Colombia: entre el continuismo “incierto” y el cambio suave

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Christian Arias Barona

La sociedad colombiana enfrenta la que, tal vez, se recuerde como la campaña más intensa de su historia reciente. Un candidato posicionado como principal opción presidencial desde hace dos años se enfrenta a uno de los aspirantes menos esperados. Gustavo Petro y Rodolfo Hernández lideran una disputa entre el cambio y una continuidad disimulada que tendrá dictamen electoral este 19 de junio.

Aunque parecen similares, son dos proyectos con estrategias, alianzas y soluciones a los problemas nacionales que ubican en las antípodas.

La estrategia de la simulación (progresista)

Rodolfo Hernández simula ser progresista, adaptando hábilmente su programa al escenario de ballotage sin los opuestos progresismo-uribismo. Sin embargo, esa impostación solo es sostenible sin la confrontación entre candidatos, razón por la cual ha rehusado asistir a debates presidenciales (a lo cual ha sido compelido por intervención de la justicia). El provecho que obtiene de ello es que no debe explicar su programa ni cómo llevaría a cabo determinadas políticas de gobierno, y mantiene la atención cautiva en un personaje disruptivo, entretenido y corriente.

Hernández opera con pragmatismo combinando la alta exposición de su discurso y la discreción de sus alianzas. Mientras sus dichos ocupan la atención mediática exprimiendo la ventaja de haberse instalado como la figura de la campaña en el último tramo, sus colaboradores organizan en privado los acuerdos para asegurar los votos para la presidencia. Esto es corroborable por la correspondencia silenciosa al apoyo brindado por el uribismo, cuyo pacto formalizó el mismo Hernández en la reciente visita a Miami. El resultado ha sido la fabricación de un posible liderazgo que simultáneamente se manifiesta como irreverente y autoritario, anti-institucional y conservador, coloquial y privilegiado.

La estrategia de la oposición (propositiva)

Gustavo Petro ha marcado desde su derrota en segunda vuelta en 2018, una línea de oposición propositiva que le ubica como el presidenciable más capaz de conducir a una Colombia en crisis económica y humanitaria. Ha recurrido sagazmente a la crítica y tuvo la audacia de proponer un frente que reuniera la mayoría de fuerzas políticas alternativas al uribismo y al neoliberalismo, así como al consenso en torno a la paz.

El primer logro de esta apuesta fue alcanzar la mayor votación al Congreso el pasado 13 de marzo, a la vez que significa un resultado extraordinario en la historia de la izquierda y el progresismo en el país, que lo consolidó como corriente política. Con ese resultado, aunque insuficiente para controlar las mayorías del poder legislativo, impulsó una campaña que irradió en sus seguidores un optimismo inusual que les hizo soñar con un triunfo en primera vuelta, y con ello, superar la imagen de oposición perenne para convencer sobre la posibilidad real de gobernar.

De cara a la segunda vuelta, el activismo del Pacto Histórico ha tenido una presencia superlativa en las redes sociales, y simultáneamente, ha desplegado sus esfuerzos en cada comuna popular tocando puertas para convencer abstencionistas. Para el “petrismo” el clima que se vive es el de una segunda oportunidad, similar a la que motivó a cientos de miles de personas a salir a las calles en defensa del Acuerdo de Paz tras perder el plebiscito en 2016.

De lograr irradiar esa esperanza que movilizó por «el cambio en primera» a quienes no acostumbran votar, le augura una victoria a Gustavo Petro y Francia Márquez. Probablemente sea en los lugares donde ya han ganado, aquellos que crezcan en participación.

Escenarios: continuismo «incierto» vs cambio suave

Hernández cuenta con una magnífica estrategia de campaña con mensajes eficaces, pero carece de experiencia como conductor político y de un equipo para formar gobierno. Lo primero representa un cheque en blanco a la personalidad excéntrica e imprudente del candidato santandereano.

Su soltura para opinar desnuda la ausencia de ideas claras para gobernar. Lo segundo puede ser más preocupante que la sucesión de torpezas que pueda cometer por su altivez y emocionalidad volátil. No tener equipo significa que tras bambalinas transcurre una feria de cargos por votos, donde la mezcla de alianzas con el oficialismo y los rezagos del «centro», prefiguran una administración descentralizada y caótica.

El Pacto Histórico, por su parte, ha sumado figuras significativas que robustecen el planteamiento de un Frente Amplio, que cuentan con probada experiencia en la administración pública y no enfrentan procesos por corrupción. Enfrenta una sobre oferta de aspirantes a las distintas carteras de gobierno. La imagen de referentes con trayectoria le proporciona certidumbre.

Los consensos a que conduce la amplitud ciertamente redundarán en términos programáticos para garantizar el equilibrio entre cambio y estabilidad. La competencia reñida de la segunda vuelta obliga a la coalición progresista a moderar sus expectativas con la inclusión de las ideas del pensamiento liberal, por lo que algunas propuestas que tenían un alcance de mayor reforma y transformación se verían ajustadas.

El reto por venir sería movilizar a la sociedad en la profundización de la agenda del cambio, como un aliado que haga visibles los problemas más sentidos por los colombianos y colombianas, y participe de sus soluciones.  Se trataría entonces de un nuevo paisaje tendiente a la apertura democrática.

Finalmente, las estadísticas muestran una competencia cerrada que impide anticipar pronósticos. Además, es alentador saber que el anhelo popular de cambio seguirá abriendo caminos para el progresismo con la bancada legislativa más numerosa de en la historia colombiana, con más de 50 congresistas, cuyo proyecto tendrá oportunidad de afincarse territorialmente a fines de 2023 en la elección de Consejos, Asambleas Departamentales, Alcaldías y Gobernaciones. Cuando suene la campana final del segundo round, sea cual sea el puntaje, habrá que alistarse pronto para el siguiente desafío.

* Politólogo, docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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