Afganistán no es un nuevo Vietnam: un repliegue desordenado
Paula Giménez
Después de 20 años de ocupación, los medios de comunicación mostraron al mundo el despegue del último avión de Estados Unidos desde Kabul con su personal militar y diplomático, completando la retirada total de tropas de Afganistán. Un día antes del plazo declarado por Joe Biden en la cumbre virtual del G7: 31 de agosto. Horas después, Mujahid, portavoz del grupo Talibán, declaró la “plena independencia” del país.
No faltaron las analogías entre la retirada de Afganistán y la de Vietnam, analizando los hechos como una derrota estratégica de Estados Unidos. Es difícil resistir la tentación de comparar esas imágenes, tan parecidas entre sí, vistas a vuelo de pájaro y en un intenso bombardeo mediático, principalmente desde los cañones de la prensa progresista. Pero basta detenerse un instante para observar los hechos, y la comparación se vuelve imposible.
¿Cómo es posible pensar que luego de 20 años de invertir en una guerra EEUU se retire, derrotado, sin más? ¿Sería viable creer que hubo una victoria talibán al estilo del Vietcong?
Teniendo en cuenta la teoría de Mackinder, que plantea que quien controla el centro de Eurasia controla el mundo, y en un momento de tensión geopolítica como el actual, ¿es viable que EEUU ceda territorio nada más y nada menos que en Medio Oriente y deje el camino liberado al accionar de países como Paquistán e India, como China y Rusia?
Recordemos que Afganistán siempre fue el “cementerio de los imperios”, ya desde el año 330 ac con Alejandro Magno, pasando por Gran Bretaña y luego la Unión Soviética (URSS). Si uno lee bien la salida de las tropas soviéticas de Afganistán fueron la antesala de la caída del muro de Berlín, y luego de la disolución de la URSS.
No es posible arrojar luz sobre los acontecimientos actuales si no nos remontamos a la victoria de la Revolución Saur de 1978, que llevó al poder al Partido Democrático Popular de Afganistán. Fue la victoria de un proyecto que devolvió derechos y libertades a una población con una tasa de analfabetismo del 95%, sumida en la pobreza extrema y la desigualdad.
El programa incluyó banderas como reforma agraria integral, libertades para las mujeres como derecho a no usar velo, legalización del trabajo femenino y ley del divorcio.
Estados Unidos y sus aliados regionales no perdieron el tiempo y combatieron la revolución desde el comienzo, financiando y armando a los islamitas (padres del talibán actual), que combatían al gobierno socialista afgano. Tras la derrota de la URSS y la caída del Muro de Berlín, finalmente, la revolución Saur fue derrotada por los muyahidines.
El propio Ronald Reagan se refirió a ellos de esta manera: “Estos muyahidín tienen en sus entrañas el espíritu de los padres fundadores de EEUU”. En Occidente, los muyahidínes o luchadores de la fe islámica eran presentados como los “freedomfighters” (luchadores de la libertad), y hasta Hollywood puso a Rambo como su aliado en una película de 1988.
En abril de 1992, se hicieron con el poder en Afganistán y cayó el gobierno revolucionario. Occidente rápidamente los reconoció como autoridades legítimas y la sociedad civil que intentó edificar el proyecto socialista fue rápidamente reprimida con la más rígida interpretación de la Sharia o Ley Islámica.
Volvió la pena de muerte por adulterio para las mujeres y el uso del velo obligatorio, como expresiones del retroceso absoluto en materia de libertades para el pueblo.
Los Talibán fueron en ascenso a partir de esa fecha, aumentando su poderío gracias al financiamiento de Estados Unidos y la CIA, en un romance basado en los negocios del opio y la heroína con sus aliados locales.
Julián Assange, fundador de Wikileaks, dijo en 2011 que “el objetivo es utilizar a Afganistán para lavar dinero de las bases impositivas de Estados Unidos y de países europeos y traerlo de vuelta a las manos de las elites de la seguridad transnacional”. Agregaba también que el objetivo es una “guerra eterna, no una guerra exitosa”.
La misma Hillary Clinton declaró públicamente su plan de formación de la milicia muyahidín, con base en Paquistán. En 1996 derrocaron al también fundamentalista Rabbani y fundaron el Primer Emirato Islámico de Afganistán.
El 11 de septiembre el mundo asistió a las imágenes del “atentado” a las torres gemelas del Word Trade Center en Estados Unidos. La estrategia de construcción del terrorismo como el enemigo común, con el rostro de Osama Bin Laden en todas las pantallas, dio el marco de justificación para la invasión en Afganistán por parte de tropas estadounidenses.
Los muyahidines, los Talibán, EEUU y la OTAN llevaron a Afganistán al lugar que tenía antes del triunfo de la revolución Saur: uno de los países más pobres del mundo.
