El país que no me entiende: Las masivas marchas contra la política de Duque.

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Juan Alberto Sánchez Marín

 

Los plantones continúan en Colombia. El repique de cacerolas no deja de oírse en Bogotá y en muchos municipios del país. Son concentraciones pacíficas en puntos determinados, pero se prevén nuevas movilizaciones masivas para los próximos días, y, con toda certeza, muchas para el próximo año.

Los medios hablan poco de las demandas del Paro. Antes hablaron en exceso de vándalos y encapuchados malvados; ahora, se regodean en las contrariedades que encarnan las marchas. Las pérdidas de los comerciantes, hasta ahora, según la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), ascienden al billón de pesos (unos trescientos millones de dólares). Un menoscabo considerable, nadie lo niega, injustificado e injusto.

Menos que nada, desde luego, al lado de la corrupción desbordada de quienes esquilman al Estado, y le dan brío a cualquier protesta. Y como si fuera que sin marchas esos comerciantes pudieran hacer cuentas alegres en un país lleno de fruslerías para ver y pocas monedas para comprarlas.

Los medios también hablan de los trancones que ocasionan los marchantes. Que no respetan los derechos de los no marchantes, y que estos deben caminar durante kilómetros porque no funcionan los sistemas colectivos de transporte.

Como si esas protestas no fueran también por los no marchantes que viajan apiñados en buses que otros ni siquiera tienen con qué pagar. Como si las concentraciones no fueran contra la violación de los derechos, esos sí fundamentales, que estado y gobierno acometen contra marchantes y no marchantes por igual.

Claro que hacer valer los derechos de la población mayoritaria significa restarle prebendas a la minoría que las detenta.

Dos magnitudes inversamente proporcionales, aquí y dondequiera que sea: la disminución de pobres y miserables en un país equivale a un incremento sensible en la rabia de sus élites. Y con razón. Pues se disminuyen las riquezas a acaparar, los capitales para especular y los esclavos de los cuales disponer.

Motivos más que suficientes para negar la protesta social y atacar sin piedad a rebeldes y marchantes. Arremeten contra ellos los que tienen cómo y con qué, y se valen de lo que hallen a la mano.

Desde los grandes medios de comunicación de su propiedad, hasta las fuerzas policiales a su servicio. Desde el gobierno a su servicio, hasta las instituciones a la medida, los legisladores gregarios, la Justicia a justiprecio.

¿Qué vendrá luego de la tempestad?

No la calma, por supuesto. La protesta tendrá una pausa en Navidad y fin de año porque para los colombianos primero lo primero.

El gobierno calcula que la temporada del consumismo enfriará los ánimos. Como si hubiera dinero para comprar, cuando se protesta precisamente porque el dinero de sobra de aquellos pocos le falta a todos, o a casi todos.

Con un dólar por las nubes, se volvió inasequible lo importado, y lo nacional fue liquidado para abrirle paso a la importación que no hay con qué traer.

Yerran tales cálculos y cábalas. Para enero, todos los bandos, marchantes, caceroleros, encapuchados, y SMAD acorazados, volverán por sus fueros, con las pilas recargadas. Las pilas y, bueno, también, las pistolas paralizantes, recargadas quién sabe con qué, y esos rifles no letales que ya llevan cuatro muertos. El gobierno, en la pausa, amarrará las vacas sueltas con insólitos decretos y disposiciones.

Los marchantes volverán pertrechados con cacerolas nuevas, según el correspondiente estrato, repartidas por Santa Claus, Papá Noel o el Niño Dios. Los únicos que en este país, quizás, todavía concedan algo sin tener que marchar ni aguantar tundas o balazos.

Y, entonces, asoma una pregunta prioritaria:

¿Qué conquistará la sociedad?

¿Qué conquistará la sociedad con tal montón de paros masivos y protestas tan repetidas? Las movilizaciones tendrán proyección válida sólo en la medida en que sean un revés para el presidente Duque y sus políticas. La descarnada no es la frase, sino la gris realidad con la que él pretende pintar el vividero nacional.

Otra vez, las magnitudes inversamente proporcionales.

