantes y el resto del pueblo.

Obviamente, hay que tomar en cuenta la crisis económica sumamente seria que está atravesando Cuba, que se acerca en sus dimensiones al desastre económico que el país sufrió a raíz del colapso del bloque soviético a principios de la década de los noventa. Cuba sufre hoy una grave escasez de productos básicos para la alimentación y salud de la población con una tasa de inflación que en abril de 2023 llegó al 45%, habiendo anteriormente ascendido hasta el 77%. Dada esa situación, no es de extrañar que el valor del dólar haya subido mucho.

Ya hace mucho tiempo que la economía cubana está en caída y que la tasa de inversión se ubica muy por debajo de lo requerido para mantener la producción y el nivel de vida existente. Aún menos para un crecimiento económico esencial que permita mejorar significativamente la situación de las grandes mayorías populares. Los dos últimos años han sido testigos de la más grande ola emigratoria que Cuba ha jamás presenciado (permitida e indirectamente estimulada por el gobierno). Para fines de 2023 se calcula que más de 450.000 personas habrán emigrado en los dos últimos años, una cifra extraordinaria para un país que cuenta con 11 millones de habitantes. Esta emigración agravará la crisis demográfica que el país ha experimentado por un buen número de años, especialmente si tenemos en cuenta que generalmente es la gente joven la más propensa a emigrar.

Dadas las muy difíciles circunstancias económicas y las dimensiones y composición de la economía cubana, cualquier tipo de democracia socialista en Cuba tendría inevitablemente que incluir un significativo sector privado compuesto de pequeñas empresas (aunque no las llamadas empresas «medianas», que pueden tener hasta 100 empleados y que son en realidad empresas capitalistas) y una inversión capitalista extranjera regulada por el Estado socialista democrático, lo que requeriría continuar la lucha contra el bloqueo estadounidense que constituye, entre muchas otras cosas, un obstáculo para lograr plenamente esa meta.

Esto constituiría una nueva versión de lo que en Rusia se llamó Nueva Política Económica (NEP), con concesiones a los campesinos y pequeños comerciantes e industriales que Lenin introdujo en 1921 al constatar que previo «Comunismo de Guerra», establecido a mediados de 1918, estaba confrontando una gran resistencia por parte del campesinado (el 80% de la población) y rebeliones armadas como las llamadas «verdes» en el caso de los campesinos de la región de Tambov del 1920 a 1921 y la de los marinos y la población de la fortaleza de Kronstadt en marzo de 2021.

Es en este contexto que un voluntarismo tan extremo como el del Che Guevara no sería solamente irrelevante en la Cuba de hoy sino políticamente muy nocivo. En sus análisis de la NEP rusa, el Che explícitamente ignoró la realidad de la enorme crisis económica de la Unión Soviética de los años veinte con la afirmación inaudita de que en aquella época «no había nada que fuera económicamente imposible», agregando que lo único que había que considerar era si algún plan económico estaba basado en «el desarrollo de la conciencia socialista» (Guevara, Apuntes Críticos Sobre la Economía Política, op. cit., 246). En otras palabras, considera que la «conciencia socialista» hubiera podido conquistar los obstáculos económicos objetivos del subdesarrollo y la severa escasez creada por la cruenta guerra civil en Rusia. En ese caso, si dicha «conciencia» hubiera tenido éxito en conquistar el poder, ese proceso inevitablemente hubiera resultado en una «acumulación primitiva» brutal y explotadora, como de hecho ocurrió bajo Stalin años más tarde.

*Janette Habel es activista política, autora, politóloga y especialista en Cuba y América Latina. Enseña en el Instituto de Altos Altos Estudios sobre América Latina (IHEAL) de la Universidad Sorbonne Nouvelle-París III. Michael Löwy, veterano militante ecosocialista brasileño-francés, autor de numerosas obras de crítica cultural y filosófica, es director de investigación emérito de CNRS de Francia. Samuel Farber es autor e investigador. Profesor Emérito en el Brooklyn College de Nueva York. Publicado en Sinpermiso.info

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