Entre las tasas de crecimiento y el deterioro de la calidad de vida

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Eduardo Camín|

Un documento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) dado a conocer en la Asamblea de Gobernadores de Mendoza (Argentina) en marzo último, indica que la región crecerá por debajo del resto del mundo. En su análisis macroeconómico, el BID proyecta que el Producto Bruto Interno (PBI) de la región crezca 2,6% en promedio entre 2018 y 2020. Estos índices están en línea con el histórico regional entre 1960-2017, un indicador que está aún por debajo de la tasa de crecimiento que se espera para Asia (6.5%) y Europa (3.7%).

Actualmente una gran mayoría de los países latinoamericanos recorre los senderos trazados por las instituciones internacionales, pero en virtud de la inquietud que origina a nivel mundial estas políticas económicas y el libre comercio deberíamos interpelarnos sobre sus consecuencias sociales.  Lo que nos lleva a preguntarnos ¿en qué medida la liberalización del comercio y de las inversiones directas extranjeras promueve el empleo, la productividad en el mundo, y por ende el desarrollo en particular en nuestros países, y que tipo de políticas, internacional y nacionales se requiere para reforzar esos efectos?

La Organización Mundial del Trabajo (OIT) reconocía recientemente que la experiencia de los últimos 20 años ha suscitado en todo el mundo una inquietud general por el impacto de unos flujos más libres de comercio y de capital sobre el empleo y los salarios. En los países industrializados se advierte que un comercio más libre está destruyendo puestos de trabajo no calificados y aumentando la desigualdad salarial.

Además, la liberalización del comercio ha suprimido puestos de trabajo de una gran calidad y creado otros de menos calidad, incluso en aquellos países más adaptados a la nueva situación.

En realidad, estos informes, esta elaboración de datos, bajo los estimulantes conceptos de desarrollo, productividad, crecimiento, empleo esconden hábilmente en su seno neoliberal el impulso de lo que verdaderamente se pretende, es decir otorgar a las compañías multinacionales un acceso incontrolado a los mercados, las materias primas y a la mano de obra.

Se trata de acentuar el saqueo de los recursos naturales del continente, destruir la incipiente cadena industrial y productiva de los países latinoamericanos, privatizar el petróleo, el agua y la biodiversidad; mantener el control de la inversión científica de la región, etc. En síntesis, estas viejas recetas, lejos de impulsar el desarrollo de los países latinoamericanos, representa un asalto a su economía.

Una mirada atenta sobre el acontecer de América Latina pone de manifiesto rápidamente que existe en el actual proyecto de globalización una batalla feroz por la redistribución del mundo en el terreno económico, productivo y financiero. Por otra parte, sabido es que quien detente el control de la producción, la circulación y los precios del petróleo tiene en sus manos el mayor poder dentro del sistema central del capitalismo.

Por eso Estados Unidos está en el centro de todas las redes de dominación del petróleo e implicado a sangre y fuego en la lucha por la dominación y control sobre los países productores del combustible desde los albores del pasado siglo. El Medio Oriente, el Magreb, Irán y diversos países del Asia musulmana concentran ellos solos la mayor parte de las reservas petrolíferas y de gas.

Esa ha sido la causa que ha puesto durante muchos años a esa región en el punto de mira de las grandes potencias que buscan espacio en el sistema de dominación planetaria.

Por eso debemos estar muy atentos a la recolonización de América Latina y el Caribe que es un objetivo estratégico para Estados Unidos que cuenta para ello con los exacerbados mecanismos de dominio y superexplotación económica que propone con sus tratados, además con la creciente e intensa militarización regional; y con el omnipresente poder del FMI y del Banco Mundial, agentes del interés imperial sobre la multitud de países entrampados por la deuda externa.

Detrás de cualquiera de esos proyectos de dominación está el afán de apropiarse y controlar en el máximo grado los potenciales energéticos del continente. No debemos olvidar que en América Latina y el Caribe se localiza el 11 por ciento de las reservas mundiales de petróleo y se produce cerca del 15 por ciento del crudo que se extrae en el planeta.

Además, América Latina cuenta con cerca del 6 por ciento de las reservas internacionales de gas natural, grandes reservas de carbón mineral –suficientes para unos 288 años de explotación– y abundantes recursos hidro-energéticos, calculados en más del 20 por ciento del potencial mundial.

Es cierto que parecería poco si se compara con el Medio Oriente, donde se ubican dos terceras partes de las reservas petroleras mundiales, pero esa es una zona de interés para todos los países industrializados e históricamente conflictiva, mientras el área de América Latina y el Caribe continúa viéndose como el patio trasero de EE.UU. y su riqueza energética está mucho más cerca geográficamente y es supuestamente más segura.

Por todo esto, el interés por la energía latinoamericana no puede ser menospreciado, porque las menguadas reservas petroleras de EE.UU. apenas alcanzarían para una docena de años más, y porque es evidente la intención imperial de controlar al mundo a través de la total monopolización de las fuentes energéticas.

América Latina y el Caribe cuenta con 12 % del área terrestre total y 6 % de la población mundial, posee alrededor de 27 % del agua dulce del planeta. No obstante, casi un tercio de los habitantes de la región carece de acceso al agua potable y una proporción similar no cuenta con servicios de alcantarillado y acueductos.

Si los pueblos latinoamericanos y caribeños no pudiéramos detener la avalancha de dominación imperialista que se nos viene encima, acrecentada y violenta como nunca, se habrá de ver cómo se vende por todo el mundo nuestra riqueza hídrica, a precios fabulosos, bajo el rótulo de corporaciones estadounidenses y trasnacionales, mientras que en la región la gente se morirá de sed si no tuviera para comprar lo que siempre fue suyo, un don de la tierra y de la vida.

Si el proceso privatizador, que bajo el pretexto del crecimiento, desarrollo y empleo llevarán al extremo, concentrara al máximo en manos de compañías transnacionales el control de la exploración, explotación y distribución de la energía latinoamericana y caribeña, la vulnerabilidad energética se convertiría por sí misma en otro instrumento decisivo para que el imperio de la globalización se asegure la recolonización de toda la región.

Debemos leer la letra pequeña de los cantos sibilinos del crecimiento económico, tal vez este nos lleve a mejorar diversos indicadores de progreso material, pero nada se asemeja a un progreso real de calidad de vida en el bienestar de las naciones.

Recordamos un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)en el cual también se hablaba del tema y se destacaba que, a partir de 1980, se ha generado “una crítica al modelo de desarrollo predominante en ese momento, que vinculaba de manera directa al crecimiento económico con el bienestar de grupos y personas”.

Más adelante en el documento, el organismo insiste en que “el crecimiento económico por sí solo no generaría bienestar individual, ni integración social”.Por el contrario, parece ser que a pesar de los altos ingresos se estaría sufriendo lo que muchos llaman ‘la paradoja del crecimiento infeliz’. Al parecer, hemos vivido engañados por mucho tiempo. Nos hemos enorgullecido de las maravillosas tasas de crecimiento, pero nos hemos olvidado de mirar el deterioro real en nuestra calidad de vida.

* Periodista uruguayo, exdirector del semanario Siete sobre Siete. Miembro de la Asociacion de Coresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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