La educación popular, camino de liberación

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 Claudia Korol| Oscar Jara Holliday nació en Perú, pero vivió los últimos treinta años en Costa Rica y Centroamérica. El sociólogo y educador popular es uno de los mosqueteros de la experiencia de la Red Alforja (junto a Carlos Núñez, del Imdec de Guadalajara, y Raúl Leis, del Ceaspa de Panamá, entre otros compañeros y compañeras). Trabaja en el Centro de Estudios y Publicaciones de Alforja en CEP en Costa Rica, y ha sido reelegido para la presidencia del Consejo de Educación Popular de América Latina y el Caribe (Ceaal).

-¿Cómo empezaste a vincularte a la educación popular?

-Empecé en los años 70, trabajando con grupos juveniles en barrios populares de Lima. Vivía en uno de esos barrios, y empezamos a hacer un periodiquito, a tener reuniones, a hacer sesiones de cine. Traíamos de la embajada cubana películas que proyectábamos en la calle. Fueron las primeras experiencias buscando que la gente se organizara. Se iniciaba el gobierno de Juan Velasco Alvarado. Había muchos cambios en el país, y me inserté en esa dinámica.

Estudiando en la Facultad de Filosofía, dijeron que había un curso para enseñar un método de alfabetización de un brasileño que estaba en Chile y que se llamaba Paulo Freire. Al terminar el curso había que hacer una práctica. Empecé en el barrio, con cinco señoras. Fue mi primer grupo de alfabetización. Ahí me empecé a dar cuenta de la importancia del diálogo, del encuentro con las compañeras, partir de las situaciones y palabras concretas, y lo que era el proceso pedagógico. Luego fui a trabajar a Huancayo, y apareció la necesidad de alfabetización en algunas comunidades. Como yo tenía supuestamente experiencia, me llevaron allá. Cuando estaba en esas, surgió un gran proyecto en el norte del Perú, el Cipca, para la promoción de la participación campesina en la Reforma Agraria. Las grandes haciendas estaban siendo cooperativizadas, y la idea era que los obreros agrícolas pasaran a ser los propietarios y gestores de las nuevas haciendas. En ese trabajo había formación técnica, administrativa, y de alfabetización. Realmente ahí aprendí lo que era la alfabetización porque trabajé con compañeros y compañeras que ya tenían un manejo más detallado del método y de la propuesta.

Pasamos tres meses recorriendo las comunidades de la zona del Bajo Piura, en Catacaos, viviendo en donde nos dieran lugar. La idea era recoger el universo vocabular de las personas y registrarlo. Había cientos de palabras que yo nunca había escuchado, sobre cientos de cosas que no conocía. Empezamos a ver cómo era la vida en el campo, cómo la nombraban, y a partir de ese universo vocabular fuimos creando las palabras para la alfabetización”.

Aprender enseñando

“Ese proceso fue fundamental. Me permitió entender que parecía que uno iba a enseñar, pero que en realidad lo que uno hacía era ir a aprender de la gente y su cultura. Ellos nos estaban alfabetizando a nosotros sobre su manera de ver el mundo. En las noches nos poníamos a cantar, a escuchar leyendas. Había grupos de teatro. Se diseñó un programa de matemáticas concientizadoras, porque la gente tenía interés en aprender las cuentas para que no los engañaran a la hora de pesar los productos y el algodón.

Había una zona del Alto Piura donde no se estaba aplicando todavía la Reforma Agraria y los hacendados empezaron a sacar las máquinas. Hubo un gran movimiento de tomas de tierras campesinas. Nos fuimos involucrando. Fue mi entrada en la práctica política y de lucha social. Empecé a vincular esta idea de movilización, defensa de los derechos, recuperación de la identidad, como elementos de la educación popular. Entendí que organización popular y educación popular no pueden ir desvinculadas. El desarrollo de la conciencia tiene que provenir de la propia práctica organizativa.

