La mala praxis del macrismo y el duro camino a octubre

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Juan Guahán

Las últimas maniobras del macrismo indican una notoria mala praxis en la atención de los problemas que van apareciendo. Eso viene ocurriendo desde abril del año pasado. ¿Por qué? Porque, para esa fecha, solo quedaban cenizas del único libreto que traían, más allá de sus negocios personales.

Vinieron a gobernar la economía con dos principios cargados de ideologismo y de una falsa apreciación sobre el mundo financiero. Por un lado, la libertad cambiaria (libre circulación del dólar) que venía de su ideología neoliberal; por otro lado, la confianza en que los “ojos celestes del rubio Presidente” despertarían la avalancha de inversiones.

Ese error proviene del hecho que se “comieron” el discurso del sistema en el sentido que el problema era el kirchnerismo y sus males. Sus anteojeras les impidieron ver que Argetina es un país dependiente sujeto a todo tipo de saqueos. Pensaron que podían realizar un “ajuste gradualista”, porque otros pondrían la plata para financiarlo. Eso funcionó un tiempo. Ganaron las elecciones del 2017, pero a fines de ese año le advirtieron que ese endeudamiento “a lo pavote” tenía límites.

El gobierno de la mano de sus “genios de las finanzas” Nicolás Dujovne y Luis Caputo primero lo ignoraron, pero en el primer trimestre del 2018 se dieron cuenta que la cosa iba en serio y se cortaban las líneas de crédito, que los venían alimentando. Fin de su libreto y de esas alegrías plagadas de globos amarillos.

Entre abril y mayo del año pasado el dólar, que habían recibido a 15 pesos en diciembre de 2015, estaba a fines de 2017 a 19 y entre abril y mayo de 2018 pasó de 20 a 25. Fue el momento que la gurú de todos los temas, la diputada macrista Elisa Carrió, aseguró que “el dólar se iba a quedar en los 23”.

Mauricio Macri decidió dar un giro en su estrategia. Se le habían “quemado” los papeles que trajo y pensó que el FMI y su amistad con Donald Trump, le permitiría salir del pozo. Vino el inédito -en la historia del FMI- crédito por 57 mil millones de dólares, del cual todavía queda un trocito por remitir. Pero en setiembre (2018), el dólar volvió a presionar, hubo una “corrida”, se fue a 40 pesos y las tasas de interés llegaron al 60%.

La cosa no paró allí, siguió el descalabro con una economía ya desbocada aunque estuviera en manos del FMI. En mayo último el dólar escapó a  45 pesos. El 11 de agosto fueron las elecciones primarias PASO. El dólar, muy inquieto, trepó a los 60; las tasas de interés seguían volando hasta cifras que no tenían antecedentes y el “riesgo país” miraba desde alturas nunca alcanzadas.

Los bonos, junto a las acciones en la Bolsa de Buenos Aires y también en Nueva York, mostraban como se desmoronaba elResultado de imagen para HSBC, Citi, Credite Suisse, Santander y BBVA valor de las empresas argentinas. Las más importantes perdían la mitad de su valor y no faltan quienes se están quedando con ellas a precio de remate.

Pero el martes 20 de agosto se produjo el “golpe de gracia”. Un grupo de bancos internacionales (HSBC, Citi, Credite Suisse, Santander y BBVA) decidieron cancelar un crédito por 2.600 millones de dólares, porque se habían desvalorizado los títulos públicos que le servían de garantía, eligiendo como su mejor camino asegurarse el reintegro del mismo.

Ya no solo no nos prestaban más, sino que ahora exigían las devoluciones de lo que habían prestado. Terminaban los últimos vestigios del “modelo Macri”. Y es en este marco que entramos en la situación actual: el juego político electoral, con vistas a las presidenciales del 27 de octubre; los padecimientos del pueblo y sus reclamos por alimentos; la situación financiera.

El juego político electoral

La primera observación tiene que ver con las perspectivas electorales de cada fuerza. Sobre eso hay una mayoritaria coincidencia en el sentido que la suerte del macrismo está echada y que los resultados de agosto no serán  revertidos.

Dentro del conglomerado que encabezan Alberto Fernández y Cristina Kirchner la presión mayoritaria se da en el sentido de “no hacer olas”. Eso explica la escasa actividad de los candidatos. Alberto fue a Europa, procurando hacerse conocer, llevar tranquilidad a los “mercados” y mover algunas fichas para frenar la remisión de los 5.400 millones de dólares que el FMI debería enviar la semana próxima y que podrían seguir financiando “fugas”.

Los europeos no ven con buenos ojos esa transferencia del FMI. Mientras tanto Cristina sigue con esporádicas y masivas presentaciones de su libro. Ambos permanecen lejanos a las declaraciones rimbombantes y la recorrida por canales y diarios. Los dos y sus entornos más cercanos tratan de permanecer fuera de aquellos planteos que convocan a que Macri se debe ir ya.

