Bolivia: Doce años de logros y los mismos desestabilizadores de siempre/ Doze anos de conquistas, e os mesmos desestabilizadores de sempre

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Sullkata M. Quilla|

El martes 14 de agosto, el presidente Evo Morales ha cumplido, legal y legítimamente, el record de permanencia sucesiva en la conducción del aparato estatal boliviano (12 años o 4.578 días como presidente), lo que lo convierte en el fenómeno político más sobresaliente de la historia de su país, mientras se suceden intentos desesperados de la derecha para desestabilizar el país.

El exministro de Gobierno, Hugo Moldiz, denunció intentos “irresponsables” de sectores de la oposición para convulsionar el país con el objetivo de desprestigiar la gestión de gobierno y posesionar un discurso que asegura que el presidente Evo Morales no es garantía de estabilidad económica y política, frente a una realidad que demuestra los grandes logros en doce años de gestión.

Hugo Modiz

Entre los desestabilizadores, incapaces de elaborar propuestas para el país, incluye al expresidente Carlos Mesa, Tuto Quiroga y el rector de la UMSA; Waldo Albarracín, que aseguran que el país se convulsionará si no se respetan los resultados del referendo del 21 de febrero de 2016, en una “convocatoria disfrazada a la violencia”, muy parecida a la que se maneja en Venezuela y Nicaragua.

“El mundo “está viendo que en Bolivia hay plena democracia, donde la gente puede decir libremente sus opiniones y tomar también acciones en función de sus propias convicciones”. Está claro que en Bolivia “no pasa absolutamente nada que restrinja la democracia y los contenidos de la democracia como tal”, indicó.

De acuerdo a todos los sondeos de opinión, el promedio de aprobación de la gestión en doce años de gobierno supera el 55%: la población valora las obras que hace, la intensidad del trabajo que despliega y la honestidad que demuestra el Presidente.

“Estas convocatorias medias disfrazadas a la violencia o a negar más bien la vigencia de un orden democrático le hace mucho daño a la oposición, que debería sentarse primero para ver cómo se pone de acuerdo a tener un solo candidato; segundo, para presentarle un proyecto al país”, subrayó.

Morales es, en su condición de líder histórico, el eje o nodo articulador de otros dos factores que hacen posible la revolución boliviana: la fuerza organizada del pueblo y el proyecto alternativo. Entre 2006 y 2009 Evo presidió el viejo Estado y ahora el Estado Plurinacional superando al conductor de la revolución de 1952, Víctor Paz Estenssoro, quien acumuló 12 años al frente del país de manera discontinua (1952-56, 1960-64 y 1985-89).

A ese triángulo se incorporó el proyecto alternativo, que articula el cuestionamiento a la colonialidad del poder y al sistema capitalista en el Plan Nacional de Desarrollo –que  significó la nacionalización del petróleo, la Asamblea Constituyente, la anulación del neoliberalismo, entre otras medidas)- y ahora se enrumba hacia la materialización de la Agenda 2025.

Los analistas señalan que ésta no es una revolución para instalar en el poder a una protoburguesía, como ocurrió en 1952, sino para constituir un bloque en el poder bajo liderazgo indígena campesino, obrero y popular para dar vida al proceso de cambio en la revolución más profunda de la historia boliviana.

Evo fue capaz de articular la resistencia al neoliberalismo desde la crisis de abril de 2000, cuando se desarrolló la “Guerra del Agua”.  Hubo otros referentes en la sublevación popular, como Felipe Quispe, pero Morales condensaba los sueños y las esperanzas de la más amplia gama de las clases subalternas. Y tras la derrota del neoliberalismo en octubre de 2003 y del intento de la embajada estadounidense de imponer su presidente en junio de 2005, la poderosa insurgencia indígena campesina, obrera y popular obtuvo una histórica victoria político-electoral en diciembre de 2005.

Para Moldiz, no es posible divorciar a Evo líder, del Evo presidente, y si bien hay momentos en que entra en crisis esa relación, cada vez que lo ha hecho ha salido fortalecida. Evo está decidido a ser candidato, una vez más, en las elecciones de 2019.

La fuerza de su liderazgo, fundada en el protagonismo de los movimientos sociales, se está encargando de romper con varios mitos de la historia de Bolivia, como el que señalaba que la diversidad clasista y nacional-cultural impedía que cualquier candidato obtuviera más del 50% de los votos en la primera vuelta. Conquistó el 54% en 2005 y cuatro años después tuvo el 64% de respaldo, además del 67% que alcanzó en el referéndum revocatorio del 10 de agosto de 2008. En 2014 obtuvo el 62% de votación.

Morales está demostrando que el Estado en manos de una dirección revolucionaria es un instrumento capaz de administrar eficientemente los bienes comunes para la búsqueda del bien común, al no quedar subsumido a las fuerzas ciegas de la economía de mercado (a empresas transnacionales en un modelo neoliberal), sino que con la titularidad de un nuevo bloque en el poder (indígena campesino obrero y popular) queda en función de los intereses de la inmensa mayoría de la población.

