Reforma Universitaria y Sociedad del Conocimiento
Matías Caciabue- CLAE |
En 1993, el abogado y padre de las llamadas ciencias del managment Peter Drucker, describió su “sociedad del conocimiento” como la “sociedad postcapitalista”, donde el conocimiento se pondría en el centro del desarrollo económico, por encima del trabajo salarial, la renta del suelo y la disponibilidad de capital.
En un estudio de la Escuela Politécnica Federal de Suiza, conocida mundialmente como la Universidad ETH de Zúrich –alma Mater de 21 Premios Nobel, entre ellos Albert Einstein-, la actual fase del capitalismo se caracteriza por haber construido una difusa forma económica-política-militar de “red global de control corporativo”.
De esta manera, la “Knowledge Society” (sociedad del conocimiento) es una forma sutil de desdibujar la realidad, de vender gato por liebre. Estamos asistiendo no a un poscapitalismo, sino a la irrupción de un capitalismo que ha alcanzado su fase global (¿acaso la última?).
La construcción de dicha red, que afirma el dominio ascendente de la aristocracia financiera global, se inicia con los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la crisis del petróleo de 1973 y la conversión del dólar en moneda fiduciaria tras la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods.
Junto a ello, la caída del campo soviético, la crisis de la deuda latinoamericana; George Bush, Bill Clinton y Tony Blair, la anulación de la Ley Glass-Steagall en 1999, la inserción de los intereses angloamericanos con la doctrina de Deng Xiaoping de “un país, dos sistemas” y la devolución de Hong Kong a China en 1997, el surgimiento y auge de las llamadas fintech en los años de 1990 y 2000, y la crisis económica mundial desatada a partir de la caída del Lehman Brothers en 2008.
La educación superior en la red global de control corporativo
En esta nueva fase del capital se busca instalar un paradigma donde el ciclo de grado universitario nacional es apenas un ciclo básico que sólo permite obtener recursos humanos para tareas de operario de calificación media, y donde el ciclo de posgrado trasnacionalizado se convierte en el ciclo de formación superior.
Los recursos humanos de alta calificación deben formarse en sus “sedes centrales”, donde serán finalmente reclutados por los grandes grupos financieros: la Ivy League (Harvard, Columbia, Yale, entre otras), Chicago, MIT y California en Estados Unidos, y el triángulo inglés de las universidades de Cambridge, Oxford y Londres.
Al mismo tiempo, empujan un proceso de desescolarización y de formación cuentapropistas (free-lancers) en sus propias empresas, tal como hace Facebook con sus grandes becas del 40% (¡!) en la Digital House Tech Hub que forma programadores web que, llegado el caso, entrarán como trabajadores a su empresa o serán arrojados a la incertidumbre de un mercado de trabajo empujado a una creciente y progresiva desocupación.
Al mismo tiempo, grandes empresas de servicios educativos se han constituido como nodos relevantes de la red financiera transnacional. Sylvan Learning Systems Inc y Pearson Global Inc son dos de los casos más renombrados.
En este capitalismo globalizado también aparecen instituciones educativas como la Universidad de Minerva, autodefinida como la primera universidad global, donde los estudiantes viajan y viven en siete ciudades diferentes a lo largo de su cursado: San Francisco, Seúl, Hyderabad, Berlín, Londres, Taipei y Buenos Aires son sus “sedes”, rompiendo el molde de todo lo instituido hasta el momento.
Las corporaciones apuestan casi como los Estados
Según la Fundación Varkey, presidida por Bill Clinton, en 2013 las compañías que figuran entre las 500 más poderosas del mundo gastaron 2.600 millones de dólares en educación, un 13% del presupuesto total con el que contaban para acciones de la llamada Responsabilidad Social Empresaria (RSE), que en realidad enmascara la evasión impositiva y la promoción de inversiones en nuevas áreas aún no suficientemente enlazadas en la lógica de la financiarización económica.
El informe estima que un 33% del desembolso corporativo en esta área se destina a la formación universitaria y un 19%, a la capacitación profesional. Esos valores no son nada marginales si se compara con los 4.700 millones de dólares que el Estado argentino invierte en el sistema universitario, uno de los de mayor inversión en Universidad de la región en relación al PBI (0,77% estimado para 2018).
Vale precisar que entre las empresas que más invierten en educación, destacan el Banco Santander (de composición anglo-española) con 166 millones de euros, la tecnológica norteamericana IBM con 122 millones y la española Telefónica con 110 millones de euros.
El listado de los 10 primeros lo completan Exxon Mobil (petrolera estadounidense, 98 millones de euros), Target (supermercadista norteamericana, más de 80 millones), Glaxo Smith Kline (farmacéutica británica, más de 73 millones), Microsoft (más de 73 millones), Toyota Motors (71 millones de euros), Rio Tinto Group (minera anglo-australiana, más de 69 millones) y Wells Fargo (banca de servicios financieros de origen estadounidense, más de 69 millones).
Si las tendencias mundiales se consolidan, donde progresivamente los Estados dejan de invertir en la educación superior y, por el contrario, las corporaciones transnacionales despliegan su poder para tendencialmente ocupar ese vacío, iremos viendo como la educación será cada vez más una cuestión de “privados”.
En el centenario de la Reforma
A 100 años del primer gran movimiento reformista universitario, la aristocracia financiera global –que es la personificación social del capital transnacionalizado- ha decretado que la educación ya no es un bien público y un derecho de los ciudadanos. Por el contrario, la educación es, para éstos, un interés privado y una mercancía a adquirir por los consumidores de acuerdo, por supuesto, a sus posibilidades económicas.
Sólo basta recorrer las calles de Santiago de Chile entre noviembre y marzo de cada año para ver la gravitación publicitaria que la Educación Superior tiene en una sociedad a la que le han enajenado su derecho a la educación a partir de la dictadura de Augusto Pinochet.
La conmemoración de la primera gran gesta estudiantil está sirviendo de escenario de una disputa sobre cuál es el modelo que se impondrá: aquel que la entiende como un Derecho Humano, o aquel que la entiende como un servicio comercializable y rentable.
El evento central de esta disputa será la Tercera Conferencia Regional de Educación Superior (CRES) del Instituto Internacional de la UNESCO para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (IESALC), a realizarse en junio de éste año en la ciudad argentina de Córdoba.
Si creemos que la defensa de la Universidad Pública es la defensa de un espacio social que no debe ser controlada por las necesidades de la aristocracia financiera global, estaremos obligados a romper con la idea de que la gesta reformista se realizó sólo por una cuestión de formas institucionales en el quehacer universitario.
Una vez más la discusión es sobre socializar aquello que se encuentra privatizado, hacer público (del Pueblo) lo que es de unos pocos: el conocimiento estratégico. El desarrollo de la sociedad del conocimiento en nuestra realidad, puede representar, bien administrada, una posibilidad gigantesca de redistribuir la riqueza del mundo.
La conmemoración de los 100 años de la Reforma Universitaria debe servir como una oportunidad para reflexionar, discutir y sumar voluntades, como un momento en la construcción de un proyecto estratégico que permita rediseñar otro país, otra región, otro mundo. La Reforma Universitaria que estos tiempos necesitan no es sólo para la Universidad.
Después de todo, el manifiesto de los reformistas universitarios de hace un siglo, autopercibidos como revolucionarios, afirmaba también que “los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.
* Licenciado en Ciencia Política (UNRC), estudiante de la Especialización en Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa), redactor-investigador argentino del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).