El tema del algodón te conectaba inmediatamente con el mercado internacional. De un hilito de algodón uno podía dar la vuelta al mundo, viendo las condiciones de trabajo, las inversiones financieras. Descubrimos que los temas, aunque parecieran muy pequeñitos y locales, estaban conectados con una realidad global. Ahí fue donde el pensamiento de Paulo Freire se fue haciendo cada vez más parte de la manera como yo empezaba a ver las cosas. Siento que Pedagogía del oprimido, así como La educación como práctica de la libertad, me dieron luces para entender lo que estaba viviendo. No fue que estudié la teoría de la educación popular, y después vi cómo se hacía. Fue como un hilo donde se vinculó esa práctica, con estas comprensiones teóricas. Por un lado Paulo Freire, por otro la Teología de la Liberación. Yo tuve el privilegio de estar en el grupo de la UNEC(1) que se reunía a discutir elementos de la Teología de la Liberación. Gustavo Gutiérrez venía con los borradores de lo que después iba a ser el libro Teología de la Liberación, para leer y discutir con nosotros. Esa entrada a Paulo Freire, a Gustavo Gutiérrez, coincidió con el curso de filosofía que hicimos sobre La Ideología Alemana, y los Manuscritos Económico Filosóficos de Marx. Fue una tríada que me revolvió la cabeza, el corazón, y creo que es el origen de esta pasión que es impulsar aprendizajes”.

La experiencia de Alforja 

Resultado de imagen para Oscar Jara Holliday-La experiencia de educación popular en América Latina se formó con los aportes de Alforja. Cómo analiza esa experiencia.

-Un elemento muy importante fue cómo el contexto nicaragüense nos convocó en esos años. La Revolución Sandinista fue como una llama, una luz que se encendió en muchas partes, y generó una actitud de solidaridad que hizo que llegáramos gente de varios países a trabajar allá. Raúl Leis coordinaba el Comité de Solidaridad con Nicaragua en Panamá, Carlos Nuñez en Guadalajara; con el obispo Samuel Ruiz en Chiapas y con el obispo Sergio Méndez Arceo de Cuernavaca, estaban en un comité de solidaridad con Nicaragua en México. Yo estaba con Esteban Pavletich y Lucía Silva, en el comité peruano. De ese trabajo nace la idea de ir a Nicaragua y ahí nos encontramos con compañeros del Cencoph de Honduras, que trabajaban en comunicación popular, de Idesac de Guatemala, que tenían un trabajo con organizaciones campesinas, y de Funprocoop de El Salvador, que tenían un largo trabajo con comunidades. Nicaragua fue una especie de crisol, donde se fundió lo que cada quien traía.

Después del 79, cualquier iniciativa nos colocaba en dimensiones insospechadas. Llegamos una vez a charlar con Fernando Cardenal, que dirigía la Cruzada Nacional de Alfabetización de Nicaragua, y nos dijo: ‘Quiero que me apoyen en el programa de post-alfabetización. Van a haber 700 mil personas alfabetizadas, y no tenemos diseñado qué pasará después’. Le dijimos: ‘Nosotros tampoco sabemos qué se puede hacer, pero nos ponemos a trabajar con usted’. Luego vino Freddy Morales, que estaba en el Instituto de Reforma Agraria y nos dijo: ‘Necesitamos hacer un proceso de capacitación para los 150 mil obreros agrícolas de las empresas de Somoza, que han sido estatizadas, y necesitamos generar formación técnica, política, organizativa’. Le dijimos igual: ‘No sabemos cómo, pero vamos’. Fueron proyectos muy concretos que nos juntaron. Se fueron fundiendo los saberes que traía cada quien al calor del proceso. En menos de un año hicimos 19 talleres conjuntos con distintos sectores. Cada uno nos abría un mundo nuevo, nos daba dimensiones que en ninguno de nuestros países podíamos haber abordado, y generaba mucho entusiasmo, mucha emoción. No había límites para el tiempo, la dedicación, etc.