Sus mayores objetivos electorales se sintetizan, además de ganar las presidenciales, en colocar a una gobernadora cristinista en Mendoza en las elecciones de fines de setiembre; lograr la mayor cantidad de senadores y diputados y –la carta mayor- desalojar a Horacio Rodríguez Larreta del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, bastión del macrismo.

Eso dejaría a la futura oposición de derecha prácticamente sin Caja. También significaría el fin del macrisno y las dificultades para su recomposición bajo el ala de Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, muy probable perdedora frente a Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires. Por ahora y para asegurar la victoria, tratan de consensuar las diferencias entre Cristina y Alberto.

Bastante distinta es la situación al macrismo y sus internas: es una fuerza en descomposición. Mantienen su “campaña” con vista a las próximas elecciones como un mecanismo para que el gobierno mantenga algo de poder hasta que deban entregarlo. Obviamente no pueden desechar la idea de un “milagro” que pueda revertir agosto.

En el macrismo crece la idea de impulsar el “corte de boletas”, buscando salvar de la hecatombe algunos espacios -provincias o municipios- que hoy controlan. El radicalismo, aliado hasta ahora del macrismo, apuesta a ganar Mendoza y junto a Jujuy, Corrientes y algunos municipios bonaerenses sentar las bases de un poder territorial, con vistas al futuro.

Descartan toda posibilidad de mantener su participación dentro de Cambiemos con Macri al frente de ese espacio. Tampoco es fácil que lo puedan hacer con Rodríguez Larreta y Vidal en la conducción del mismo.

La situación financiera

Los grandes bancos trasnacionales han decidido soltarle la mano al gobierno. Esa decisión bancaria sembró miedos en el gobierno. Fue por ello que acordaron abandonar sus viejos prejuicio liberales y decidieron ponerle algunas restricciones a la libre circulación de capitales y al mismo tiempo extendieron los plazos para el pago de algunas deudas.

El gobierno adoptó medidas vinculadas a un cierto control de cambios y “reperfilamiento” de deudas públicas a corto plazo, que tienen por objetivo evitar que la crisis termine de estallar en sus propias manos, blanqueando una parte menor del default real en el que ya se desenvuelven y transfiriendo al próximo gobierno mayores obligaciones.

Hacen falta dólares que no hay. Las multimillonarias reservas brutas del Banco Central solo cuentan con una disponibilidad que no supera los 14 mil millones de dólares. Es una cifra exigua si tenemos en cuenta que durante agosto el Banco Central perdió reservas por más de 12 mil millones de dólares.

Esos fondos se fueron en tres destinos principales: defender el valor del dólar le costó unos dos mil millones; pagar vencimientos de la deuda le significaron otros cinco mil millones; aguantar el retiro de depósitos bancarios le insumió cerca de tres mil millones (esta última cifra redujo las reservas brutas pero no influyó en la caída de las disponibles).

La devaluación del yuan y otros menesteres menores cerraron el monto de la caída ya mencionada. Los economistas discuten si todo esto alcanzará para llegar al 10 de diciembre o esa fecha es una meta inalcanzable. Por lo pronto el economista Carlos Melconian, ex presidente del Banco Nación y amigo de Macri, considera que con las medidas adoptadas es “llegable” a esa fecha.

Padecimientos y reclamos populares por alimentos            

La última semana han recrudecido las movilizaciones y reclamos de los sectores más humildes, que se han extendido por toda la geografía argentina, respondiendo a convocatorias de los más diferentes sectores. La primera y más importante demanda gira en torno al problema alimenticio.

La razón es clara y rotunda, el hambre se está extendiendo al compás del avance de la crisis y de la devaluación producida inmediatamente después de las PASO. A diferencia de lo que venía ocurriendo en las semanas previas a las elecciones primarias, donde se había volcado un volumen importante de alimentos a los sectores más empobrecidos, ahora las medidas de alivio apuntan centralmente a los sectores medios y medios bajos.

Los parches planteados en materia de impuesto a las ganancias y bonos a estatales y privados -por ejemplo- alcanzan a sectores con empleos estables, que están mal pero nunca tan mal como quienes carecen de tal beneficio que a esta altura parece un privilegio.

El gobierno imaginó en sus primeras evaluaciones dar pelea para revertir el resultado y eligió a los sectores medios como objetivo para hacerlo. Los más desposeídos salieron en masa a las calles. Pelean por su Ley de una Emergencia Alimentaria.

Algunos voceros del sistema le están avisando al gobierno que es mejor escucharlos, porque de otro modo su retirada podría darse en términos aún más dramáticos, que los que están suponiendo.

 

*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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