Al  distanciarse de las recomendaciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, Morales ha logrado el comportamiento más exitoso de la historia económica boliviana: el PIB casi se ha quintuplicado (de seis mil a más de 35 mil millones de dólares), y las exportaciones estancadas en mil millones de dólares al año durante dos décadas se multiplicaron por 10.

Bolivia se erigió en la primera economía de la región en los últimos cuatro años, producto de la política de nacionalizaciones y la aplicación de un modelo que genera excedentes y los redistribuye con distintos mecanismos a la población, provocando un énfasis en la demanda interna.

Y destruyó el mito de que Bolivia necesita de los Estados Unidos y los países del capitalismo central, con una política exterior soberana y diversificada. Ya lo había señalado el desaparecido líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz: “no somos dependientes por ser pobres, sino pobres por ser dependientes”.

Moldiz recalca que se ha roto, también, el mito de que “los indios no saben gobernar”, abriendo un proceso de descolonización de las estructuras políticas, materiales y simbólicas que le otorgaban a la “blanquitud” una superioridad sobre la “indianitud”.  Y demostró que un gobierno de izquierda puede ser eficiente, dejando atrás el prejuicio sobre la participación y el liderazgo estatal: se puede redistribuir la riqueza y hacer obras de envergadura sin poner en riesgo la estabilidad económica y la soberanía.

Ahora le resta demostrar que un proyecto anticapitalista –el socialismo comunitario para el Vivir Bien- es lo que Bolivia necesita para continuar por el rumbo de la soberanía política y la independencia económica.

Como es obvio, dice Moldiz, la revolución boliviana enfrenta –como ahora- también momentos de contrarrevolución, donde la derecha, envalentonada por la teoría del fin del ciclo progresista y de restauración conservadora apunta a destruir todo lo que se hizo en doce años, apoyándose en el discurso de pedir respeto al referéndum del 21 de febrero de 2016, que cerró la posibilidad de la modificación del artículo 168 de la Constitución y la reelección presidencial.

La respuesta a esta amenaza está en manos de Evo y del pueblo organizado.

* Antropóloga y economista, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

VERSIÓN EN PORTUGUÉS

 

Doze anos de conquistas, e os mesmos desestabilizadores de sempre
Por Sullkata M. Quilla

Em agosto, o presidente Evo Morales alcançou legal e legitimamente o recorde de permanência sucessiva no comando do aparato estatal boliviano (12 anos, ou 4.578 dias como presidente), o que o torna o fenômeno político mais importante da história do país. Ao mesmo tempo, ocorrem tentativas desesperadas da oposição de direita para desestabilizar o país.

O ex-ministro Hugo Moldiz, denunciou tentativas “irresponsáveis” de setores da oposição para convulsionar o país, com o objetivo de desprestigiar a gestão do governo e propagar um discurso que assegura que o presidente Evo Morales não dá garantias de estabilidade econômica e política, confrontando uma realidade que demonstra os grandes avanços alcançados em 12 anos de gestão.

Entre os desestabilizadores incapazes de elaborar propostas para o país estão os ex-presidentes Carlos Mesa e Tuto Quiroga, além do reitor da Universidade Maior de San Andrés (UMSA), Waldo Albarracín. Os três asseguram que o país ficará ingovernável caso não sejam respeitados os resultados do referendo de 21 de fevereiro de 2016, fazendo um disfarçado apelo à violência política, muito parecido com os observados costumeiramente na Venezuela e na Nicarágua.

“O mundo está vendo que há plena democracia na Bolívia, as pessoas podem dizer livremente suas opiniões e tomar ações em função de suas próprias convicções”, afirmou Moldiz, e completou dizendo que está claro que “não acontece absolutamente nada (na Bolívia) que possa ser considerado como uma restrição à democracia e os conteúdos de livre pensamento”.

De acordo com todas as pesquisas de opinião, a média de aprovação da gestão em doze anos de governo supera os 55%. Significa dizer que a população reconhece as obras realizadas pelo governo, a intensidade do trabalho e a honestidade demonstrada pelo presidente Morales.

“Estes apelos disfarçados em favor da violência política, baseados em negar a existência de uma ordem democrática, são uma estratégia que prejudica a oposição, que deveria se sentar para dialogar entre seus próprios líderes para ver como chegar a um acordo e ter um só candidato, e para construir um projeto que possa apresentar ao país”, comentou Moldiz.

Em sua condição de líder histórico, Morales é o eixo e o nó articulador de outros dois fatores que tornam possível a revolução boliviana: a força organizada do povo e o projeto alternativo. Entre 2006 e 2009, Evo presidiu o velho Estado, e agora lidera o Estado Plurinacional, superando o condutor da revolução de 1952, Víctor Paz Estenssoro, que acumulou 12 anos como mandatário do país de forma descontinuada (teve três mandatos: 1952-56, 1960-64 e 1985-89).