Regresábamos después a nuestros países, y eso que habíamos aprendido queríamos hacerlo. Teníamos que redefinir y recrear lo que habíamos aprendido. En el año 82 se nos ocurrió hacer un encuentro de sistematización y creatividad. Identificamos 19 talleres que habíamos hecho, y analizamos: ¿Cuáles fueron los contenidos? ¿Cuáles las metodologías? ¿Cuáles han sido las técnicas? ¿Cuáles son las diferencias entre técnicas y metodologías? ¿Cuál es la diferencia entre apropiación y aprendizaje? Ahí nace esta idea de la sistematización de experiencias, como fuente de construcción de nuestros propios aprendizajes”.

 Partir de la realidad

-Analizamos que el punto de partida siempre tenía que ser la realidad, lo que la gente piensa y sabe. Empezamos a hablar de ‘partir de la práctica’. A partir de ahí teníamos que desarrollar el proceso de teorización. Ir generando conceptos desde la práctica. Y no valía quedarse en la teoría, sino que eso lo teníamos que volver a poner en la práctica. Así se generó esta propuesta de ‘partir de la práctica, teorizar, y volver a la práctica para transformarla’.

Luego eso se redujo a la idea de que la metodología de la educación popular era una cosa de tres pasos. La otra reducción, fue a partir del hecho de que lo más visible eran las técnicas. Nosotros desarrollando esas técnicas participativas, sacamos un libro: Técnicas participativas para la educación popular, que tuvo la responsabilidad de hacer creer que el centro de la educación popular era hacer técnicas. Fue un periodo en el cual hubo mucha difusión, pero también mucha simplificación, lo que quitó el sentido pedagógico-político central al proceso de educación popular. Ése fue el aporte contradictorio de ese periodo. Después nació el Ceaal, y muchos de los centros de educación popular nos afiliamos. Empezamos a descubrir procesos más globales de educación popular. Se llamaban de ‘educación de adultos’, porque en el contexto de las dictaduras que existían sobre todo en el Cono Sur, no era lo mismo decir ‘yo trabajo en un programa de educación popular’, que ‘yo trabajo en un programa de educación de adultos’.

Hemos ido descubriendo, que los procesos de educación popular son participativos, críticos, creadores, y tienen que responder a las dinámicas organizativas, políticas, culturales, de cada contexto. Segundo, que las técnicas son una herramienta, pero que si no se ubican dentro de una dimensión de largo plazo, de incidencia política, pueden ser muy entretenidas, pero no logran el objetivo político. Tercero, que los procesos de intercambio entre las personas son muy importantes, pero no sólo las grandes ideas, los proyectos, sino también las afinidades, los encuentros. La educación popular feminista nos permitió desarrollar la dimensión de la subjetividad -la intersubjetividad- expresar más nuestras emociones, valorar los encuentros personales como algo muy importante que vincula lo público con lo privado. Por otro lado, el acercamiento a gente que estaba haciendo otras formas de producción de conocimientos, nos ha ido abriendo a nuevas maneras de repensar cómo investigar.

En ese proceso surge la sistematización de experiencias como un componente muy importante de los procesos de educación popular. Es decir que las prácticas de lo que estamos haciendo es una fuente esencial para construir aprendizajes, de manera sistemática, organizada, que nos permita apropiarnos de lo que hacemos, y dialogar desde las prácticas no de forma descriptiva, sino intercambiando aprendizajes.

Últimamente hay una voluntad de vincularnos con los movimientos sociales por la defensa de los territorios, contra las represas, la defensa ambiental, las luchas populares contra las empresas transnacionales. Nos estamos redefiniendo. Tenemos acuerdo en la definición de que los procesos de educación popular tienen que ser impulsados desde los movimientos, no desde las ONGs, y que tenemos que ser parte de esos procesos”

 

*UNEC – Unión Nacional de Estudiantes Católicos. Publicado en “Punto Final”, edición Nº 858, 19 de agosto 2016.

 

 

 

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