Un fenómeno que se da desde la invasión y que explica el desarrollo de los hechos actuales, es la presencia de mercenarios en territorio afgano, a través de las contratistas militares privadas. Estas corporaciones fueron reemplazando la presencia de tropas regulares, y no solo no se fueron, sino que se siguen llevando hasta el día de hoy enormes ganancias en dólares.
Las más importantes, como Rathyon o Northrop Grumman, son propiedad del complejo militar del Pentágono. Al menos 800 mil millones de dólares en costos directos de guerra y 2,26 billones en total, se han gastado en la guerra de Afganistán. Negocio redondo.
En este marco de alianzas es que transcurren estos 20 años de guerra, y explican la presencia de una pieza clave: Abdul Ghani Baradar, apodado por los anglosajones como “el carnicero”, acusado de ser el autor intelectual de las bombas no convencionales, fundador y líder Talibán que se perfila como el próximo presidente en Afganistán.
En 2001 fue apresado en Paquistán por pedido de EEUU y la OTAN, por su participación en el 11S. Los mismos que pidieron su detención, exigieron más tarde, su liberación. Regresa al poder 20 años después: Estados Unidos presionó por su liberación cuando la administración estaba en manos de Donald Trump. En 2020, se firmó el acuerdo de Doha en Qatar, donde se fija el calendario para la retirada de tropas estadounidenses de Afganistán y la liberación de cinco mil taliban. ¿La foto del acuerdo? Mike Pompeo y Baradar.
El líder Talibán, desde el anuncio definitivo de la retirada de tropas, se ha reunido con los actores globales más influyentes, desde la CIA, hasta las altas autoridades chinas. El grupo extremista está claramente negociando con quienes van a determinar las reglas de la posible gobernabilidad en suelo afgano.
Quienes hoy disputan el control del terreno a nivel global miran a Afganistán no solo por su ubicación, sino por los recursos naturales estratégicos que están ansiosos por explotar. Por un lado, su posición es central en la geopolítica internacional, principalmente teniendo en cuenta la relación de China con Paquistán, en el marco del desarrollo del corredor económico entre ambos países como parte del plan chino de la Franja y la Ruta, o Ruta de la Seda.
Por otro lado, este país contiene en sus entrañas las apetecibles tierras raras y es una de las reservas de litio más grandes del mundo, central para el desarrollo de lo que en plena cuarta revolución industrial se encuentra en el centro de la disputa: el 5G y la tecnología de punta necesaria para la digitalización del sistema económico.
Lo que es evidente es que aún no hay un claro ganador en el desarrollo del conflicto en Afganistán. Los actores de peso pesado intentan inclinar la balanza en base a sus intereses, en una disputa bautizada como G2 Estados Unidos – China, por imponer las reglas del juego. La disputa principal también se juega en suelo afgano. Lo que sí es claro es que la guerra ha cambiado definitivamente sus formas en el siglo XXI.
La pregunta que se abre es ¿podrá el pueblo afgano garantizar su autodeterminación y alcanzar ciertos niveles de gobernabilidad? O por el contrario, ¿se seguirá profundizando un escenario de caos, crisis y desestabilización, no solo de Afganistán, sino de todo el territorio de Medio Oriente?
Recordemos los ataques que Isis se atribuyó en Kabul días después de que Estados Unidos emprendiera su retirada de tropas. Todo pareciera indicar que el caos y la desestabilización sirven a algunos de los intereses en juego.
Pensar el conflicto en el marco de una guerra multidimensional global, nos habilita a pensar soluciones al conflicto en Afganistán. Ya no es suficiente leer la guerra en términos de ejércitos regulares, sino que es necesario considerar la guerra mediática, diplomática, económica, psicológica.
No podemos dejar de observar el bombardeo mediático de estos días. Las redes sociales reprodujeron una y otra vez imágenes de mujeres y el terror que les espera en manos de los talibán. Hasta la ONU – con Bachelet – y el Banco Mundial mostraron su preocupación. ¿Qué pasó con los “garantes de la paz mundial” durante estos 20 años de guerra?
Las mismas mujeres afganas, organizadas en la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA, fundada en 1977), enviaron un mensaje claro a las mujeres del mundo sobre su situación.
A través del portal Lat Fem expresaron: ”Por favor, utilicen todos sus medios en este momento para exponer la verdadera naturaleza de los 20 años de guerra entre Estados Unidos y la OTAN bajo los engañosos títulos de derechos de la mujer y guerra contra el terror. Después de desperdiciar millones de dólares y miles de vidas, los misóginos y criminales talibanes están de regreso, más poderosos que nunca».
El panorama abre diversos escenarios posibles. Una lectura aguda y detenida es fundamental para no realizar análisis lineales, y observar la complejidad, el conflicto y la contradicción como dimensiones fundamentales del análisis. En este contexto se juega su destino el pueblo afgano en términos de dignidad o muerte. Y especialmente, las mujeres.
*Investigadora y redactora argentina del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). Psicóloga. Mg. en Seguridad de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos.
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