Nesse contexto, foi incorporado ao plano de governo o projeto alternativo que articula o questionamento à colonialidade do poder e ao sistema capitalista dentro do Plano Nacional de Desenvolvimento – que significou a nacionalização do petróleo, a Assembleia Constituinte, a anulação do neoliberalismo, entre outras medidas –, e agora se discute a materialização da Agenda 2025.

Os analistas indicam que esta não é uma revolução para instalar uma protoburguesia no poder, como ocorreu em 1952, e sim para constituir um bloco de poder sob a liderança indígena camponesa, operária e popular, para dar vida ao processo de mudanças na revolução mais profunda da história boliviana.

Evo foi capaz de articular a resistência ao neoliberalismo desde a crise de abril de 2000, quando se desenvolveu a “Guerra da Água”. Houve outros referentes na sublevação popular, como Felipe Quispe, mas Morales condensava melhor os sonhos e as esperanças da mais ampla gama das classes subalternas. Após a derrota do neoliberalismo, em outubro de 2003, e da tentativa da embaixada estadunidense de impor seu presidente em junho de 2005, a poderosa insurgência indígena camponesa, operária e popular obteve uma histórica vitória político-eleitoral em dezembro de 2005.

Para Moldiz, não é possível divorciar o Evo líder político do Evo presidente, e embora tenha havido momentos em que essa relação entrou em crise, cada vez isso aconteceu ele saiu fortalecido. Por isso Evo Morales está decidido a ser candidato, uma vez mais, nas eleições de 2019.

A força da sua liderança, fundada no protagonismo dos movimentos sociais, está desfazendo vários mitos da história da Bolívia, como o que dizia que a diversidade classista e nacional-cultural impedia que qualquer candidato obtivesse mais de 50% dos votos em um primeiro turno eleitoral. Evo conquistou 54% em 2005, e quatro anos depois alcançou 64% de respaldo, sem contar 67% no referendo revogatório de 10 de agosto de 2008. Em 2014, ele obteve 62% da votação.

Morales está demostrando que o Estado nas mãos de uma direção revolucionária é um instrumento capaz de administrar eficientemente os serviços públicos e de buscar o bem comum, ao não se manter submisso às forças cegas da economia de mercado (empresas multinacionais e agentes do modelo neoliberal), já que é regido por um novo bloco de poder (indígena, camponês, operário e popular) que se guia em função dos interesses da imensa maioria da população.

Ao se distanciar das recomendações do Banco Mundial e do Fundo Monetário Internacional, Morales pode almejar resultados entre os mais impressionantes em todo o continente, e certamente os melhores da história econômica boliviana: o PIB quase se quintuplicou (passou de 6 a mais de 35 bilhões de dólares), e as exportações – que se mantiveram estacionadas em um bilhão de dólares ao ano durante duas décadas – foram multiplicadas por 10 em seu período.

A Bolívia se transformou na primeira economia da região nos últimos quatro anos, graças à política de nacionalizações e à aplicação de um modelo que gera excedentes e os redistribui à população através de distintos mecanismos, provocando uma ênfase na demanda interna.

Também foi destruído o mito de que a Bolívia necessita dos Estados Unidos e dos países do capitalismo central, devido a uma política exterior soberana e diversificada. Como já dizia o desaparecido líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz: “é errado pensar que somos dependentes por sermos pobres, a verdade é que somos pobres por sermos dependentes”.

Moldiz recorda que se quebrou também o mito de que “os índios não sabem governar”, abrindo um processo de descolonização das estruturas políticas, materiais e simbólicas que outorgavam à “branquitude” uma superioridade sobre a “indianitude”. Ele também demonstrou que um governo de esquerda pode ser eficiente, deixando para trás o preconceito sobre a participação e a liderança estatal: é possível redistribuir a riqueza e fazer obras de envergadura sem colocar em risco a estabilidade econômica e a soberania.

Agora, ele terá que demonstrar que um projeto anticapitalista – o socialismo comunitário para o bem-estar – é o que a Bolívia necessita para continuar no rumo da soberania política e da independência econômica.

Como é óbvio, segundo Moldiz, a revolução boliviana enfrenta momentos – como o de agora – de contrarrevolução, onde a direita tenta emplacar a teoria do fim do ciclo progressista na região e a restauração conservadora, que pretende destruir tudo o que se fez nos últimos doze anos, apoiada no discurso de pedir respeito ao referendo de 21 de fevereiro de 2016, que impediu a modificação do artigo 168 da Constituição para permitir uma nova reeleição presidencial.

A resposta a esta ameaça está nas mãos de Evo e do povo organizado.

Sullkata M. Quilla é antropóloga e economista boliviana, e analista associada ao Centro Latino-Americano de Análise Estratégico (CLAE)

*Publicado em estrategia.la | Tradução de Victor Farinelli

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