Pues entre más políticas consigan implementar Duque, Carrasquilla y demás combo, menos justicia social. Más represión, menos garantías para los ciudadanos. Menor cumplimiento del Acuerdo con las FARC, mayor resurgimiento de la guerra en campos y ciudades.

Porque es una trampa el cuento de que juntos saldremos adelante. Duque representa los intereses concretos de sectores específicos, y chapotea en un pantano de extrema derecha con caimanes aún más a la ultraderecha.

Con esos grupos financió la campaña, por ellos fue elegido, para ellos gobierna. Tal vez en los asuntos de la casa contradiga casi a diario lo que dice con lo que hace. Pero ni chista al seguir las prescripciones contraproducentes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Con esa sumisión despabiló la resistencia en su contra.

Su llamado al diálogo nacional revela lo que digo. No se pueden meter al mismo saco las ambiciones de unos y las reclamaciones de otros. A empresarios de arriba con desempleados de abajo. A quienes tienen toda la tierra, junto a los que no tienen ni adonde caerse muertos.

Los unos, disfrutan de los privilegios, pero quieren más. Son los barriles sin fondo que fabrica el neoliberalismo en los talleres del mercado. Los otros, en cambio, tienen una educación que no sirve o no les llega, un sistema de salud que los mata, unas viviendas que se las llevan los aguaceros y los torrentes.

Saborean las bondades del capitalismo, desde el otro lado de los escaparates. Están acostumbrados a recorrer las bellezas del país en folletos turísticos y mapas de escuela, hasta no hace tanto, por una guerra sobrante, hoy en día, por la plata faltante. En otras palabras, por lo mismo.

Han nacido en un país donde las transnacionales se hacen pasar por tienditas de esquina, y en el que los nativos, parafraseando con atrevimiento los versos del poeta Giovanni Quessep (1976), son extranjeros de todo, maldecidos por la dicha, solos y a solas hablando de un reino que no existe.

Disfrutan por la televisión la vida feliz de la que carecen. Dejan escapar más lagrimones por ricos ficticios, con padecimientos de libreto, que por ellos y su familia, con las tragedias cotidianas y de verdad. Hay que reconocerle al sistema que ha sido cruelmente listo.

Ese país que no me entiende

Una economía que mejora, pero una miseria que aumenta. Las grandes empresas creciendo, el empleo disminuyendo. Y el soldado de la patria con la esperanza de que lo maten antes de tener que suicidarse.

Oye, tú, mujer, hombre, niño, trabajador, empleada, negro, indígena, recua de pobres, pero, sobre todo, tú, viejo, ¿de qué me hablas con estos paros sin justificación y esa rabia inexplicable?

Pareciera que dos o tres siglos después la mayor parte de los colombianos al fin supiéramos lo que el presidente aparenta no oír. Que nos hubiéramos percatado de repente del cuento trasnochado. Y eso es, por lo menos, esperanzador.

Todo indica que ahora nos damos cuenta que Duque recurre al mismo ardid utilizado por el linaje que nos ha gobernado desde siempre: el de hacerse el bobo. Y no hay tal. Puede que Duque no tenga idea de hacia dónde conduce al país, pero entiende bien a qué apeadero debe llevar a los que importan.

Por eso, incluso, en los momentos de peor gobernabilidad, en plena cúspide del paro, las ratas prestas a saltar del barco, Duque firma uno de los decretos más dañinos de los últimos tiempos para el país. La cereza en el pastel de cuatro décadas de privatizaciones frenéticas.

La creación del “Grupo Bicentenario”, el conglomerado bicéfalo que, por un lado, simplificará y justificará mediante cifras, títulos y acciones el fin último de privatizar lo que aún queda del Estado, y por el otro, entre tanto, le cede el patrimonio público a los tejemanejes de la intermediación especulativa para que los ladrones hagan de las suyas sin estorbo.

Duque se ha bañado en la fuente donde nace el río de aguas sucias que ahora lo arrastra. Y “los ríos todos van al mar, y el mar no se llena” (Eclesiastés 1:7). Por lo visto, la mar del sapiencial libro también era neoliberal.

 

*Periodista, escritor y director de televisión colombiano. Analista en medios internacionales. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). Fue consultor ONU en medios. Productor en Señal Colombia, Telesur, RT e Hispantv.

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